Cuando descubrieron lo que había hecho, mi patrón me propinó fuertes palizas y me obligó a pasar días sin comer. Me convertí en una sombra de mí misma, incapaz de trabajar.
MERU TOWN, Kenia ꟷ Tras abandonar la universidad por falta de medios económicos, necesitaba conseguir un trabajo para continuar mis estudios. La urgencia se vio exasperada por la enfermedad de mi madre y el estrés financiero de pagar también la educación de mis hermanos. Tras cursar un año en la Universidad de Meru para obtener una licenciatura en Ciencias y Gestión Alimentarias, intenté sin éxito encontrar trabajo como profesora en una escuela privada. La universidad aprobó mi traslado a otro campo de estudio en educación, pero mi situación no mejoró.
Los trabajos que encontré apenas cubrían las necesidades de mi familia. Ver a mis compañeros progresar en la universidad me destrozaba. De vuelta en mi casa rural, me conectaba a WhatsApp y me sentía tan agobiada viéndoles avanzar en sus vidas. Cuando hablaban de las tareas de clase, lloraba. El empeoramiento de la salud de mi madre paralizó a nuestra familia. No podía soportarlo más, así que decidí probar suerte en Arabia Saudí.
A pesar de las noticias anteriores sobre kenianos sometidos a tortura e incluso a muerte en Arabia Saudí, seguí adelante de todos modos, desesperada por ayudar a mi familia. Me puse en contacto con la empresa de Susan Makhungu, que ofrecía trabajo a kenianos en Arabia Saudí y otros países árabes. Su empresa actuaría como agente, negociaría mi contrato en el extranjero y facilitaría mis gastos de viaje. Conseguí un trabajo como ama de llaves o simplemente criada.
Lee sobre otra keniana maltratada por sus empleadores en Arabia Saudí.
En julio de 2021, ilusionada y llena de esperanza, viajé a Arabia Saudí para empezar mi nuevo trabajo. Al cabo de unos días, empecé a darme cuenta de que mi situación no era la que esperaba. Mis empleadores esperaban que trabajara desde las cuatro de la mañana hasta las once de la noche. Tenía que preparar a los niños para ir al colegio, cocinar y alimentar a las mascotas, limpiar la vajilla y toda la mansión, y mantener el recinto. Tenía que hacerlo a diario.
Un día, limpié los platos más tarde de lo habitual y aquello se convirtió en una experiencia horrible. El jefe me azotó y me amenazó con repetir el castigo, pero peor. Muchos kenianos que han trabajado en estas condiciones te hablarán de un látigo especial que utilizan los jefes en Arabia Saudí. El jefe se aseguró de que yo supiera que tenía que quedarme hasta la expiración de mi contrato. Según él, podían meterme en la cárcel si seguía incumpliendo las condiciones.
A menudo pensaba en mi madre enferma y rompía a llorar. Cuando los malos tratos continuaron, me vi obligada a recurrir a mi agente. Fue mi perdición.
Cuando descubrieron lo que había hecho, mi patrón me propinó fuertes palizas y me obligó a pasar días sin comer. Me convertí en una sombra de mí misma, incapaz de trabajar. Desesperada, un día en que la familia se marchó de casa, me escapé para buscar tratamiento.
Con las prisas, dejé atrás mis efectos personales y mi teléfono móvil. En el hospital me ofrecieron primeros auxilios, pero ningún tratamiento. Me sentí completamente desatendida por el hospital y pensé que podría sucumbir.
Antes de ir al hospital, sin embargo, había contado toda la odisea en un grupo de Facebook y WhatsApp de kenianos que trabajan en Arabia Saudí. Poco sabía yo que mucha gente en mi país empezó a preguntarse por mi paradero. Un usuario keniano de Twitter hizo público un post sobre mí en el que decía que una mujer keniana estaba sufriendo mucho en Arabia Saudí y necesitaba ayuda urgente. Los kenianos de todas las redes sociales pidieron al gobierno que me trajera a casa, ¡y funcionó! Mi país me rescató.
Cuando subí al avión del aeropuerto de Riad para volar a casa, a Kenia, el 6 de septiembre de 2022, me quedé en estado de shock. Me resultaba difícil decir lo que realmente me había pasado en ese momento, pero ver a mi madre en el aeropuerto de Nairobi resultó ser el momento más emotivo de toda mi vida.
Rompió a llorar y me abrazó cariñosamente. Desde entonces, he tenido la suerte de recibir financiación de muchos benefactores para poder terminar mis estudios universitarios.