A pesar de cumplir con los requisitos, mis superiores intentaron detener mi candidatura al puesto de Jefa de Residentes por ser una mujer trans. La discriminación de la que parecía haber escapado volvió una vez más para detener mis sueños.
BUENOS AIRES, Argentina – Enfrenté la discriminación y luché para convertirme en la primera Jefa de residentes transgénero del país.
Para alcanzar este objetivo, me enfrenté a mis superiores, quienes me llamaron travesti y dijeron que si me elegían, bajaría el estatus del hospital.
Mi sufrimiento, sin embargo, no comenzó en el trabajo.
Mi infancia fue imposible. En la escuela, me dolía que mis compañeros me llamaran por mi nombre de nacimiento, que no coincidía con mi manera de autopercibirme. Me hicían sonrojar y me avergonzaba.
A medida que fui creciendo, se volvió más difícil manejar esas situaciones incómodas. Cuando le entregaba a alguien mis documentos, a menudo me miraban con desdén porque la forma en que me vestía no coincidía con mi nombre.
Finalmente, dejé de ir a las citas médicas y de hacer trámites. Dejé la escuela varias veces hasta que finalmente terminé la secundaria en un instituto para adultos.
Inmediatamente entré a enfermería, siguiendo los pasos de mi hermana Paula, con quien comparto esta vocación.
Allí, competí con 200 enfermeras y terminé entre los diez primeros puestos. Este resultado me permitió elegir la atención primaria como mi especialidad.
A pesar de cumplir con todos los requisitos, mis superiores intentaron frenar mi candidatura. La discriminación de la que parecía haber escapado volvió una vez más para detener mis sueños.
Seguí adelante de todos modos y, finalmente, logré mi objetivo.
Al hablar de las dificultades de mi vida, utilizo el tiempo pasado. Tuve una vida dura.
Uno de los pasos que di hacia la inclusión en la sociedad fue cambiar mi género en mis documentos.
En 2012, en Argentina, se promulgó la Ley de Identidad de Género y mi vida cambió.
Gracias a la Ley, pude obtener mi nueva identificación y terminar la secundaria, el lugar que había dejado debido a la discriminación.
Una vez que mis documentos coincidieron con mi manera de autopercibirme, los profesores me respetaron gracias al marco legal. Ellos probaron los límites. Mis maestros, a veces, usaban mi apellido, Esteban, para molestarme.
Lo que me pasó es noticia, pero no debería serlo. La inclusión debería ser normal.
Poco a poco, la gente como yo va ganando más espacio, aunque la segregación de diferentes grupos todavía obliga a algunas personas a mantenerse al margen.
En la comunidad transgénero, hemos sido marginados en todas las áreas de nuestras vidas, incluido nuestro trabajo. Para muchos de nosotros, eso significa que la única opción que queda es ganar dinero a través de trabajos como la prostitución.
La falta de atención médica debido a la discriminación hace que la expectativa de vida sea muy baja.
Uno de mis objetivos es ayudar a la comunidad transgénero creando campañas para que regresen a las clínicas.
Hoy en día, no hay pacientes transgénero que acudan al centro de salud. Por eso quiero crear guías para que sepan a dónde tienen que ir.
Además, me gustaría motivarlos a registrarse para sus vacunas, recibir consejos sobre métodos anticonceptivos y enfermedades de transmisión sexual, e, incluso, hacerse chequeos de rutina.
Actualmente, hemos incorporado pruebas rápidas de enfermedades de transmisión sexual en las citas de seguimiento. Este logro me da una gran alegría y orgullo porque reafirma cada día mi vocación de enfermera.
Espero que mi historia sea la primera de muchas y que cada vez sea más común que las personas trans ocupen diferentes posiciones vitales en la sociedad.
Espero que cada vez más entremos al sistema de salud pública.