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Reconstruyendo Malkiya: Los granjeros israelíes de la frontera libanesa se enfrentan a ataques para mantener vivo el kibbutz

Lleno de adrenalina, avanzaba por el campo ahuyentando el fuego como podía. El humo persistente se mete en los ojos y provoca lágrimas, su olor es penetrante y la capa negra que cubre el aire impide ver por dónde avanzar.

  • 4 meses ago
  • agosto 4, 2024
7 min read
Fire near Malkiya Kibbutz Fire near Malkiya Kibbutz | Photo courtesy of Eitan Oren
notas del periodista
Protagonista
Eitan Oren, de 63 años, vive en el kibutz Malkiya desde hace 40 años. Trabaja como guía turístico y es padre de cuatro hijos y abuelo de una nieta de un año.
Contexto
Desde que comenzó el conflicto entre Israel y Palestina, el ejército israelí ha rastreado 5.450 lanzamientos de misiles hacia el norte de Israel, al principio con misiles antitanque de corto alcance pero cada vez más con drones, según el Centro Alma israelí de Investigación y Educación. En Líbano, las acusaciones contra Israel incluyen el uso de proyectiles incendiarios de fósforo blanco. El 7 de octubre de 2023, una incursión dirigida por Hamás en el sur de Israel desencadenó un grave conflicto en la región. Desde entonces, el grupo terrorista libanés Hezbolá ha lanzado numerosos ataques con misiles contra el norte de Israel en apoyo de Hamás. El conflicto ha causado numerosas víctimas y destrucción en ambos bandos, incluidos grandes daños medioambientales en el norte de Israel. Más información.

MALKIYA, Israel — Hace cuarenta años, cuando supe de la existencia de los kibutz, quedé deslumbrado. Supe que mi destino sería vivir en uno de ellos, rodeado de naturaleza y animales. Y pude cumplir mi sueño en Malkiya, donde conocí a mi esposa, con la que tuvimos tres hijas y un hijo. Ese lugar de ensueño, sin embargo, quedó completamente transformado luego del ataque de Hamas en territorio israelí el 7 de octubre de 2023.

Camino por las calles de mi kibutz, y es como si lo hiciera por un pueblo fantasma. Ya no hay niños jugando en los jardines, no hay familias dándole vida al lugar. El canto de los pájaros compite con los estruendos de tiroteos y bombardeos que llegan desde Líbano. Quedamos solamente quince personas, manteniendo todo en condiciones para cuando el resto se anime a regresar.

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Regreso a una ciudad fantasma: la lucha por reconstruir Malkiya en medio del conflicto

Aquella mañana, yo estaba en Oklahoma, Estados Unidos, dando clases sobre Israel en unas iglesias judeocristianas. En cuanto vi las noticias, quedé petrificado. No podía creer lo que estaba sucediendo. De inmediato, me informaron que mi vuelo de regreso a casa había sido cancelado. Sentí ansiedad por volver, para ver y cuidar de mi familia y mi comunidad, pero no era posible. Durante un mes, tuve que quedarme muy lejos, en otro continente, viendo lo que sucedía a través de los medios.

A la distancia, supe que muchos de mis vecinos decidían autoevacuarse y abandonar el kibutz. Cuando por fin pude volver, me encontré con un lugar completamente distinto al que había dejado.

Seguía siendo tan hermoso como antes, la naturaleza brillaba en todo su esplendor. Pero prácticamente no quedaba gente. De las seiscientas personas que habitaban el lugar, sólo quedamos quince. Me impactó ver las calles desiertas y la ausencia de voces humanas. El silencio sólo era interrumpido por estallidos lejanos. Fue una sensación muy triste.

Mi pueblo solía ser un lugar muy alegre, donde los niños corrían por todas partes. Ahora es un lugar fantasma. Algunas casas fueron alcanzadas por misiles y quedaron destrozadas. Pero quienes decidimos quedarnos no dejamos que eso nos desanimara. No hay tiempo para sentirse triste ni para lamentar la situación. Hay muchas cosas que hacer, todo el tiempo. Nos organizamos y nos pusimos manos a la obra. Limpiamos los escombros donde los hubiera, tapamos con maderas los enormes huecos que los misiles dejaron en esas casas, para que no quedaran a la intemperie. Desde el principio, pensamos en hacer que Malkiya sea un hogar para cuando las personas decidan volver, si es que lo hacen.

En mi casa hoy estoy solo, mi familia entera se trasladó a otro lugar. La casa es demasiado grande para mí solo, y extraño mucho a mi familia. Contemplo los espacios donde solíamos pasar tiempo juntos y es inevitable añorar esos momentos, pero no dejo que esto me afecte demasiado emocionalmente. Quiero enfocarme en lo importante. Y, aunque mi familia no esté, no me encuentro solo. Quienes se quedaron en el pueblo son más que mis amigos, los considero hermanos.

Luchando contra las llamas y la adversidad: el espíritu resistente de los agricultores de Malkiya

A mediados de mayo de este año, ante la llegada del verano, las lluvias que nos acompañaron durante el tramo final de 2023 cesaron. Con los campos más secos, los bombardeos cercanos provocaron incendios. Al notar lo que estaba pasando, inmediatamente nos reunimos para desarrollar un plan de acción. Nos subimos a toda velocidad a los vehículos cisterna, con los que regamos las plantaciones, y nos colgamos de la espalda las mochilas conectadas a un tubo que sopla aire, con lo que usualmente movemos hojas de un lado a otro. Con esas herramientas, nos acercamos a la zona donde las llamas amenazaban con acercarse a nuestro terreno.

Es terrible pararse frente a un escenario así con herramientas improvisadas. Nos sentíamos listos para lo que fuera, pero también sabíamos íntimamente que lo que teníamos a disposición no era lo ideal. Lleno de adrenalina, avanzaba por el campo ahuyentando el fuego como podía. El humo persistente se mete en los ojos y provoca lágrimas, su olor es penetrante y la capa negra que cubre el aire impide ver por dónde avanzar.

El viento podría ser nuestro enemigo, si empuja las llamas hacia nuestros cultivos. Los viñedos donde cultivamos uvas para comer y también para producir vino, quedaron parcialmente afectados. No sentía miedo. Quienes tienen miedo se fueron del kibutz, aquí quedamos los hombres valientes que vamos a proteger nuestro hogar sin importar las consecuencias. Avanzamos decididos sobre un suelo que crujía, seco y, en algunos tramos, lleno de cenizas. El calor intenso hacía que el sudor nos pegara la ropa a la piel, y que las cenizas también se adhirieran a nosotros, tiñéndonos. Pero debíamos seguir. Nuestros cultivos no sólo son parte de nuestro pueblo, sino también nuestra fuente de sustento, y no podíamos permitir que las llamas los consumieran. La lucha es desigual, pero me siento en condiciones de mantenerme firme.

Hasta ahora, pudimos alejar toda amenaza que se nos presentó y conservar el lugar que amamos. Al principio de todo esto, el sonido de los bombardeos no me dejaba dormir. Pero hoy prácticamente no me modifican para nada.

Encontrar consuelo en la familia en medio del conflicto armado

Me impresiona cómo el cuerpo y la mente se adaptan a cualquier situación. Es como si mi cerebro borrara todos esos estruendos, que siguen sucediendo, pero ya no me molestan.Sin embargo, algunas señales me demuestran que estoy en un estado de alerta permanente.

Para descansar de nuestras jornadas de trabajo en la granja, que duran alrededor de quince horas diarias, nos turnamos para tomarnos vacaciones. Cuando viajo a una ciudad como Tel Aviv, no consigo calmarme por completo. De repente, alguien cierra el baúl de su auto y ese golpe me obliga a girar la vista, pensando que un misil había caído cerca nuestro. Intento no ser paranoico, pero constantemente me encuentro buscando con la vista la fuente de cualquier ruido fuerte que me altere. Siento que tengo que estar listo para lo que sea.

Lo único que consigue aislarme definitivamente de todo esto es jugar con mi nieta de un año. Cada vez que puedo, me subo a mi camioneta y manejo durante una hora hacia el sur del país, donde vive mi hija mayor. Bajo del auto y, en cuanto veo a mi nieta, todo mi semblante se modifica. La preocupación y la seriedad dan paso a una alegría enorme, a un amor profundo. Viendo sus movimientos, aun torpes y graciosos, y sus ganas de absorber un mundo en el que todo es nuevo para ella, me olvido de mis problemas y ocupaciones. Todo lo demás desaparece.

Pero ese tiempo es breve, a veces de sólo una hora. Siento la necesidad y el compromiso de volver al kibutz. Si me voy y pasa algo, sería un problema. Tengo que estar acá para responder cuando ocurra algo. Puede haber en cualquier momento nuevos incendios, puede caer un misil en mi casa. Puede ocurrir, incluso que Hezbollah se atreva a invadirnos. Entonces, estamos acá esperando, listos para lo que sea que se necesite.

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