Cuando se puso el sol, lo sacaron a él y a los demás y los pusieron ante un pelotón de fusilamiento. Mi abuelo y otro hombre sobrevivieron porque las balas sólo les alcanzaron las piernas.
SANTIAGO, Chile – Mientras crecía con mi abuela en su pequeña casa de Chile, las paredes del salón estaban salpicadas de fotografías en blanco y negro de mi abuelo José Barrera. Todos los años, el 14 de marzo, mi familia se reunía para recordarle y llorarle, pero nunca hablábamos de lo ocurrido. Cualquier mención suya llenaba de tristeza a mi abuela. Llevábamos una vida feliz, pero al mirar esas fotos siempre me preguntaba: «¿Quién es ese hombre y adónde ha ido?».
A los 13 años, me armé de valor y pregunté por fin: «¿Por qué no tengo un abuelo como los demás en el colegio?». Observé la cara de mi abuela mientras me explicaba que mi abuelo era un militante político. Pocos días después del golpe de Estado chileno de 1973 contra Salvador Allende, las autoridades lo detuvieron. El 14 de marzo desapareció y ella no volvió a saber de él. Al pronunciar estas palabras, mi abuela rompió en llanto. Mi corazón se rompió por ella.
Tras la muerte de mi abuela, mi familia apenas volvió a hablar de mi abuelo. Tras la muerte de mi abuela, mi familia apenas volvió a hablar de mi abuelo. Sin embargo, mi curiosidad me impulsó a investigar el pasado. Cuanto más leía sobre lo que ocurrió en aquella época, más vital me parecía que las generaciones futuras hablaran de ello. Teníamos que mantener vivos esos recuerdos si queríamos asegurarnos de que nadie volviera a sufrir lo que sufrieron mis abuelos.
Con motivo del 50 aniversario del golpe de Estado en Chile, Amnistía Internacional lanzó una campaña para recordar a las generaciones futuras lo que ocurrió. En su video, compartí mi historia como nieto de José Barrera. En el video aparecían muchos otros familiares de desaparecidos durante la dictadura de Pinochet. Durante las primeras fases de la campaña de Amnistía, asistimos a reuniones para definir lo que queríamos que la gente se llevara de nuestro trabajo.
Queríamos concientizar sobre las atrocidades que sufrió la gente y recordar y honrar a las víctimas. En una época en la que la desinformación se propaga más rápido que un reguero de pólvora, la gente suele empezar a negar el pasado. Me pareció vital mantener viva la verdad para no volver a cometer los mismos errores. A través de mi investigación, descubrí que mi abuelo José Barrera se había inscrito en el Partido Socialista de Chile para la campaña presidencial de 1970 en apoyo del Presidente Allende. En el momento de su desaparición, tenía 30 años, estaba casado y tenía dos hijos.
Mis abuelos vivían en una zona rural llamada Curacaví, lejos de la ciudad. Mi abuelo aprendió a conducir, compró un pequeño camión y transportaba frutas y verduras de Curacaví a Vega Central. Durante un bloqueo comercial en octubre de 1972, los camioneros organizaron una huelga financiada por Estados Unidos. Mi abuelo, junto con otros camioneros, creó el Frente de Camioneros Patriotas, cuyo objetivo era seguir abasteciendo al país a pesar de la desestabilización.
Leer esto me llenó de mucho orgullo. Aunque nunca conocí a mi abuelo en persona, empecé a construir esta imagen de él en mi mente. Cuanto más aprendía, más me apegaba a esta idea de él. Cuando se produjo el golpe de Estado, mis abuelos seguían viviendo en la misma casa.
El 16 de septiembre, las autoridades detuvieron a mi abuelo, junto con otros cinco trabajadores. Cuando se puso el sol, lo sacaron a él y a los demás y los pusieron ante un pelotón de fusilamiento. Mi abuelo y otro hombre sobrevivieron porque las balas sólo les alcanzaron las piernas. Fingieron estar muertos y esperaron a que los tiradores se marcharan para escapar. Después de dos largas semanas de huida, mi abuelo y su familia fueron a ver a su hermano Víctor Barrera, que vivía en Huasco.
Para entonces, su hermano se puso en contacto con la junta militar, con la esperanza de limpiar el nombre de mi abuelo. Habló con el secretario de Pinochet e incluso llegó hasta el teniente de la comisaría de Curacaví. El teniente aseguró a mi tío abuelo que mi abuelo ya no corría peligro y que debía pasar por comisaría antes de volver a casa.
José Barrera regresó a Santiago con su familia. Luego, el 13 de marzo entró a la comisaría de Curacaví para hablar con el teniente, a quien conocía desde hacía mucho tiempo. Al día siguiente, sobre las dos de la madrugada, se presentaron en el domicilio militares y carabineros encapuchados. Se llevaron a mi abuelo para no volverlo a ver.
Durante años, mi abuela sufrió día y noche, ansiando reunirse con su marido. En 2012, casi 40 años después, se descubrió que cuatro personas eran responsables del secuestro y la desaparición de mi abuelo. Uno murió y los demás fueron condenados a penas de prisión. La noticia no logró calmar mi ira; no eliminó el impacto generacional en toda mi familia.
Quería hacer más, no sólo por las víctimas y sus familias, sino por el futuro de este mundo. Cuando oí hablar por primera vez del proyecto de video de Amnistía Internacional, me pareció un gran paso en la dirección correcta. El rodaje duró dos días y tuve que resumir toda mi historia en un minuto. Se sintió pesado. Sin embargo, al final me invadió una sensación de alivio.
No sólo me desahogué, sino que inmortalicé a mi abuelo. Los medios de comunicación empezaron a llegar para cubrir la noticia y solicitar entrevistas. Sentí el impacto de ese interés y apoyo: a la gente le importaba lo que pasaba. Al leer todos los mensajes que recibí se me saltaron las lágrimas. Aunque nunca conocí a mi abuelo José Barrera, mi amor y respeto por él han crecido inconmensurablemente. Aunque me gustaría poder hablar con él, mantener vivo su recuerdo hace que lo sienta cerca.