Ahora que yo mismo he recorrido este camino, entiendo que la discapacidad y la inclusión deben ir de la mano. Lucho todos los días, a través del deporte, por una sociedad que desmitifique la discapacidad para romper etiquetas y vivir juntos en un mundo más diverso y tolerante.
NEUQUÉN, Argentina—Desde muy joven encontré alegría y pasión en el mundo del automovilismo. A los 4 años, mis padres me introdujeron en el karting. Crecer y formarme en el motociclismo a nivel local e internacional fue y es, sin duda, un sueño hecho realidad.
Sin embargo, cuando tenía 18 años, entrenándome para competir en Chile, ocurrió un accidente que cambió mi vida para siempre: caí en un salto cuesta abajo, con todo mi cuerpo dando vueltas por los aires. Si cierro los ojos, todavía puedo sentir el dolor y la tristeza que me trajo ese momento. Fue el comienzo no solo del sufrimiento físico, sino también de la lucha psicológica y emocional.
Inmediatamente me trasladaron a urgencias. Pensé que mi vida deportiva había terminado.
No podía sentir mis piernas ni ver bien, todo parecía borroso. Aun así, una parte de mí, en el fondo, estaba agradecida de estar vivo.
Cuando llegó, el diagnóstico médico me destrozó: varias vértebras se habían roto y una de ellas explotó hacia adentro, causándome una lesión en la médula espinal. Se me hundió el corazón y se me formó un nudo en la garganta al pensar en no volver a montar una moto nunca más —nunca volver a hacer «mi magia»— de la misma manera que lo había hecho.
Sin embargo, también sentí el deseo de luchar y mantener una actitud positiva. Sabía que tenía que sacar fuerzas de donde pudiera. Honestamente, no sé de dónde vino, pero este instinto me llevó a encontrar la manera de seguir con el deporte motor. La discapacidad no iba a impedirme seguir con mi pasión.
Doy gracias a Dios que pude acceder a una buena atención médica ya una clínica de rehabilitación donde aprendí a ser funcional. Antes de mi accidente, no sabía lo que significaba discapacidad. Sin embargo, los siguientes meses me obligaron a descubrir y aprender a entender este nuevo mundo: mi nuevo mundo.
Me engañé pensando que reanudar el entrenamiento sería fácil, pero eso era una fantasía. Me encontré enfrentando muchos inconvenientes y desafíos.
Pasaron días, semanas, meses y eventualmente años, y la tristeza me abundaba. No podía entrenar como antes, ni volver a acercarme a mi ritmo de entrenamiento previo. Me sentí perdido.
Sin embargo, todo empezó a recuperar su color dos años después de mi lesión. Pude volver a competir; mis carreras fueron a un ritmo diferente y en categorías divisionales menores, pero aun así, pude reanudar mi sueño.
Como no puedo usar las piernas, mi auto está adaptado y lo conduzco completamente desde los controles al volante.
Estaba feliz, abrumado y ansioso por revivir esta pasión, este sueño que me motivaba. No me importaba la categoría o que no pudiera realizar los mismos movimientos que antes; simplemente estar encima de un automóvil o motocicleta, listo para salir a la pista de competencia, me hizo sentir realizado.
Hoy no pierdo el sueño pensando en volver a caminar. A pesar de mi lesión, es suficiente para poder seguir entrenando y viviendo mi sueño de competir en los deportes de motor.
Ahora que yo mismo he recorrido este camino, entiendo que la discapacidad y la inclusión deben ir de la mano. Lucho todos los días, a través del deporte, por una sociedad que desmitifique la discapacidad para romper etiquetas y vivir juntos en un mundo más diverso y tolerante.