Yo era un refugiado, un esclavo en mi propio país. Vine a la India para escapar de décadas de apatridia, violencia, limpieza étnica y genocidio. Ahora, me llaman inmigrante ilegal.
NUEVA DELHI, India – Las personas no se convierten en refugiados por elección. Las circunstancias marcan nuestro destino.
En mi hogar original de Myanmar, el pueblo rohinyá no tenía derechos de ciudadanía. No podíamos movernos libremente, obtener educación o empleo en el gobierno. Tampoco, no podíamos votar.
Los militares destruyeron nuestras mezquitas, prohibieron nuestras reuniones religiosas, confiscaron nuestras tierras y animales de granja, violaron a nuestras mujeres y nos obligaron a realizar trabajos forzados.
Tuvimos que huir.
En Myanmar, mi gente era secuestrada, torturada y ejecutada si no cumplíamos con las reglas del gobierno.
Mi padre era empresario. Un día, fue secuestrado y torturado en prisión durante dos meses. Fue golpeado con palos y varas, puñetazos y patadas durante los interrogatorios y quemado en las piernas con velas y cigarrillos.
Durante su detención arbitraria, le sirvieron comida que ni siquiera los perros comían. Estuvo privado de agua potable durante días y tampoco lo dejaban bañarse.
Para escapar de décadas de apatridia, violencia, limpieza étnica y genocidio, mi gente y yo cruzamos la frontera de Bangladesh y llegamos a la India.
El viaje fue peligroso. La mayoría de mis compañeros rohinyá murieron de sed y de hambre en el camino. Como ilegales que ingresaban a la India, los lugareños se aprovechaban de nosotros. Mucha de mi gente fue atraída con la promesa de trabajos, luego fue saqueada y abandonada.
Mi familia caminó durante eternas horas. Temíamos perder nuestras vidas en manos de la Fuerza de Seguridad Fronteriza de la India o, peor aún, ser devueltos al infierno.
Estábamos desesperados, aterrorizados y heridos.
A pesar de ser etiquetados como refugiados por el Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados, el gobierno indio nos considera inmigrantes ilegales sin derechos.
Mi gente a menudo está expuesta a la explotación sin acceso a las redes de seguridad social.
Las tarjetas de refugiado del ACNUR no se aceptan como identificación válida para trabajar. Sin visas ni tarjetas Aadhaar, luchamos por encontrar un empleo confiable y seguro.
Nos vemos obligados a asumir trabajos precarios en sectores informales de la economía. La única opción son los jornaleros y el trabajo poco calificado, inseguro y altamente explotador.
Regularmente, enfrentamos condiciones inseguras, salarios bajos, retención de pago por parte de los empleadores y oportunidades limitadas. Durante la pandemia de COVID-19, las familias rohinyá tenían un mayor riesgo de padecer hambre, enfermedades y violencia.
Allí fue cuando perdí a mi esposa. No pudo recibir el tratamiento que merece un ciudadano o refugiado en la India. Si bien los informes de sus pruebas resultaron negativos para COVID-19, estaba experimentando falta de aire y el médico ni siquiera la podía tocar.
Cuando su condición se deterioró, la mantuvieron en una sala de COVID. Después de tres días, los médicos me notificaron que estaba muerta. Si yo fuera indio, la hubieran trasladado a la Unidad de Cuidados Intensivos.
Después de mucho revuelo, me entregaron su cuerpo y para mi horror, estaba desfigurado. Tenía marcas en el estómago como si la hubieran operado. Creo que vendieron sus órganos. No hay pruebas de que muriera de COVID.
Las tiendas de campaña en las que vivimos se han vuelto muy inseguras. Las inundaciones y los incendios a menudo destruyen nuestros refugios. Cuando llegamos, suponíamos que iban a ser temporarias, pero hoy en día, no tenemos en vistas cambiar de lugar.
India es el hogar de refugiados de, al menos, 15 países. Se trata bien a muchos refugiados, pero no al pueblo rohinyá. Sin una visa o pasaporte, no podemos irnos, pero India nos llama intrusos.
Desde 2012, trabajo como peón, sirviente y ayudante en comercios. ¿Cómo puedo ser una amenaza para la seguridad de la India? No tengo un país que pueda llamar mío. No puedo ir a Myanmar ni quedarme aquí. Mi pueblo se merece los derechos humanos fundamentales.
El gobierno y los ministros dicen que somos una amenaza para la seguridad de la India y nos dedicamos a actividades ilegales, pero no nos envían a la cárcel. Los grupos de derecha Hindutva dicen que somos terroristas, pero se nos permite vivir en campamentos al borde de las carreteras.
Vivo en una carpa de 8 x 10 pies con mis dos hijos. No tenemos inodoro, agua potable o agua para cocinar y bañarnos. Los humanos no deberían vivir así.
Cada pocas semanas, se nos pide que nos mudemos. Esto nos priva de la perspectiva de una vida mejor y nos deja inseguros y vulnerables.
Si pudiera volver a mi país, ¿por qué viviría así? No elegiría vivir con mis hijos en barrios marginales ilegales, pero es la única opción que tenemos.
En un momento, trabajé lo suficiente para abrir una pequeña tienda de comestibles, pero fue destruida en un incendio y quedé desempleado una vez más. Debido a la pandemia, no puedo encontrar trabajo. Sobreviví gracias a las donaciones.
Abrir otra tienda tiene poco sentido cuando nuestros asentamientos temporales se destruyen con regularidad.
Si pudiera, volvería a casa, regresaría a mi tierra. Si el gobierno de Myanmar no nos hubiera matado y torturado, no me habría ido nunca.
En la India, podemos vivir, respirar, educar a nuestros hijos y utilizar las instalaciones médicas. De regreso en Myanmar, se nos negó el acceso a la educación, a la atención médica, a las oportunidades para ganarnos la vida y a los servicios básicos.
De esta forma, India es más segura. No necesitamos la misericordia de nadie. El pueblo rohinyá no está aquí para quedarse para siempre, pero tenemos derecho a vivir con dignidad.
Las comunidades minoritarias no musulmanas de Pakistán, Afganistán y Bangladesh obtienen la ciudadanía en la India. Sin embargo, el pueblo rohinyá, que es musulmán, es perseguido.
Nosotros no tenemos a dónde ir.