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Con su hijo parapléjico, una madre emigra ilegalmente a Uruguay en busca de una vida mejor

Estoy todo el tiempo a su lado, no puedo dejarlo. Soy sus manos, sus piernas, su respiración. Si no le doy un vaso de agua, no lo puede coger; si hay un mosquito cerca suyo, yo tengo que matarlo, porque si le da dengue se me muere. Cualquier pequeña amenaza parecía acarrear el peso de consecuencias letales.

  • 1 año ago
  • octubre 13, 2023
6 min read
<b>Balbina Ponse Matia and her son in Montevideo |  Photo Courtesy Sandra Hercegova </b> Balbina Ponse Matia and her son in Montevideo | Photo Courtesy Sandra Hercegova
PROTAGONISTA
Balbina Ponse Matia, natural de La Habana (Cuba), dedicó su vida a atender sin descanso a su hijo parapléjico, Irael Masó Ponse, quien, a pesar de sus problemas físicos, cursa actualmente estudios de programación en Montevideo. A sus sesenta años, Balbina mantiene a su familia gracias a la pensión de invalidez de su hijo, complementada por el generoso apoyo y las donaciones de personas de buen corazón. Su profundo compromiso con el bienestar de su hijo es un ejemplo de su fortaleza y resistencia, ya que afronta los retos de la vida con gracia y determinación.
CONTEXTO
Recientemente se ha observado un notable aumento de la emigración de Cuba a Uruguay, lo que ha suscitado preocupación por la aparición de organizaciones de tráfico de personas que facilitan el transporte terrestre de estos emigrantes desde Guyana. Como resultado de los recientes cambios en la política de inmigración de Uruguay, aproximadamente diez mil cubanos residentes en Montevideo corren ahora el riesgo de encontrarse en un limbo burocrático, enfrentándose a posibles problemas de documentación y residencia.
Source: El Observador.

MONTEVIDEO, Uruguay — Hace dieciocho años, nuestras vidas cambiaron para siempre. Yo estaba en mi casa, cenando, cuando sonó el teléfono. Mientras me contaban que mi hijo había tenido un accidente y estaba siendo trasladado a un hospital, el mundo perdía sentido. El espacio se volvió espeso, me sentía aturdida, pero al mismo tiempo, de forma casi mecánica, me puse en acción. Llamé a un taxi y corrí al hospital. No sabía aún qué tan grave era, pero mi niño estaba en un hospital y eso ya era lo suficientemente triste para mí.

En cuanto me dijeron que vivía, me volvió el alma al cuerpo. Hubo una luz. Fue la última buena noticia, casi la única, que recibimos. Había sufrido un fuerte golpe en el cuello y no sería capaz de moverse por sí mismo nunca más. A pesar de todo, nuestro vínculo permaneció inquebrantable. Nos llevara donde nos llevara la vida, permanecíamos juntos, codo con codo.

Más información sobre inmigración en Orato World Media

Inmovilizado en una silla de ruedas: Me convertí en el salvavidas de mi hijo

Él tenía quince añitos, era un muchacho fuerte, de un metro noventa de altura. ¿Cómo podía ser que ahora quedaría confinado a una silla de ruedas por el resto de su vida, sin sensibilidad desde el pecho hacia abajo?

Una tarde, en el hospital, veía a mi hijo dormir en su camilla. Alrededor todo era silencio y calma. De un momento a otro, adquirió un tono azulado. Me desesperé, llamé a las enfermeras Y me tiré sobre su pecho, rogándole a Dios que respirara. Que me lo salvara.

Tuve la certeza de que, a partir de entonces, no podría alejarme de su lado. Que él viviera dependía y depende de que yo no descanse. A lo largo de los años hubo muchas complicaciones, y mi hijo sólo repetía “Esto no puede estar pasando”. Yo dejé todo de lado, hasta mis relaciones. Opté por la vida de mi hijo.

Estoy todo el tiempo a su lado, no puedo dejarlo. Soy sus manos, sus piernas, su respiración. Si no le doy un vaso de agua, no lo puede coger; si hay un mosquito cerca suyo, yo tengo que matarlo, porque si le da dengue se me muere. Cualquier pequeña amenaza parecía acarrear el peso de consecuencias letales.

Él a veces me dice que ya no quiere vivir. Yo intento sacarlo de esos cuadros emocionales. Intento reinventarme para que él pueda disfrutar la vida. Por eso surgió la idea de migrar hacia Uruguay.

Una madre y su hijo discapacitado se aventuran a viajar a Guyana, pero las dificultades económicas les obligan a utilizar medios de transporte terrestre ilegales

Nuestra determinación nos llevó a soñar con un nuevo comienzo en Uruguay. Una tiene, como madre, eso de decir “Sí, podemos”. Siempre estoy guerreando. Se cae el mundo, y a veces me pregunto para qué seguimos viviendo. Somos dos luchando, como un circuito cerrado. Él y yo, yo y él. “Vamos a viajar, a arriesgarnos”, le dije. Y vi el brillo en sus ojos. Sólo pensar en subir a un avión, en ver paisajes diferentes, conocer otras personas, nos cambió el ánimo. Vendí todas nuestras cosas y compré los pasajes en avión hasta Guyana. A partir de ahí, comenzaron las dificultades. Ya no teníamos dinero para otro avión, sólo nos alcanzaba para transporte por tierra, ilegal.

Una noche, en medio de las veinte horas de viaje en ómnibus, nos detuvimos en el medio de la nada. Hacía mucho calor, mi niño sudaba y estaba incómodo. Moverlo de asiento era imposible. El guía nos hizo bajar a todos, no podríamos seguir viaje por esa vía, teníamos que caminar. No se veía nada, sólo una oscuridad que lo cubría todo. Las demás personas comenzaron a caminar, se alejaron, y quedé sola con mi niño. Todos estábamos abandonados, pero entre todos los más vulnerables éramos nosotros. Pensé que allí se terminaban nuestras vidas.

Miré al cielo, las estrellas, y dije “Esto es el fin”. No lo vivimos con pesar. Habíamos elegido morir siendo libres, buscando algo distinto, y estábamos consiguiéndolo. Si Dios determinaba que era nuestro final, lo aceptábamos. Elegimos esta aventura en busca de un futuro mejor. Fuera lo que fuera lo que nos deparara el destino, lo afrontaríamos juntos.

La ausencia de miedo fue percibida por el resto, que volvió hacia nosotros. El ómnibus también regresó, y todos nos subimos. Yo creo en el universo, en esa fuerza que me hace visualizar cosas. Y yo visualicé que llegaba a Uruguay, por eso lo conseguimos. Cosas malas tienen que pasar en la vida, pero Dios quiso que mi hijo estuviera vivo para seguir batallando y dándome fuerzas a mí.

En Montevideo, atravesar la inmigración parecía un maratón

Avanzábamos por la carretera y, llegando a Tres Cruces, vimos las luces de Montevideo. Todavía con el trauma de lo vivido, ajetreada por los problemas, pude disfrutar toda esa belleza. Tomamos un taxi en cuanto bajamos del ómnibus, y yo no podía dejar de observar a mi niño, que conversaba animado con el chofer. Se sentía y se veía como una persona normal. Fue una sensación muy bonita.

No sabemos hasta cuándo podremos quedarnos aquí. Los trámites migratorios son muy complicados. Vivo un día a la vez, no tengo perspectiva de futuro. Es como entrar en otra carrera maratónica. Una carrera que nunca logras terminar porque te piden muchas cosas. Mi economía no me permite ir a Brasil y volver para tener el pasaporte sellado.

Además, serían muchas horas de viaje, y a mi niño se le dificultan. No le veo la solución. Tampoco tengo miedo, porque ya hace rato pensamos que estamos de más. Vivir el momento es mi mantra ahora. Mi única expectativa es levantarme por la mañana, tratar de sentarlo en la silla de ruedas, abrigarlo, prepararle el desayuno, el almuerzo, inventar qué le voy a dar de comida y dormir por la noche.

No pienso mucho en eso, pero espero que Dios se lleve primero a mi hijo. Porque sé que nadie podría cuidarlo todo el tiempo. No voy a permitirme que él se quede solo sufriendo. O se va mi hijo primero o nos vamos los dos juntos, pero yo no se lo puedo dejar a nadie. No hay fuerza humana, por mucho que usted le pague a una persona, que pueda soportar este peso todos los días. Cuando él se vaya, yo no voy a tener fuerzas para retomar una vida. Me iría con él.

Mi niño no escogió tener ese accidente, y por eso cada mañana, cuando me levanto, le sonrío sin importar cómo me esté sintiendo. La sonrisa no le puede faltar. Mientras tanto, disfrutamos estar juntos. Nos gusta pasear por Montevideo y observar alrededor, cómo se mueve la gente, la belleza de la rambla. La vista es nuestro mejor alimento. El mayor privilegio que tiene el ser humano.

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