Cada vez que voy me reciben con una sonrisa. Atravieso las rejas y percibo que estamos haciendo algo trascendente, algo muy grande. Les hablo y ellas me dan una fuerza y una energía brutal, cómo me la dan mis hijos y mi familia. Esto lo hago con pasión y con amor y la energía se va retroalimentando.
PILAR, Argentina – Las miré a los ojos y me animé a enseñarles un oficio. Les dije lo que sentía mientras me observaban formadas en círculo. Les expresé que se podía cambiar la forma de ver las cosas, que las cosas cambian y debían animarse. Todas ellas están presas en una unidad penitenciaria pero pueden ver las rejas que las separan de la sociedad o pueden ver una oportunidad
Estar ahí adentro y lograr creatividad y reencuentro con ellas mismas puede ser una opción, porque la fuerza mental y la de su corazón traspasan esas rejas y esa cárcel que las contiene y atrapa a la vez. Ellas lo aceptaron. Juntos aprendimos el oficio de reparar bicicletas y las preparamos para quienes más lo necesitaban afuera. El cuerpo de todos se comportó mecánicamente pero nuestras mentes mostraron inspiración, apertura y alegría. Logramos creatividad y la transformamos en belleza para ayudar a quienes necesitaban un medio de transporte digno.
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Observo cómo experimentan un reencuentro con su propio espíritu y adquieren la fuerza mental y el corazón necesarios para la vida más allá de las rejas y las trampas de la cárcel. Veo en ellas inspiración, apertura y alegría.
Ingresé al comedor popular que juntaba a los chicos y chicas de un barrio durante los almuerzos y cenas en plena pandemia, le entregué la primera producción del banco de bicicletas a la mujer que cocinaba para todos ellos y una enorme sensación de satisfacción se adueñó de mí.
Soñé que podía ayudar y con mi equipo lo realizamos. Trabajamos en diferentes comunidades y en diferentes villas, asentamientos y zonas vulnerables de Buenos Aires y nació “Voy en bici Argentina”.
Los días de pensamiento y creación del proyecto de inclusión que solucionara el transporte social a los más vulnerables se inmortalizaron cuando bajé de mi auto y comencé a descargar las bicicletas reparadas que habíamos producido y comenzamos a repartirlas en medio del aroma a comida caliente que se podía percibir.
Cada vez que voy me reciben con una sonrisa. Atravieso las rejas y percibo que estamos haciendo algo trascendente, algo muy grande. Les hablo y ellas me dan una fuerza y una energía brutal, cómo me la dan mis hijos y mi familia. Esto lo hago con pasión y con amor y la energía se va retroalimentando.
Bajé veinticinco kilos y mis hijos me observaban y se sorprendían con los cambios de mi cuerpo.
Una vez, acostado en la cama de un hospital con mi mujer al lado y con todos los aparatos pre operatorios conectados a mi cuerpo, le dije a ella entre lágrimas que si algo salía mal le deseaba que pudiera ser feliz y encontrar con quién cuidar de nuestros hijos.
Al despertarme de la operación que duró siete horas sentí que estaba vivo. Abrí los ojos, miré desentendido y descubrí que nuevamente tenía motivos para luchar, para trabajar por esta causa.
Desde entonces, trabajamos con las presas y repartimos bicicletas. La respuesta de la gente siempre me conmueve, pero hay un hombre al que nunca podré olvidar. Al principio, entregamos una bicicleta a un hombre que intentaba ganarse la vida. Quería trabajar en el reparto de comida y ganar propinas distribuyendo pedidos de comida.
Cuando llegamos con su bicicleta, que le permitiría trabajar, irradiaba felicidad en su rostro. Ahora podía cumplir sus objetivos. Con cada bicicleta, recuerdo su sonrisa expectante, esa emoción oculta y la sensación de victoria que sentía. Por esa experiencia, generamos una oportunidad tras otra.