José Francisco Ramos, de 23 años, empieza su jornada de curilero al amanecer para evitar el sol insoportable y los mosquitos, que se vuelven más agresivos a medida que avanza el día.
LA PAZ, El Salvador – Les llaman los curileros, jóvenes que pasan horas en los calurosos y oscuros pantanos de El Salvador, llenos de mosquitos, en busca de curiles. Para recoger las almejas, caminan descalzos por el barro, a menudo con heridas profundas en las plantas de los pies.
Este lugar turístico, reconocido por sus hermosas playas a 30 metros sobre el nivel del mar, sigue siendo el hogar de más de 1.000 habitantes. José Francisco Ramos, de 23 años, empieza su jornada de curilero al amanecer para evitar el sol insoportable y los mosquitos, que se vuelven más agresivos a medida que avanza el día. Trabaja duro en el manglar, recogiendo unas 100 conchas al día por valor de 5 a 10 dólares. El dinero ayuda a alimentar a su familia.
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José procede de una familia dedicada a la pesca como medio de vida. Se casó muy joven, hace seis años, a la edad de 15 años. Hoy debe ganarse la vida para su propia familia.
La mayoría de la población regional vive de la tierra, pescando o recogiendo conchas en los manglares. El mar es su principal fuente de ingresos. La mayoría de los jóvenes no piensan en continuar sus estudios porque la necesidad de trabajar es mucho más importante para ellos.
Todas las fotografías son de Beatriz Rivas.