Nos hicimos amigos rápidamente, y cada día que estaba ahí, antes o después del trabajo, me pasaba a buscar en su moto y me llevaba a diferentes partes de la ciudad. Me mostraba qué comidas probar, mientras yo le invitaba a compartir mi mesa. Aunque veníamos de partes opuestas del mundo, enseguida sentí que le conocía desde hacía mucho tiempo. Me enseñó el valor de la calidez, una sonrisa amable y un espíritu generoso.
BARCELONA, España ꟷ Soy un nómada digital, en constante movimiento. De Belice a Siria, pasando por Pakistán, cada lugar cuenta una historia. Consigo ver por mí mismo cómo es el mundo en realidad. Quería viajar por el mundo para sorprenderme a mí mismo. Para mí, es mejor que cualquier formación universitaria.
Aprendo visitando países, comiendo su comida, comprendiendo su cultura y aprendiendo sus tradiciones. No se puede adquirir esa profundidad estudiando en un aula. Nadie puede enseñarte. Hay que vivirlo.
Era muy joven y junto a mi familia comencé con algunos viajes a Europa o Norteamérica, pero cuando termine el colegio tomé la decisión de irme. Trabajé en diferentes países como Nueva Zelanda, Estados Unidos y Australia. Me gustó ese estilo de vida más nómade, con la posibilidad de estar en constante movimiento.
Una vez que me di cuenta de mi vocación de nómada digital, nunca dejé de viajar. Hoy hago base en Barcelona, pero me desplazo con frecuencia. Después de mi primer viaje en solitario a Nepal, fui a Líbano y Siria. Aprendí de primera mano por lo que pasa la gente. Me sirvió para poner los pies en la tierra. Vi cómo la gente debe luchar cada día para vivir en este mundo.
Una vez viajé a Belice sin mi pareja. Como miembro de un grupo mundial de «couch surfers», me las arreglé para alojarme con una persona en su casa. Cuando llegué al país, paré un taxi. El conductor me dijo que no me llevaría al lugar, aunque estaba cerca. Llamé a un segundo taxi y a un tercero. Todos dijeron que no. Finalmente, el cuarto taxista aceptó llevarme a la casa.
Llegamos a la favela y dudé, pero pronto vi a mi anfitrión esperándome con su bicicleta. Mi corazón empezó a latir con más fuerza y el miedo se apoderó de mí. Aunque el taxista se ofreció a llevarme de vuelta a la terminal, decidí confiar en la situación y quedarme. Atravesamos un barrio precario hasta la casa del señor. Pronto me di cuenta de que era una persona muy generosa.
Ya dentro, decidí darme una ducha. Salía un pequeño hilo de agua. En el suelo había dos trozos de madera para evitar que te cayeras al pozo por donde corría el agua del baño. Sumamente humilde y agradecido, me quedé. Mi anfitrión me ofreció desinteresadamente comida y café, a pesar de vivir en la extrema pobreza. Compartió lo poco que tenía.
Cuando llegué a Siria, la crisis económica mostraba claramente su rostro. En una situación aguda, el país tenía muchas restricciones. Rápidamente descubrí lo mucho que luchaba la gente sólo para conseguir combustible. Muchos dejaron de usar sus vehículos o se deshicieron de ellos por completo. Sin embargo, existía un gran sentido de camaradería entre ellos. Se ayudaban unos a otros, agitando los pulgares a un lado de la carretera para que los que aún tenían vehículo pudieran llevarlos a sus destinos. Me conmovió ver cómo los seres humanos se unían en los peores momentos.
Al igual que en Siria y Brasil, en Pakistán también experimenté la bondad de la naturaleza humana y la generosidad de la gente. Cuando le hablé al director de un hotel de Pakistán de mi proyecto de recorrer todos los países del mundo, puso cara de sorpresa. Pronto me confirmó que el pueblo pakistaní sigue siendo uno de los más amables y hospitalarios del mundo.
Nos hicimos amigos rápidamente, y cada día que estaba ahí, antes o después del trabajo, me pasaba a buscar en su moto y me llevaba a diferentes partes de la ciudad. Me mostraba qué comidas probar, mientras yo le invitaba a compartir mi mesa. Aunque veníamos de partes opuestas del mundo, enseguida sentí que le conocía desde hacía mucho tiempo. Me enseñó el valor de la calidez, una sonrisa amable y un espíritu generoso.
Siempre extraño Argentina y a mi familia y amigos. El país de origen sigue siendo algo que nunca se puede reemplazar. Quiero ver crecer a mis sobrinos, así que tengo en mente que siempre puedo volver.
Mientras viajo por el mundo, escribo un blog y comparto mis experiencias en mis redes. La gente me hace muchas preguntas sobre países exóticos o lejanos. Muchos lugares les parecen inaccesibles, peligrosos o poco turísticos. Quizá sea cierto, pero yo voy de todos modos. Quiero saber cómo vive la gente en Sierra Leona, por ejemplo, y no se encuentra tanta información al respecto.
Cuando la gente lee artículos y ve información sobre mis experiencias, en mi blog o en las redes sociales, gana confianza y su interés aumenta. Algunos fans incluso preguntan por países que aún no he visitado. Me piden que les avise cuando vaya. Me planteo dirigir viajes de grupos pequeños a destinos de difícil acceso.
Cuando disfruto de estas experiencias espectaculares, quiero compartir mis pensamientos y sentimientos. Quiero contárselo a alguien enseguida, mientras contemplo el lago en Pokhara o me como un escorpión en Pekín. Me encantan las sorpresas y estoy ansioso por compartir el mundo con los demás.