Un nuevo comienzo a pesar de un mundo en pandemia.
ESTOCOLMO, Suecia—Ya hace más de dos meses que llegué a este país sólo con el boleto de ida.
En Argentina, no tenía mucho futuro.
Aquí, la mayoría de los días son grises y oscuros, llueve o nieva. Hay que aprender a adaptarse pero no es tan fácil.
Con el huracán de la incertidumbre que estamos viviendo a causa de esta pandemia, todo es mucho más difícil.
El miedo, la frustración y la incertibumbre se apoderaron de mí cuando me quedé sin trabajo. Mi idea de emigrar de Argentina a Suecia surgió porque quería encontrar un mejor futuro. Estaba cansada de trabajar, invertir mi tiempo y que eso no valiera nada.
Tenía la posibilidad de salir del país e ir a trabajar afuera y ganar un sueldo acorde a la tarea que hacía, lo cual, en Argentina, muy rara vez pasa.
No lo pensé. Buscaba generar ahorros sin tener que matarme trabajando. Vine acá porque fue el único país al que podía entrar en medio de la pandemia. Así que empecé a planear mi viaje desde cero.
Pero no fue como me lo imaginaba. Todo es más difícil.
Con la pandemia todo se complicó.
Cielos hermosos, colinas grandes, edificios robustos y gente colorida. Eso es lo que representa Suecia. Pero, para mí, también representa la oportunidad de una nueva vida.
Mi nombre es Camila Hernández y, a los 21 años, supe que necesitaba cambiar las cosas.
En Argentina, tenía dos trabajos: uno, en una heladería y el otro como cocinera de un salón de eventos que, con la pandemia, pasó a ser restaurante. Eso no lo extraño. Ya hace más de dos meses que llegué a este país sin boleto de retorno. Como dije, estaba cansada de trabajar, invertir mi tiempo y que eso no valiera nada.
Quería encontrar una mejor calidad de vida, una puerta a un mejor futuro.
Buscaba generar ahorros sin tener que matarme trabajando.
Me llevó cuatro meses planear todo para poder viajar con la visa «Working Holiday».
En un principio me invadieron las ansias y no entraba en razón que me iba un año a Suecia. Me lo imaginaba como un país muy al norte donde, en invierno, casi no hay luz.
Lo que más extraño es la comida de mi mamá, ese olorcito sabroso que, cuando llegaba de trabajar, ya se sentía de afuera de la casa. También extraño los mates y las charlas con mis amigos.
Me hace falta la espontaneidad de organizar reuniones con amigos en los bares que frecuentábamos.
Acá eso cambió. Cuando llegué me costó un poco, sobre todo los primeros días. Con el correr del tiempo, o de los días, fui conociendo gente que me ayudó a sentirme mejor. Incluso, con ellos, empecé a crear una linda amistad.
A pesar de haber aumentado los casos de COVID en comparación con sus vecinos nórdicos, en Suecia, se vive de manera distinta.
Al poco tiempo de llegar, conseguí un trabajo temporario pero me duró muy poco porque era una suplencia. En ese momento, ya tenía poca plata y no sabía cuando volvería a conseguir trabajo.
Estuve buscando durante mucho tiempo en varios sitios pero no conseguía nada. Además, la gran dificultad era el idioma.
Pasé un tiempo sin saber qué hacer. No quería verme en la calle o pidiendo limosna.
Cada día enviaba curriculums y me desesperaba pensando cuándo volvería a trabajar.
Es una sensación muy dura y triste. Con la pandemia, todo se complicó.
En un momento, tuve fiebre y me dio miedo.
Enseguida pensé que me podría haber contagiado de COVID y se me pasaron por la cabeza un montón de cosas feas. No quería estar enferma u hospitalizada en un lugar donde no entiendo el idioma.
Sentí muchas veces que me tenía que volver. Que para que vine, que iba a ser yo viviendo en un país con un idioma totalmente diferente y tan frío y lejos de mi familia.
Me sentí sola, atrapada y estancada. Pero después pensé que ya había hecho ese esfuerzo de salir y que no podía dar marcha atrás.
Ahora tenía que tirar para adelante.
Justo en ese momento que conseguí trabajo y pude salir de ese pozo.
Tengo sensaciones encontradas en cuanto a este país.
Lo que más me gusta es la amabilidad y el respeto de su gente.
No hablo su idioma y tampoco inglés; y me ayudan para que intente comunicarme con ellos siempre.
Si alguien está por hacer algo similar y tiene dudas, le diría que se arriesgue. Es difícil, eso seguro, no va a ser todo color de rosas. Si le va mal por lo menos tuvo la experiencia hermosa de viajar y conocer un mundo distinto.
Hay que jugarse por lo que uno quiere y eso no tiene precio. Vale la pena intentarlo.