Sin más opción, salí a la calle con un cartel ofreciendo clases virtuales de inglés por menos de un dólar la hora para generar ingresos. Nunca me imaginé el desenlace.
CIUDAD DE MÉXICO, México — Me dio un vuelco el corazón al considerar mis circunstancias. La crisis producto de la pandemia había cerrado la escuela donde enseñaba inglés y me quedé sin trabajo. Necesitaba dinero, pero el virus no mermaba y no señales de retroceso.
Sin más opción, salí a la calle con un cartel ofreciendo clases virtuales de inglés por menos de un dólar la hora para generar ingresos. Nunca me imaginé el desenlace.
Ese primer día, 16 de julio de 2021, salí a la calle con mi cartel y caminé por el Centro Histórico de la Ciudad de México. La esperanza y el entusiasmo llenaron mi corazón, pero los primeros momentos fueron muy duros.
El clima estaba nublado y frío, poco común en los meses de verano. Estaba muy nervioso de que la gente no reaccionara bien a lo que estaba haciendo.
Me preocupaba cómo hacer que la gente me viera y confiara en mí. Muchos mexicanos no están familiarizados con el mundo digital y tienen muchas dudas sobre lo que suceden en línea.
Al principio, me quedé en silencio y sólo mostré mi letrero. Algunas personas me miraban, pero no se atrevían a pedir más información ni a acercarse a mí.
Una vez que noté esta desconfianza, decidí hablar. Les expliqué que la primera clase era gratuita y que podían comprobar la calidad de mi trabajo. Eso fue más efectivo, mucha más gente comenzó a preguntar. También les mostré algunas fotos mías en acción en las aulas de la escuela, para demostrar que soy docente.
Todos fueron muy amables. No tuve ningún problema, e incluso sentí mucha empatía. Me llenó de ánimo.
Pasé largas horas sosteniendo mi póster, esperando que, en algún momento, mi situación mejorara. Lo que nunca creí fue que iba a ser tan rápido.
Durante el transcurso de mi segundo día con el letrero, me quedé fuera del metro de Bellas Artes. Algunos adolescentes se acercaron y me pidieron una foto para compartir en sus redes sociales.
Acepté y posé para ellos. Fueron amables, pero pensé que todo era una broma. No tenía idea del alcance de las redes sociales. Después de tomar las fotos, continué caminando por la ciudad.
Después de sólo dos días, esas fotos se volvieron virales. Me llegaron muchísimos mensajes preguntando sobre horarios y disponibilidad. Tuve que dejar de salir a la calle con mi cartel para tener más tiempo para responderles.
Para mi sorpresa, algunos medios me contactaron para una entrevista. Artistas e influencers publicaron mi foto en sus redes sociales pidiendo a sus seguidores que me apoyaran.
Todavía no comprendía completamente lo que estaba sucediendo. A medida que el apoyo virtual crecía y más y más personas se contactaban conmigo, me sentía aturdido y no podía creer que mi historia estuviera tomando tal magnitud.
Cuando salí de mi casa con mi cartel, creía que me tomaría meses viajar a diferentes partes de la Ciudad de México para llenar mi agenda. Sin embargo, aquí estaba días después, con más estudiantes de los que podía atender.
Con mi letrero y mi historia, conseguí el apoyo financiero y ahora puedo dedicarme plenamente a mi verdadera vocación: la enseñanza. Paso mis días dando clases en línea a más de 150 estudiantes, armado sólo con una computadora, un altavoz y una cámara web. Gente de
Argentina y España han pedido lecciones, pero he tenido que rechazarlas porque estoy al límite.
Diseñé un curso de seis meses que incluye dos clases por semana. Les doy a mis estudiantes materiales de estudio además de las grabaciones de video de la clase para brindarles apoyo y flexibilidad a medida que aprenden.
Una de las mayores satisfacciones que he experimentado con mis clases en línea es una conexión inesperada con los estudiantes más jóvenes. Están muy entusiasmados y emocionados por nuestras lecciones, y me gusta escucharlos participar y divertirse. Me recuerda mi tiempo en las aulas antes de la pandemia.
El aprendizaje en línea también tiene sus complicaciones. Por ejemplo, no puedo ver a todos mis alumnos y saber si se están expresando correctamente; muchos desactivan su video, lo que puede limitar mi efectividad.
También ha sido un gran desafío adaptar mi casa para ofrecer una experiencia similar a la que vivimos en el aula. Tuve que usar una habitación lateral donde se guardan las cenizas de mi abuela. Ojalá hubiera otra opción, pero por ahora este es el único espacio tranquilo que tengo.
Me esfuerzo por lograr la empatía en mi vida, y en mi profesión la pongo en práctica.
Las clases de idiomas son costosas en México. Creo que puedo devolver parte del apoyo que he recibido ofreciendo una opción más asequible. Siento que es mi deber como profesor tratar de ayudar a la mayor cantidad posible de personas a acceder a las maravillas de un nuevo idioma.
Regresar a un salón de clases tradicional ya no tiene ningún atractivo para mí. No quiero volver a esas escuelas. Creé una a mi medida.