Los médicos en Venezuela deben luchar contra condiciones horribles y el dolor de perder a sus colegas a causa de Covid-19 mientras tratan a los pacientes.
Mucha gente se sorprende cuando les digo que todavía ejerzo la medicina en el Hospital Estatal de Anzoátegui. Cuando me preguntan el motivo, solo puedo decir que no tengo otra opción más que resistir.
Vivo en un país colapsado por la hiperinflación, la delincuencia, los servicios públicos deficientes, la desnutrición, las enfermedades ya erradicadas en otras partes del mundo y los salarios extremadamente bajos. Por si fuera poco, en el centro de salud donde trabajo sufro falta de alimentos, medicinas y suministros médicos.
El diez por ciento de los residentes abandonaron el hospital porque no podían soportar las condiciones de trabajo, la pandemia del Covid-19 y el salario de solo $ 2 USD al mes. Ir a trabajar representa una tarea casi imposible para mí debido al deficiente sistema de transporte público y a la falta suministro de combustible.
Si tuviera que identificar la deficiencia más grave que sufro en el Hospital Dr. Luis Razetti, diría que es la escasez de agua. ¿Cómo funciona un hospital sin agua? Es cierto que los tanques del centro de salud pueden almacenar más de un millón de litros, pero el servicio es irregular y deficiente.
El hospital es un complejo conformado por tres edificios, uno de nueve pisos y dos de seis, y en todos ellos hay decenas de tuberías y baños dañados, por lo que se desperdicia buena parte del agua.
Y mencioné el agua como el problema más grave, pero no es el único inconveniente en un hospital que ya tiene más de 40 años.
Varios baños están inservibles, el olor a agua estancada es insoportable. Algunas áreas están oscuras debido a la falta de iluminación adecuada y empujar una camilla por estos lugares es un desafío. Además, muchos aires acondicionados no funcionan – en una región donde la temperatura diaria supera los 30 C – y de cinco ascensores solo dos funcionan de forma intermitente y no llegan a todos los pisos.
Aun así, después de mucha presión y sin dejar de trabajar, el gobierno instaló un tanque de agua exclusivo para médicos dedicados a tratar pacientes con Covid-19. Antes de eso, era imposible lavarse las manos, usar los baños o ducharse después de atender a pacientes. Eso sí, para lavarme debo traer mi propio jabón porque el presupuesto oficial no cubre ese gasto.
El hospital cuenta con insumos y medicinas gracias a las personas que viven en los alrededores del lugar. El centro médico está ubicado entre las ciudades de Barcelona, Puerto La Cruz y Lecherías. Los habitantes y las organizaciones cívicas donan guantes, máscaras, medicamentos y otros equipos. Sobrevivimos gracias a la caridad.
Hay mujeres que a diario traen comidas nutritivas. Sin ellos, sería imposible pasar un día completo de trabajo con solo dos sardinas, un poco de arroz, una porción de puré de papas instantáneo y dos arepas fritas.
La segunda gran deficiencia es la falta de personal. En 2011 el centro de salud contaba con 6.500 trabajadores, hoy solo quedan 2.700. Aunque soy traumatólogo, debo atender a personas hipertensas o crisis diabéticas.
Sin embargo, esto es poco comparado con lo que hace el resto del personal del Razetti. En teoría, debería haber alrededor de 50 personas en el departamento de limpieza por cada turno de ocho horas. Sin embargo, a veces solo hay una heróica persona que se ocupa de los desechos hospitalarios para todo el complejo de tres edificios.
Esta cantidad de desechos normalmente consiste en compresas, agujas y bisturíes, apósitos, toallas sanitarias, vendajes, guantes, sondas, todos ellos usados y contaminados. Los olores que emanan de estos desechos biológicos crean un entorno insoportable para trabajar. Por otro lado, los sótanos de la morgue están dañados y el olor a cadáveres en descomposición es repugnante.
Para mí, uno de los momentos más difíciles es asimilar la muerte de mis compañeros que, como yo, también están tratando de resistir en medio de una pandemia global acompañada de una crisis económica y social que golpea al país.
Recientemente envié mi último adiós a una amiga, la Dr. Gracialis Rangel del Servicio de Emergencias y Desastres, quien luchó durante días en cuidados intensivos con síntomas asociados al Covid-19. Como yo, Gracialis tenía aspiraciones, sueños, metas, objetivos. Me pregunto «¿Para qué?» Es imposible no ponerse en sus zapatos y sentir ese golpe tan fuerte y tan cercano.
Lo peor es que la muerte de Gracialis fue la primera de muchas. No termino de recuperarme de un golpe cuando ocurre otro inmediatamente.
Una de las ventajas de formar una red con familiares y amigos de compañeros enfermos es que todos colaboramos para conseguir el tratamiento que necesitan.
Por ejemplo, 100 mg de enoxaparina cuesta $ 5 cada uno. Cada paciente necesita una ampolla dos veces al día, que es un salario completo de ese médico enfermo, gastado por la mañana, y otro salario por la noche. Juntos participamos en campañas de búsqueda de medicamentos y acompañamos a los familiares hasta la recuperación o muerte del colega.
Es difícil para mí en este contexto del país levantarme y hablar de todo lo que paso en medio de esta crisis hospitalaria y sanitaria. Realmente me siento mal por lo que está pasando aquí. Sufrimos persecución por parte del gobierno cuando alzamos la voz y esa persecución puede terminar en muertes.
Me gusta pensar que la gente no muere cuando deja este mundo, muere cuando los olvidamos y es particularmente injusto que me olvide de mis compañeros que han dado su vida por los demás. No puedo permitirme dejar de recordarlos.
Las lágrimas se convierten en un arma de autodefensa para seguir trabajando para los demás. En medio de estas dolorosas circunstancias, tuve la oportunidad de conectarme con familiares de compañeros enfermos y fallecidos, lo que me permitió crear una red de apoyo económico, pero también moral y espiritual.
A pesar del dolor y sufrimiento que paso todos los días, prefiero enfocarme en resistir y participar de las campañas que se están llevando a cabo para conseguir algunos insumos y medicinas.
La única manera de agradecer la generosidad y solidaridad es esforzarme por hacer mi trabajo lo mejor que puedo.