Una semana antes de la desaparición de Carlos, tuvo lugar un asesinato en nuestro barrio. Carlos llegó a casa a las dos de la madrugada y me despertó. Me dijo que habían matado a alguien. Vio a tres jóvenes cruzando un muro y lo vieron dentro de su taxi.
SAN SALVADOR, El Salvador ꟷ Hace cuatro años, mi esposo Carlos Emilio Reynosa Platero desapareció. En noviembre de 2018, no volvió a casa del trabajo y nunca supe qué pasó con él. Mi vida nunca ha sido la misma. Apenas empiezo a aceptarlo, a vivir con este dolor y tristeza, y a seguir adelante.
Carlos tenía 22 años de trabajar como taxista, todos los días regresaba a casa alrededor de las 2:00 de la mañana, pero el 14 de noviembre de 2018 no volvió. Recuerdo que ese día se fue como a las 7:00 p.m. porque dijo que tenía una «carrera» [un viaje] y me advirtió que no andaba saldo en el celular, «cuando me paguen el primer viaje pondré saldo y te llamaré», me dijo, sin embargo, nunca recibí esa llamada.
Jamás volví a saber de él, esa madrugada estuve esperándolo y nunca llegó. Me cuestionaba ¿qué habrá pasado? ¿Por qué no viene? Al amanecer me fui para donde su hermana, le llamamos en varias ocasiones, pero su celular estaba apagado, la última conexión de WhatsApp fue a las 7:30 de la noche. Desde ese momento comenzó mi angustia y desesperación.
Las pandillas nos quitaron a una persona muy importante, tanto para mí como para mis hijos, ellos se quedaron sin papá; un niño de 5 años, uno de 17 años y una joven de 21 años. Mi familia se desintegró, se separó.
Tenía 26 años de estar con él y desde ese día que no volvió, mi vida cambió, ya no me sentía protegida ni cuidada. Siempre compartíamos juntos, él pasaba todos los días conmigo en la casa, mirábamos televisión, tomábamos café, estábamos el uno para el otro.
Mi cerebro, mi mente, mi alma, toda yo, todo mi ser era un laberinto, porque yo pensaba muchas cosas. No sabía qué pasaba. Mis hijos y demás familia anduvimos en hospitales, morgues y delegaciones policiales buscándolo, pero no obtuvimos ninguna información.
Yo era una persona muy feliz, sobre todo una persona estable emocionalmente. Él trabajaba para mí y mis hijos. Nunca me faltó un techo sobre mi cabeza, nunca me faltó comida, mi opinión contaba, me sentía amada, querida, protegida por él, Carlos era una persona fundamental tanto en lo económico como en lo afectivo.
Pero tras su desaparición, económicamente estuve mal, con una inestabilidad emocional fatal y espiritual igual. Pasé momentos muy duros. Debí acudir a cuatro psicólogos. Mis hijos y yo nos unificamos, llorábamos juntos, nos recordábamos, nos poníamos triste juntos.
Si me preguntan cómo me sentía, lo puedo relacionar a como cuando una hoja cae de un árbol que no sabe dónde va a caer, que se dirige de un extremo a otro, que el viento la lleva, así estaba yo, pero juré que saldría adelante por mis hijos.
Esa noche del homicidio, él llegó como a las 2:00 de la mañana y me despertó, escuché ruidos, y le pregunté, qué pasaba, él me dijo que habían matado a alguien, que andaban policías y soldados y que vio a tres jóvenes cruzarse un muro y que lo habían visto que él estaba dentro del taxi, pero él se bajó normal y entró a la casa.
Tanto la zona en la que vivimos como la zona en la que trabajaba Carlos estaban dominadas por las bandas.
Un día después de la desaparición de Carlos, decidí mudarme de casa. Nunca había experimentado circunstancias de esta magnitud. Nos fuimos a vivir con mi cuñada. Un día, recibí una llamada de un número privado que me decía que no volviera a casa. La voz decía que no tenía nada que hacer allí y que no buscara a mi marido. Dijeron que sabían dónde vivía mi hija y dónde me había trasladado con mis otros dos hijos.
Empecé a moverme de casa en casa. Nos fuimos a vivir una semana con mi hermana y luego una semana con mi hija. Temía por mi seguridad y la de mis hijos. Ya no tenía ninguna estabilidad. Después de ese día, nunca volví a la casa donde vivía con mi marido. La gente de allí solía presumir de que sus hijos estaban en las bandas o en la cárcel.
Económicamente pasé destrozada. Conocidos, amigos, personas cercanas me regalaban dinero. En ese momento no tuve tampoco el apoyo de mi familia. Estuve viviendo de la caridad, viviendo de la solidaridad de personas altruistas que tienen un corazón maravilloso. Gracias a ellos, nosotros comíamos.
Recuerdo que en una ocasión los compañeros de mi esposo hicieron una colecta y me dieron $100, me sirvieron de una manera enorme para pagar el bus y comida. Así sobreviví mucho tiempo. También de la Procuraduría para los Derechos Humanos me ayudaron para darme un bono y de otra institución me regalaron unas tarjetas de supermercado para comprar comida.
En ese momento también mi hijo estaba estudiando para ser electricista. Y yo solo pensaba, que se gradúe, que trabaje, y así, al menor lo llevaré a una guardería y mientras yo trabaje en el mercado y mi hijo trabaje vamos a salir adelante, podremos alquilar un cuarto y tendremos estabilidad.
Cuando Carlos desapareció hace cuatro años, fui a la policía del barrio de Zacamil y presenté una denuncia. Mis esfuerzos fueron en vano. La primera vez que me encontré con el detective, me presenté. Se identificó y comenzó a interrogarme. Recuerdo que me pidió que dejara de llorar.
Cada vez que iba al detective, en lugar de darme información, me interrogaba. Me preguntaba si había descubierto algo o si había notado algo nuevo. Le dije que usted era el detective, no yo. Decidí dejar de ir a la detección y acercarme al fiscal en su lugar, pero recibí el mismo trato. Parecía que yo la única que buscaba a Carlos. Pedí su registro de llamadas telefónicas y fui a inmigración. Nadie tenía información y el caso se cerró.
Cuando las bandas u otros hacen desaparecer a una persona, no tienen ni idea de los daños colaterales que causan a una persona o a un hogar y una familia. Mi familia se desmoronó. Entonces, un amigo me dio una idea, sugiriéndome que presentara mi caso a una organización que ofrece asilo a las víctimas de las bandas. Iniciamos el proceso e incluimos a mis dos hijos, mi hija mayor, su marido y mi nieto. Sin embargo, solo mis dos hijos y yo recibimos el permiso.
Nos trasladamos a Estados Unidos. Mientras tanto, mi hija sigue en El Salvador. Ya no tiene madre, padre ni hermanos y está sola en El Salvador con su marido y su hijo. La situación resulta bastante dolorosa para mí como madre. Quiero unir a mi familia, pero en lugar de ello nos separamos por culpa de las acciones de personas que hacen daño a nuestro país.
Obtuvimos asilo en 2020. Nuestra nueva vida supuso un cambio radical y extremo. Me enfrenté a muchos retos, como la barrera del idioma, una nueva cultura y las drásticas diferencias de clima. Afortunadamente, nos estabilizamos económicamente. Mi hijo mayor y yo trabajamos y el gobierno nos ayuda con la comida. Nunca recibí este tipo de ayuda en El Salvador. Sin embargo, si tuviera la oportunidad de volver a mi país y a mi vida con mi marido, no lo dudaría.
En El Salvador, hice todo lo que me dijeron que hiciera para conseguir el asilo, sin saber si realmente ocurriría. Doy gracias a Dios porque mi vida cambió. Ya no nos faltan cosas materiales, pero echo de menos mi país. Echo de menos su comida y a mi gente.
Más que nada, quiero que mi hija, su marido y mi nieto estén aquí conmigo para que puedan salir adelante. Intentamos conseguir asilo para ellos dos veces y no lo conseguimos. Pienso esperar unos años más y volver a intentarlo.
He superado circunstancias horribles por mis hijos, pero vivo en la incertidumbre, siempre preguntándome qué ha pasado y dónde puede estar mi marido. Significaría mucho llevarle un ramo de flores y rezarle. De vuelta a El Salvador, lloré, grité y no pude ser consolada. Mis hijos me consolaban y me decían: «Cálmate mami. Saldremos adelante». Ahora veo que mis hijos se debilitan. El mayor es el que mejor recuerda a su padre. Llora y se pierde a veces.
Las desapariciones forzadas siguen siendo un grave problema en El Salvador. Ojalá las autoridades se tomaran más en serio estos casos y pusieran fin a esta actividad criminal. Los familiares de los desaparecidos necesitan respuestas, pero en lugar de ello, cierran los casos.