Esta aventura me permite conectarme con la naturaleza, la mente y el cuerpo. Es un constante desafío mental y físico.
ARRIAGA, MÉXICO—Mi bicicleta es todo lo que tengo. es mi hogar Me siento como un caracol cuando viajo, cargando todas mis pertenencias conmigo en mi bicicleta. Tengo todo lo que necesito: equipo de ciclismo, ropa para el frío, mi saco de dormir, una cocina portátil y otros artículos personales.
Como muchos otros, he soñado con ver el mundo desde que era joven.
Usé mi bicicleta para ir al trabajo en El Salvador, pero en un momento conocí a algunos cicloviajeros (personas que viajan largas distancias en bicicleta). Me hablaron de sus estilos de vida durante esos viajes y, de repente, me decidí: quería experimentar eso.
En 2020 partí con un plan para recorrer más de 22.000 kilómetros (13.670 millas) en bicicleta, desde El Salvador hasta Argentina. Aunque la pandemia de COVID-19 descarriló mis planes en ese momento, ahora estoy de vuelta y decidida a alcanzar mi meta.
Una de mis mayores preocupaciones diarias es, ¿dónde voy a dormir?
Existen grupos de apoyo y aplicaciones para ciclistas que me permiten encontrar o mapear personas que hospedan ciclistas o viajeros en general. Otra opción para dormir es en los parques de bomberos o en las instalaciones de Cruz Roja/Protección Civil, aunque, debido a la pandemia, algunos de estos lugares han eliminado esa opción.
Mientras viajo, hago algunas paradas para comer. A veces compro comida o cocino algo rápido, como sándwiches, o como semillas y nueces, galletas y otros bocadillos. Si paso por un pueblo, aprovecho para comer.
El ciclismo es una experiencia increíble. Es una desconexión total del mundo como lo conocía: un trabajo estable, un hogar, responsabilidades y la rutina diaria normal.
Esta aventura, que estoy realizando junto a un amigo de México, me permite conectarme con la naturaleza, la mente y el cuerpo. Es un constante desafío mental y físico.
La gente me ve en mi bicicleta, cargada de equipo, y con razón se imaginan que estoy haciendo un largo viaje. Muchas personas me saludan y se detienen y me preguntan de dónde soy, adónde voy, si me canso, preguntas así. Siempre estoy feliz de compartir mis pensamientos.
Experimentar la bondad humana ha sido el aspecto más hermoso de mi viaje. Es admirable que a pesar de que las personas no te conocen, abren la puerta de su hogar y comparten un plato de comida, un vaso de agua y un lugar seguro para dormir. Crear y construir una conexión es una experiencia muy hermosa.
También encuentro miedos en el camino. A veces me da miedo ver carreteras llenas de coches que no respetan a los ciclistas. Me preocupa que alguien pueda robarme la bicicleta; sería como no tener un par de piernas para mí. Tengo miedo de que me roben, o de llegar a una casa y que me pase algo.
Sin embargo, hago las cosas a pesar del miedo. Me permite estar alerta y expectante, en lugar de paralizada.
El cuerpo es una máquina maravillosa que se adapta a diferentes condiciones y ambientes. Mi cuerpo no es perfecto, pero se adapta como lo necesito, según las condiciones, y aguanta el esfuerzo que le hago día tras día.
Un viaje como el que estoy haciendo requiere mucho esfuerzo físico. Las fotos publicadas en las redes sociales se ven geniales, pero no reflejan los desafíos y lo agotadores que pueden ser.
El calor puede ser abrumador y me deshidrato rápidamente, a veces no encuentro agua en el camino, pero no hay remedio excepto seguir pedaleando. Espero un momento, me recupero y continúo.
Mi edad también me afecta. Ya soy una mujer de 40 años. Si hubiera hecho esto hace años, me hubiera requerido menos debido a que mi cuerpo estaba en una mejor condición física. Sin embargo, con paciencia, todavía es posible.
Mi fortaleza particular es mental, no física. Estoy decidida a llegar a mi destino final. Quería viajar por el mundo y descubrí que la bicicleta era el medio que más me animaba a perseguir ese objetivo.
La idea de mi viaje empezó en 2018 y a finales de 2019 conocí a mi compañero de viaje. Me contó su experiencia y decidí que tenía que hacerlo ahora o nunca.
Ya estaría en Argentina si no fuera por la pandemia y su bloqueo de fronteras internacionales. Acabé varada en Panamá y Colombia y tuve que cancelar el resto del viaje. Me desanimó y me causó dificultades económicas, pero afortunadamente tengo buenos amigos que me ayudaron a superarlo.
En abril de este año volví a ponerme en marcha, decidida a llegar esta vez a Argentina.
Ser la primer salvadoreña en salir del país en bicicleta me llena de orgullo y satisfacción. Es una experiencia preciosa, y me encanta marcar el camino a otras mujeres que no se han atrevido a hacerlo.