Pintaron mi auto con un mensaje que decía “Periodista Gay”. Me hundí en una profunda depresión.
NAIROBI, Kenia — Miré en mi armario la ropa que quería usar, ropa andrógena, y el dolor me inundó por completo.
Cuando era joven, prepararme para una boda o reunión familiar me dejaba sin poder de decisión, siempre tenía que adecuarme a la heteronorma para que no me excluyan.
Cuando llegaba a las reuniones sociales, la gente se miraban de manera cómplice e inclinaba la cabeza hacia abajo para susurrar. Sus miradas me producían mucha inseguridad.
Alrededor de una mesa rodeada de seres queridos, sobrevivía constantemente, luchaba constantemente.
«¿Alguna vez vas a venir con un vestido?» preguntaban. «No tengo vestidos», solía responder.
Escondiéndome en los confines de las normas sociales
Como persona andrógena y lesbiana, este acto de ocultar quién era me dejó una pesadez en el pecho.
Un día, en lugar de decir: «No tengo vestidos», diría: «No me gusta usar vestidos», pero esa transición tomó mucho tiempo. Esas reuniones sociales llenas de gente, me obligaban a dejar de ser quien soy.
Por esta razón, evitaba la interacción y el contacto visual, contando los minutos hasta que pudiera irme. Hasta ese momento, me mantenía en silencio y fuera de conversaciones en las que fácilmente podría ser parte.
Siempre surgían preguntas como «¿Cuándo vas a venir con tu novio?» o «¿Por qué llevas una camisa de hombre?».
Mi mente gritaba en silencio: “¿Cuánto tiempo tendré que sentirme así? ¿Cuándo me entenderán?» La ira invadía mi corazón.
Un día, de regreso a casa, en mi espacio seguro, lloré desesperadamente para que esos momentos espantosos no se volvieran a repetir. Para hacerle frente a esta situación, me inscribí en talleres fuera de la ciudad para no tener que volver.
Sin embargo, el sufrimiento me siguió. Como periodista que trabaja en una sala de redacción, las preguntas volvieron a surgir. Los colegas me preguntaban por qué llevaba traje o aceptaba trabajos de productor masculino. Proyecté la ira que sentía de adentro hacia afuera sobre las personas que me rodeaban.
ME expusieron en contra mi voluntad
Era una mañana típica de un día laborable. El señor de seguridad de mi edificio me despertó diciéndome que algo le había pasado a mi auto. Cuando lo vi, estaba destrozado.
Trabajé para la British Broadcasting Corporation (BBC) y, cuando era joven, llamaba la atención del público.
Pintaron mi auto con un mensaje que decía “Periodista Gay”. Me hundí en una profunda depresión.
En mi mente no paraba de preguntarme por qué lo habían hecho. Creo que hago un buen trabajo, las historias que comparto son absolutamente hermosas , ¿por qué la humanidad redujo mi vida a la discriminación y al odio simplemente por mi identidad y mi sexualidad?
A eso, le siguió una época oscura. Tenía miedo de enfrentarme al mundo: miedo de que la gente me reconociera, no solo como una figura pública conocida, sino como una persona gay. Dejé de visitar el centro comercial y el supermercado durante el día.
Una vez más, mi mente planteó una pregunta: ¿cómo puedo revertir esto? El pensamiento se volvió casi constante. No había marcha atrás. Esto había sucedido y ahora yo necesitaba tomar una decisión. En ese momento entendí que sólo yo podía evitarlo.
A los 24 años, me di cuenta de que nunca podría cambiar a los demás y cargué sus prejuicios en mis espaldas. Yo llegaba a casa por la noche muy angustiada, mientras que ellos vivían una vida plena.
Mi amigo me pasó a buscar por mi apartamento un domingo por la tarde soleado para que vayamos a tomar algo.
Entré al restaurante y, por primera vez, no me escondía. La gente me reconoció. Me miraban mientras leían historias sobre mí en sus teléfonos, ¡pero no me importó!
Por primera vez, estaba viviendo plenamente. Me senté con mis amigos, riéndome y disfrutando de las bebidas. Algunas personas se me acercaron y me dijeron que me amaban.
En ese momento, ocurrió un cambio. Comprendí que había vivido mi vida basándome en las palabras e ideas de otras personas.
Decidí salir al sol, vivir y ser feliz. Durante todos esos años me escondí: con mi familia, en las reuniones sociales, en el trabajo, con mis amigos. No podía esperar más, así que me decidí a vivir como mi verdadero yo.
Comencé a asistir a los eventos de traje y con mi perfume preferido. Pronto, los comentarios cambiaron. Un conocido me dijo: «Oye, me gusta esa camisa», y otros también me felicitaron por mi atuendo.
Hoy, las personas permitidas en mi vida saben lo audaz que soy. No hay marcha atrás.
Para aquellos que sufren, quiero decirles que el dolor que cargan no es culpa suya. Independientemente de la edad que tengas, tienes el poder de controlar tu vida.
Otros te dirán cómo vestirte, cómo comportarte, a qué persona debes amar y cómo debes hablar.
Yo sostengo que si las decisiones de los demás le causan dolor, rompa las cadenas y viva su verdad. Elige la camiseta que más te guste. Lleva a la persona que amas a casa.
Somos muchos los que hemos sufrido el abuso mental y lanzados a la terapia. En esos momentos decides que, pase lo que pase, tú serás la prioridad. Tienes que disfrutar de tu vida.
Algunos padres tendrán amor incondicional, otros, no, pero es importante que siempre les recuerden a sus hijos quienes son y que los críen lejos de la hostilidad. Bríndeles una oportunidad. Estas cosas llevan tiempo, pero elíjase siempre.