Yo era la única salvación para las niñas y sus familias. Ayudarlas era casi imposible, pero no las podía abandonar.
TORONTO, Canadá — Cuando la Federación de Fútbol de Afganistán me pidió por primera vez que ayudara a evacuar al Equipo Juvenil Femenino de Kabul, la tarea parecía inposible.
Ni siquiera había conocido a las chicas del equipo ni a sus familias, yo estaba viviendo en Canadá. Pero la llamada llegó el 16 de agosto, un día después de que Kabul cayera en manos de los talibanes, y no había tiempo para dudar.
Primero, llamé a los abogados de inmigración y a los organizadores comunitarios que conocía a través de mi trabajo ayudando al reasentamiento de refugiados en Toronto. Todos dijeron que era demasiado tarde y que no podíamos hacer nada.
Muchas de las niñas, todas de entre 14 y 16 años, no tenían pasaporte debido a su edad. Encontrar un país que acepte refugiados es difícil, y pero mucho más cuando hay tanta urgencia y las personas no tienen documentación.
Salvarlas era casi imposible, pero no podía abandonarlas.
Los talibanes habían decretado que las mujeres no podían jugar al fútbol bajo su gobierno, y el Equipo Femenino Juvenil y sus familias se enfrentaban a posibles represalias. Todo por lo que trabajaban estaba en peligro.
La llamamos Operación Balones de Fútbol.
El equipo operativo en los Estados Unidos se comunicó con sus contactos en Afganistán, buscando vuelos y casas seguras.
Yo era el único punto de contacto para las niñas y sus familias. Las llamaba todos los días. Muchas veces les recomendé que se cambiaran de dirección por seguridad.
«¿A dónde vamos?» «¿Que estamos haciendo?», me preguntaban las chicas, sentían inseguridad de dejar su casa por recomendación de una extraña.
No pude decírselo. Un sólo desliz podría comprometer la integridad de la misión. Nuestras llamadas diarias pusieron a prueba su determinación y la confianza de las familias en mí mientras corrían a una casa segura en Kabul, sólo para regresar a sus hogares todos los días.
La parte más aterradora fue recibir llamadas de números desconocidos. Los extraños llamaban preguntando «¿Quién está en la lista de evacuados?» o «¿Dónde nos reuniremos esta noche?».
No sabía si me llamaban espías talibanes o simplemente afganos desesperados, pero el peligro al que se enfrentaban las niñas siempre estaba claro.
Para el 26 de agosto, 10 días después de la Operación Balones de Fútbol, habíamos asegurado un vuelo desde el Aeropuerto Internacional Hamid Karzai en Kabul. Las niñas y sus familiares esperaron en una casa segura para ser transportadas a su vuelo en ese fatídico día. Afortunadamente, nunca llegó ningún transporte.
Un atacante suicida se detonó ese día frente al aeropuerto más transitado de Afganistán, matando al menos a 92 personas. Las multitudes que pululaban por el aeropuerto que intentaban abordar aviones sintieron lo peor del ataque, perpetrado por ISIS.
Kabul ya no era seguro. Era hora de un nuevo plan.
Con la situación cambiando cada minuto, reubicamos a todo el grupo, 80 en total, a la ciudad de Mazar-i-Sharif, a más de 400 kilómetros (casi 250 millas) al noroeste de la capital.
Ya no había marcha atrás. La situación en Afganistán siguió deteriorándose y creció mi temor por su seguridad.
Casi un mes después del atentado con bomba en el aeropuerto de Kabul, finalmente recibimos la llamada.
Las niñas fueron evacuadas en un vuelo a Portugal
donde las aceptaron, a todo el equipo y a sus familias, como refugiadas. Una de las superpotencias del fútbol mundial le estaba dando la bienvenida a nuestro equipo en su mayor momento de necesidad.
Las chicas y yo mantuvimos una videollamada juntas después de que aterrizaron. Expresaron su incredulidad, alegría y aspiraciones para el futuro. Algunas querían ser médicas, otras abogadas, pero todas querían jugar al fútbol por su país.
Todavía no podían creer que estuvieran fuera de Afganistán, aún estaban procesando el duelo de haber huido de su hogar.
El 29 de septiembre puse en marcha la etapa final de Operation Soccer Balls.
Volé a Portugal para sorprender al equipo y para conocer a las chicas en persona por primera vez. El viaje para llegar aquí ha sido difícil, pero está comenzando un nuevo capítulo para esas niñas y sus seres queridos.