Quería marcar la diferencia, para que nadie más muera por falta de oxígeno, falta de empatía o falta de atención médica.
MUMBAI, India – La hermana de mi amigo tenía solo 26 años, estaba embarazada y tenía un hijo de seis años, cuando su vida dio un giro aterrador.
Una mañana de mayo, se sintió incómoda. Se quejaba de dolor abdominal, náuseas, vómitos y dificultad para respirar. De repente, su nivel de oxígeno cayó estrepitosamente.
Mi amigo la llevó a cinco hospitales, todos la rechazaron.
Uno de ellos alegó que tenían todas las camas ocupadas. Otra, que no había oxígeno. También les dijeron que sólo estaban tratando a pacientes con COVID-19.
Cuando llegaron al sexto hospital, además de su nivel de oxígeno, su pulso también bajó.
Murió en ese vehículo, rogando por oxígeno en la puerta de un hospital.
Su hijo nonato también murió. Desde el momento en que quedó embarazada, soñó con el futuro de su bebé. Incluso le había cocido algunas prendas. Sin embargo, todas las esperanzas, el amor y los sueños sufrieron una muerte dolorosa.
Ella no merecía morir. Si hubiera recibido oxígeno, ella y su bebé podrían haber tenido una hermosa vida juntos.
Era difícil verla sufrir pero verla morir fue un dolor insoportable. Me sentí impotente y en estado de shock. Mi amigo sintió que le había fallado a su hermana. Tardó 30 minutos en entender lo que estaba pasando.
Ella no tenía COVID-19. Perdimos a un ser querido porque no recibió el tratamiento adecuado en el momento en el que más lo necesitaba. Si hubiera recibido apoyo de oxígeno a tiempo, hoy podría estar viva.
Los tanques de oxígeno cuestan 200 rupias, es decir, $2,76.
En el 2020, la COVID-19 asotó mi país. Hubo un bloqueo total. La pandemia de coronavirus expuso nuestras vulnerabilidades y puso a prueba nuestra capacidad de recuperación. Obligó a millones de ciudadanos a estar confinados dentro de sus casas.
La gente a mi alrededor se estaba muriendo. El sistema de salud del país se extendió más allá de los límites. Había escasez de ambulancias y se cerró el transporte público. Los caminos estaban vacíos. El silencio reinaba.
No sabíamos que un virus podría tener un impacto tan devastador en nuestra vida cotidiana. Mumbai, la ciudad más bulliciosa, estaba completamente envuelta en un silencio inquietante mientras la gente permanecía en sus casas.
Se podía escuchar el canto de los pájaros mientras desaparecía el típico sonido de las bocinas y el gentío. Me asustaba. Me inquietaba. Temía lo peor.
La muerte de la hermana de mi amigo me rompió el corazón y apagó un pedazo de mi alma. Lloré toda la noche. Mi amigo era mi hermano, mi socio comercial y mi familia.
Nunca más podré escuchar su voz. Nunca podré escuchar lo orgullosa que está de mí. Y nunca pude decirle lo afortunado que era de tenerla.
La COVID-19 había causado pérdidas irreparables en muchas familias, pero nunca esperé que esta catástrofe me golpeara. No sólo el recuerdo de ese día doloroso me atormenta, sino también los «qué pasaría si». Me pregunto si podríamos haber salvado la vida de mi hermana del alma si hubiéramos tomado otro camino.
Perderla tan rápido ha sido muy difícil de aceptar. Mientras mi corazón estaba con las familias afectadas por la COVID-19, decidí tomar las riendas del asunto.
Visité muchos hospitales para entender el problema. La imagen que vi de primera mano me sobresaltó.
La gente se movía de un lado a otro en vano para que sus familiares fueran admitidos. Los hospitales no disponían de soporte de oxígeno ni ventiladores. No tenían camas disponibles.
Los cadáveres yacían en los pasillos.
Los pacientes de edad avanzada con síntomas leves a moderados yacían desatendidos en las puertas del hospital, respirando con dificultad.
Los crematorios y los cementerios se estaban quedando sin espacio. Las condiciones eran espantosas.
Pensé que si no era yo, ¿quién lo haría?
Quería marcar la diferencia, para que nadie más muera por falta de oxígeno, falta de empatía o falta de atención.
Perdí a mi hermana del alma y no supe cómo arreglármelas. No quería que otros pasaran por lo mismo.
Hablé con algunos de mis amigos que eran médicos. Me dijeron que muchas vidas, incluso las afectadas por la COVID-19, podrían salvarse si recibieran oxígeno a tiempo.
Si la hermana de mi amigo hubiera recibido oxígeno, hoy podría estar viva, así que gasté todos ms ahorros y compré 30 tanques de oxígeno por 350.000 rupias (4.825 dólares).
Los llené, compré medidores de flujo y comencé a distribuirlos gratis a los pacientes de las áreas cercanas.
Aprendí a manejar los tubos de oxígeno. Junto con el Dr. Sabauddin Shaikh del Care Hospital, configuré un sistema para brindarle oxígeno a las familias junto con una capacitación adecuada.
A mediados del 2020, lancé una línea teléfonica de ayuda. Mis amigos corren la voz, junto con mi número de teléfono, en las redes sociales.
Como resultado, comencé a recibir más de 200 llamadas al día. Con 30 cilindros, se estaba volviendo difícil satisfacer la creciente demanda. Tuve que aumentar el número de cilindros pero había agotado todos mis ahorros.
Miré mis activos y decidí vender mi bien más preciado, mi Ford Endeavour, para comprar 160 cilindros de oxígeno grandes y 10 pequeños por 900,000 rupias ($ 12,408) para abastecer gratis a pacientes con COVID-19 críticamente enfermos en todo Mumbai.
No fue difícil renunciar a mi automóvil sabiendo que el destino era salvar vidas. Podría volver a comprar mi auto, pero dejaría una cicatriz en las familias que perdieran a un ser querido.
Creé un equipo de 20 jóvenes y le asigné diferentes roles a cada uno. Desde rellenar los cilindros hasta entregarlos en los hogares de los pacientes, podríamos llegar a más de 5.000 personas y salvarles la vida.
En los casos en que pusieron en cuarentena a toda la familia, nuestros voluntarios entregaron los cilindros con equipo de protección. Mis esfuerzos podrían ayudar a más de 500 familias a cuidar a sus seres queridos con oxígeno gratis.
Para mí, fue el último regalo que pude darle a mi hermana del alma que murió innesesariamente.
A medida que nos acercábamos al final del 2020, pensamos que habíamos ganado la batalla contra la COVID-19, pero la pesadilla recién comenzaba.
Desde marzo, India ha luchado contra una segunda ola catastrófica de la pandemia producida por la COVID-19.
Con más de 26 millones de casos confirmados y una cifra de muertos de más de 3 millones, el país está sin aliento.
Nuestro sistema de salud ha colapsado. La gente está muriendo debido a la escasez de oxígeno, de camas de hospital y de medicamentos.
Muchos países están enviando oxígeno en sus diferentes formatos para ayudarnos a hacerle frente al alarmante aumento de pacientes críticos.
En medio de la crisis, la demanda de suministro de cilindros de oxígeno se ha multiplicado exponencialmente.
En enero, respondí 50 llamadas diarias de oxígeno; ahora, se han disparado a 900-1000. Debido al marketing negativo, los pobres son los más afectados.
Esta vez la situación da miedo.
La gente no sólo nos está pidiendo cilindros de oxígeno. Sino que también nos ruegan por inyecciones de Remdesivir.
El medicamento aprobado por la FDA se usa para tratar la infección por coronavirus y tiene una gran demanda en todo el país.
Las agenda de las ambulancias está sobrecargada.
No muchos conocen la ubicación de los centros de vacunación.
En este caos, decidí abrir una sala de control. Alquilamos una tienda de comestibles vacía y establecimos una sala de guardia que atiende la 24 horas al día y los 7 días de la semana.
Recopilamos datos de hospitales privados y públicos, centros de vacunación COVID-19, ambulancias y farmacias con medicamentos que salvan vidas. Desde la sala de guardia, le brindamos la información necesaría a la gente para afrontar esta pandemia.
Sólo en el 2021, el equipo ha ayudado a más de 4.000 pacientes a reducir el riesgo de muerte y a salvar a pacientes gravemente enfermos de coronavirus.
Es difícil volver a llenar los cilindros, su transporte cuesta mucho dinero. Le pedí ayuda a los políticos locales, pero nadie se presentó.
Al final, me acerqué a una planta de oxígeno y les expliqué mi plan a los propietarios. Les dije a los fabricantes que estoy ayudando a los pobres y necesitados que no pueden pagar la atención médica primaria durante la pandemia.
Ellos prometieron ayudarme llenando 50 cilindros al día. Me puse en contacto con otros cuatro propietarios de plantas de oxígeno y obtuve el apoyo que necesitaba para distribuir 200 cilindros al día de forma gratuita.
Se estaba volviendo una tarea ardua ya que el oxígeno se estaba volviendo difícil de conseguir.
Al principio del viaje, podía rellenar los cilindros en 10 minutos y en un radio de cuatro kilómetros (2.5 millas). Ahora, mi equipo tuvo que conducir 80 kilómetros (50 millas) para llenar los cilindros de oxígeno.
Debido a que la nueva variante de COVID-19 es aún más letal, los cilindros de oxígeno se vacían más rápido.
Afortunadamente, mi equipo se asegura de que cada vez que recibamos un cilindro vacío, lo rellenemos y lo enviamos a un paciente lo antes posible.
El gobierno está apoyando por nuestro trabajo directa e indirectamente.
Estamos proporcionando oxígeno a pacientes que tienen síntomas leves. De esta manera, reducimos la necesidad de ir al hospital y presionamos a los médicos y al gobierno para que los pacientes críticos obtengan rápidamente una cama.
Queremos luchar juntos contra esta enfermedad. Esperamos que el gobierno nos ayude.
Si bien el ministerio de información y radiodifusión del gobierno reconoció mi trabajo en sus cuentas de redes sociales, no hay apoyo financiero.
Gasto 75.000 rupias al día (1.034 dólares). Este dinero incluye recarga de gas, transporte, alquiler, internet y comidas.
Antes no era fácil gestionar tantos gastos, pero tengo la suerte de haber encontrado gente que me ayude.
Los fabricantes de TMT Bars de Chennai han pagado por el llenado de 500 cilindros. Un hombre el otro día ofreció su camioneta gratis para entregar oxígeno. Otro ofreció su hotel para guardarlo.
Estoy increíblemente agradecido con casi 2,000 extraños que contribuyeron generosamente a la causa a través de una recaudación de fondos que comencé hace unos días.
Aunque la meta era de 10 millones de rupias. Hasta ahora sólo logramos recaudar alrededor de 4 millones.
Los fondos ayudarán a salvar las vidas de muchos más pacientes críticos y sus familias.
El año pasado, todos culparon a los musulmanes por el brote de COVID-19 en India.
La comunidad enfrentó una guerra física, verbal y psicológica aguda. Los videos mostraban a musulmanes escupiendo verduras, escondiendo a peregrinos infectados y escupiendo a los médicos para impulsar la teoría de la conspiración islamófoba de la «corona yihad».
A pesar de toda la negatividad, los musulmanes en varias partes del país convirtieron mezquitas y madrazas (escuelas islámicas) en centros de atención COVID-19 equipadas con camas con oxígeno y salas de aislamiento.
El profeta Mahoma ha dicho que cuando la humanidad se vea amenazada, entregue su vida y salve el mundo. Salvar a un ser humano es como salvar a la humanidad.
Nunca habló de salvar a seres humanos de ninguna religión en particular. Ayudo a la gente sin discriminación.
Para mí, los pacientes no son hindúes ni musulmanes; son humanos. Simplemente estoy tratando de seguir sus enseñanzas.
Los internautas me molestan en las redes sociales, pero ignoro la negatividad ya que estoy enfocado en ayudar a la gente.
Si me afectara lo que dicen los fanáticos para hacerme bajar la moral, no podría salvar tantas vidas.
Trabajo las 24 horas del día, los 7 días de la semana para salvar tantas vidas como sea posible a través de mi Fundación Unity & Dignity, incluso cuando la segunda ola de COVID-19 devasta el país.
Nuestro equipo está integrado tanto por musulmanes como no musulmanes. Queremos continuar con nuestras actividades incluso cuando la COVID-19 se haya controlado.
Cuando la gente me pregunta si me duele vender mi auto, les respondo que en algún momento la podré volver a comprar, cuando una familia agradecida me bendiga por salvar la vida de su ser querido.
Extraño a mi hermana del alma. Estoy seguro de que está orgullosa de mí, donde quiera que esté.