Entrené en los estrechos pasillos y en el diminuto cubículo dentro del hospital.
BUENOS AIRES, Argentina — Me enorgullece cuando la gente me detiene en las calles de Italia para saludarme, pedirme un autógrafo o tomarse una foto conmigo.
Mis días como jugador de futsal tiene una inamobible rutina: me despierto, desayuno y entreno varias horas para prepararme para los partidos de los sábados.
Después del almuerzo, me tomo un tiempo para descansar el cuerpo y la mente. Salgo a caminar y participo en actividades recreativas.
Siempre trato de tener presente a mi familia. Estamos siempre en contacto. Son una parte esencial de mi vida.
Pero un día, esa rutina cambió.
Mi padre, que lucha contra la epilepsia, sufrió un ataque mientras jugaba en Italia, la meca de mi deporte.
No lo dudé y decidí regresar a la Argentina para estar con él.
A pesar de estar en el mejor momento de mi carrera, renuncié a mi vida en Europa para volver a mis raíces.
Durante la pandemia, mi padre fue hospitalizado por COVID-19. Debido a la falta de personal de salud, decidí aislarme cerca de él.
Allí, en el hospital, comencé a entrenar para no perder mi condición física.
Gracias a mi sacrificio y dedicación, pude volver a jugar en Europa y a representar al Cybertel Aniene de Roma.
Haber llegado a la élite del fútbol sala europeo no es poca cosa. Alcanzar ese nivel dos veces es casi inaudito.
Trabajé duro para llegar a donde estoy.
En diciembre de 2019, estaba en el equipo de la Serie A Sandro Abate.
En uno de esos días, recibí una llamada desde Argentina. Los problemas de salud de mi padre habían resurgido.
Hacía 25 años que mi padre sufría epilepsia. Cuando no toma su medicación, tiene reacciones graves.
Mi cabeza daba vueltas mientras discutía conmigo mismo.
¿Qué debería hacer?
La ansiedad se apoderó de mí.
En medio de la angustia y la incertidumbre, supe lo que tenía que hacer. Era el momento de terminar mi contrato y regresar a Argentina.
Estaba dejando atrás mi carrera, mi futuro.
Pero mi padre me necesitaba. Entonces hice lo que tenía que hacer.
Llegué a Buenos Aires a mediados del 2020. Durante mi aislamieto por el COVID-19, recibí una llamada del vecino de mi papá, que estaba a más de 200 kilómetros de distancia.
Mi padre había tenido otro episodio, uno muy violento. Afortunadamente, mi padre reconoció a su vecino y pudo calmarse.
Al día siguiente, tuvo otro episodio y fue trasladado al hospital donde permaneció sedado.
Hice las maletas y me subí al coche.
Al llegar a Santa Teresita, Provincia de Buenos Aires, fui detenido por la policía porque no era residente ni tenía permiso para circular. En ese momento, en Argentina regía el aislamienso obligatorio.
Pasaron cinco horas mientras defendía mi caso. Finalmente, se me permitió pasar. Manejé lo más rápido que pude hasta el hospital.
Los médicos no tenían respuestas. Estaba en un estado delicado.
Una ambulancia lo llevó a mi hotel. A partir de ahí, fuimos por nuestra cuenta a buscar atención médica en Buenos Aires.
El miedo se apoderó de mi.
¿Y si tiene otro episodio en la carretera? ¿Qué pasa si nos despertamos y queremos salir del vehículo?
Mi padre es un hombre muy orgulloso. Estaba avergonzado de admitir cuando tuvo un episodio.
Pero la suerte estuvo de nuestro lado.
Llegamos al hospital y mi papá no tuvo ningún incidentes.
Regresé a casa para aislarme según las restricciones del gobierno.
Días después, su diagnóstico afirmó que tenía neumonía. Había dado positivo de COVID-19 y sufría una infección qa causa de no tomar su medicación durante un período prolongado.
Los médicos me recomendaron que alguien se quedara con él durante el aislamiento debido a la falta de personal disponible.
En ese momento, no lo dudé. Hice mi maleta y corrí al hospital.
Fui a quedarme con él, en una habitación pequeña, sin nada que hacer.
Mi ansiedad aumentaba con el paso de los días mientras estaba entre cuatro paredes y sin luz natural. Sólo pensaba en cosas negativas.
Hasta que se me ocurrió una salida de mi propia cabeza.
No tenía equipo. Y así, en un espacio no mayor de seis pies por seis pies, realicé ejercicios de peso corporal para recuperar mi estado físico y volver a jugar en el exterior.
En cada entrenamiento, sentía que estaba descargando toda la tensión que estaba sufriendo.
Me liberaba de los pensamientos que solo buscaban herirme. Era una forma de controlar mi mente. Sabía que iba a salir más fuerte que antes.
Sabiendo que mi padre se recuperaría, busqué volver a un estado físico óptimo para retomar mi carrera en Italia.
Y, luego, comenzó a entrenar conmigo.
Diez días después, salimos juntos del hospital.
Una vez que estuve seguro de que estaba bien de salud, decidí volver a concentrarme en mi carrera.
Ahora, estoy de vuelta en Europa jugando para Cybertel Aniene en Italia.
Hoy, mi rutina es muy similar a la de antes.
De lunes a viernes me levanto, desayuno y entreno varias horas. Por la tarde, camino, descanso y, a veces, hago turnos de entrenamiento dobles.
Por fin, ha regresado esta hermosa rutina que tantas satisfacciones me dio.
Pero, lo que es más importante, salí de esa situación con un vínculo más profundo con mi padre.