Nunca llueve en septiembre en Colombia, pero ese año, la lluvia arreció después de que colgáramos las telas. El agua caía a cántaros. Podía oír y oler la lluvia cayendo contra el suelo y sobre nuestras queridas telas. Mi querida colega Carmen Julia, de Ecuador, me dijo: «No te preocupes, la lluvia representa las lágrimas de los desaparecidos. Su memoria nos habla».
COLOMBIA, Bogotá – Después de ser desplazada de mis tierras ancestrales en Suárez Valle del Cauca, la guerrilla del M19 llegó a mi comunidad. Dos décadas después me uní a un colectivo de mujeres nominadas al Premio Nobel de la Paz.
En la década de 1980, el megaproyecto de La Salvajina llevó una presa hidroeléctrica a las tierras de mi pueblo. El mismo lugar que llamábamos hogar acabó bajo la presa y en algunos de sus túneles. Mi visión política, económica, social y cultural del mundo se rompió tras ser desplazada de mi familia. Aunque nunca olvido mis raíces, me siento desafiada a reconstruir mi historia y mi comunidad en un territorio extranjero.
En 1985 llego a Cali porque me involucran con el M19 sin tener conocimiento que eran guerrilla, porque se presentaron como asesores en la comunidad. Llegué a la comunidad de Agua Blanca empecé a liderar procesos sociales.
Cuando era vendedora informal vendía en Cali Chontaduro, era la única forma de llevar la comida la casa, hubo problemas por ocupar el espacio público de la ciudad, pero tampoco me daban solución a esta, me sentía afectada porque, la secretaría de movilidad y su estrategia se llevaban la mercancía, mis implementos de trabajo apenas surtía. Fui violentada
Cansada de esta situación, en 1994 me organizo con mis con compañeras y se logra la carnetización de 250 mujeres junto a sus esposos, con Fundación Étnica Cultural de comunidades negras, mujer y trabajo. Ya 2006 se constituye legalmente, la Asociación para el desarrollo integral de la mujer, la juventud y la infancia ASOMUJER Y TRABAJO. fue creado para ayudar no solo a las mujeres si no a las familias, víctimas de conflicto, ahora se ha asesorado militares, firmantes de paz, mujeres en ejercicio de prostitución, con procesos autogestionados en construcción reivindicación al trabajo laboral.
Acá en la casa de la paz en Bogotá estoy con la Unión de costureros el proceso con este se trata de recobrar la memoria de historias de las personas y víctimas, he escuchado muchas de sus historias, y el coser se convierte en simple excusa porque este proceso es mas allá de una tela, la tela cuenta la historia, pero el coser une a la familia, une los lenguajes, une al país. En estas historias las personas cosen las rupturas que tienen entre ellas.
Un día, en el Centro de Memoria, Paz y Reconciliación de Colombia, entregamos una obra de arte simbólica a través de nuestro tejido. Más de 1.500 personas de la comunidad local e internacional nos contemplaron en ese emotivo momento.
Este día asistieron 1500 personas incluyendo comunidad internacional, fue un momento muy emotivo al ver las telas arropadas en el Monolito, al recordar que algunos que participaron en el tejido de las telas ya no están. Me llene de lagrimas y nostalgia.
Aquel día no sólo honramos nuestra propia lucha. Allí, cerca del Palacio de Justicia, unimos nuestra historia a las luchas de personas de toda América Latina y Europa. Incorporamos la lucha por la protección del medio ambiente en Perú y la de los refugiados en Canadá. Fue como si todas nuestras historias cobraran vida a la vez al unirlas.
Nunca llueve en septiembre en Colombia, pero ese año, la lluvia arreció después de que colgáramos las telas. El agua caía a cántaros. Podía oír y oler la lluvia cayendo contra el suelo y sobre nuestras queridas telas. Mi querida colega Carmen Julia, de Ecuador, me dijo: «No te preocupes, la lluvia representa las lágrimas de los desaparecidos. Su memoria nos habla».
En 2005, mi trabajo culminó cuando las autoridades me convocaron a una ceremonia de entrega del Premio Nobel de la Paz. Una mujer de Suiza propuso una candidatura colectiva de 1.000 mujeres de 150 países, porque los hombres solían ser los ganadores del premio. Doce colombianas estábamos entre ellas.
Aunque el colectivo no ganó el premio, impulsó un movimiento. [El colectivo pasó a llamarse PeaceWomen Across the Globe (Mujeres de Paz en todo el Mundo) y hoy sigue funcionando unido]. Con el tiempo, la gente de mi país se enteró de mi nominación. Un día, paseando por las calles de Bogotá, me encontré con un profesor y un grupo de estudiantes.
Un lindo Recuerdo fue una vez caminando por las calles de Bogotá que me encontré a una profesora con un grupo de estudiantes y sale una niña diciéndome que me conocía y que me había visto en la televisión, me dice que a mí me habían dado el Premio Nobel, me pareció tan tierno, y le respondo no mi amor, no me dieron el premio nobel me postularon simplemente, ella me dice que le dé un autógrafo y yo le dije para qué un autógrafo, venga y le doy un beso y un abrazo.
Con una mayor visibilidad tras la nominación al Premio Nobel de la Paz, me convertí en una figura pública, pero seguí siendo la misma persona. Sigo luchando. La paz en Colombia requiere políticas inclusivas. Cómo es que aún debemos pedir derechos, 170 años después de la abolición de la esclavitud. Hoy exijo garantías de paz para todos los ciudadanos.
Estoy en un proceso que se está exigiendo las garantías de la paz de toda la ciudadanía, además de eso orientando la transformación de ser humano para que entienda que es la paz y que este es un derecho fundamental, la paz comienza en cada uno, en el saber escuchar y el que nos digan la verdad porque la gente toda la vida nos han engañado o nos dicen la verdad a su manera. Se empieza la restauración de derechos cuando nos hablen con la verdad.
Todas las fotos son cortesía de Adriana Niño.