Dentro de la cárcel, comencé a buscar formas de mejorar la vida de mis compañeras trans: atendí a los pacientes con VIH, que no tenían ayuda.
CIUDAD DE MÉXICO, México – Ser una mujer transgénero en México no es fácil y cuando decides serlo, lo pierdes todo: familia, amigos, oportunidades laborales, incluso, la dignidad.
Te quedas sin nada.
A los nueve años dejé mi casa. A partir de ese momento, comencé a trabajar en servicios sexuales y a consumir drogas.
Prácticamente toda mi vida sentí una sensación de abandono y soledad, pero la posibilidad de ayudar a otras mujeres transgénero le dio sentido a mi vida.
Mi nombre es Kenya Cuevas, tengo 48 años y vivo con el VIH desde los 13.
Durante la mayor parte de mi vida fui analfabeta.
De los 11 a los 28 viví en la calle pidiendo limosna para comprar drogas. Quería morir. Sentí que no le importaba a nadie, nadie me buscó.
Muchas veces pensé en suicidarme pero no me atreví.
Años después, terminé en la cárcel. Cumplí una sentencia de 10 años, ocho meses y siete días. Me acusaron de tráfico de drogas, delito que no cometí.
La discriminación llegó a tal punto que no tuve acceso a un abogado ni a un juicio. Me sentenciaron directamente, y eso fue todo.
Dentro de la prisión, experimenté violencia extrema debido a mi condición de género.
Otros abusaron sexualmente de mí y me obligaron a prostituirme con otros presos.
Dentro de la cárcel, comencé a buscar formas de mejorar la vida de mis compañeras transgénero.
Cuidé a los pacientes con VIH, que hasta ese momento, no tenían la supervisión adecuada.
Les insté a hacerse la prueba y a tomar la medicación adecuada.
En 2010, salí de la cárcel y decidí luchar por el bienestar de las trabajadoras sexuales. Exigí pruebas de VIH, repartí condones y comencé a difundir medidas para prevenir infecciones.
Este proyecto transformó mi vida. Dejé las drogas y me convertí en una activista social que busca dignificar la vida de las mujeres transgénero en México.
En 2016, asesinaron a mi amiga Paola Buenrostro.
Paola y yo trabajamos juntas en el comercio sexual. Este evento violento sacudió mi vida y me obligó a buscar justicia para ella. Esta se convertiría en mi nueva causa en mi rol de líder social.
Meses después, tres sujetos intentaron matarme. Decidí dejar el trabajo sexual para dedicarme de lleno en la creación de la Fundación Casa de las Muñecas Tiresias.
Era hora de hacer realidad mi sueño.
A través de mi organización, las niñas transgénero pueden tener un apoyo integral en las áreas de educación, consejería, finanzas, trabajo y atención médica.
También, he hecho un esfuerzo por rescatar los cuerpos de muchas niñas y mujeres transgénero para darles un entierro digno.
Son mujeres transgénero que han sido asesinadas o han muerto a causa del VIH. Algunos mueren en la calle y no tienen familia. Las reclamo y les doy un entierro cristiano.
Es una forma de honrarlas incluso después de la muerte.
También ayudamos a las internas del penal de Santa Marta. Ayudamos a las mujeres transgénero con sus casos y les enseñamos a las personas del Dormitorio 10, donde están las reclusas VIH positivas, sobre la ley.
Con el paso de los días nos dimos cuenta de que teníamos que ofrecer un espacio donde las mujeres transgénero pudieran vivir seguras y con las condiciones adecuadas para su rehabilitación. Por eso fundé la Casa Hogar Paola Buenrostro en honor a mi amiga asesinada.
Es el primer albergue de su tipo en México. El albergue recibe a las niñas que salen de la cárcel, hospitales o instituciones gubernamentales. De esta manera, se integran a la educación primaria, aprenden finanzas personales e ingresan a un programa de capacitación laboral.
Entrar en el albergue significa que ya no pueden hacer trabajo sexual. Es como un internado donde la única obligación que tienen es estudiar y aprender oficios cuidando su salud física y emocional.
Una forma de dignificar su vida es entender que pueden tener un sinfín de profesiones y que vender su cuerpo y su dignidad no es su única opción.
Soy un ejemplo vivo de que podemos sobrevivir a uno de los trabajos más violentos, con la exposición más significativa al transfeminicidio, para llevar una vida mejor.
Como la de cualquier otra persona, la vida de las mujeres transgénero está llena de sueños destrozados por la falta de empatía y educación.
Mi mayor sueño es vivir en una sociedad respetuosa que no criminalice a las personas trans ni a ningún sector diferente al estereotipo establecido.
Mientras la sociedad continúe comportándose de esta manera, nuestra mayor venganza es ser feliz.