Después de que me entregaron el cuerpo y yo abrí ese cajón, en San Miguel (provincia de Tucumán, Argentina) el cuerpo de mi hijo estaba maquillado como si fuera para una obra de teatro. Con el pasar de las horas, ese cuerpo empezó a hablar. Se le empezó a correr todo lo que habían puesto en el rostro para tapar las evidencias. Mi hijo tenía golpes, fue brutalmente agredido, cometieron vejaciones hasta causarle la muerte.
Salta, Argentina- Yo estaba en casa, eran aproximadamente las tres de la tarde, cuando me llegó el llamado telefónico de las autoridades policiales informando que acababa de ocurrir un accidente.
No tenía sentido para mí. Perder a alguien a quien amas tan profundamente es algo surrealista. Mi cabeza recordó inmediatamente la última vez que lo vi, mientras intentaba asimilar que no volvería a verlo.
Hacía unos días atrás, me había contactado con mi hijo por teléfono para reunirnos a compartir algún almuerzo o merienda. Su dulce voz y el sonido de su risa me rompen el corazón cada vez que pienso en él.
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Recuerdo lo fuerte que sonó el timbre del teléfono aquella mañana. Medio dormido,atendí y escuché cómo la policía me informaba de un accidente en el que se había visto implicado mi hijo. Me quedé paralizado, sin poder creer lo que escuchaba.
Las palabras que pronunciaban me parecían lejanas e irreales. Los latidos de mi corazón se aceleraron y no pude hablar. Me negaba a creerlo. Al rato, me vestí, incapaz aún de organizar mis pensamientos. Miré fijamente a la pared y luché con todas mis fuerzas por mantener la calma.
Conduje hasta su departamento lo más rápido que pude. Una vez allí, me senté en su sofá y esperé toda la noche, aún en estado de negación. Esperaba que entrara por la puerta en cualquier momento y que todo fuera una broma de mal gusto. Nunca vino nadie.
El cuerpo de investigación fiscal ya me había comunicado el fallecimiento y ellos estaban preocupados por investigar el domicilio cuando el deceso se produjo en la vía pública. Mi hijo fue asesinado brutalmente por la gente que lo debía custodiar, proteger y servir. Las explicaciones fueron vagas y se aseguraron de no hacer declaraciones directas. Según ellos, la muerte de mi hijo se produjo accidentalmente, después de que los oficiales intentaran «calmarlo». Mi cuerpo se llenó de una rabia increíble. Necesitaba respuestas.
Una vez que terminamos los trámites, me puse en contacto con Ciudad Judicial para hablar con Fiscalía. A la hora diez de la mañana se efectuaría la autopsia para determinar el deceso. Hacía 24 horas que tenían el cuerpo. Cuando llegué al lugar, el fiscal me llevó y le dije: No pienso presenciar esta autopsia, porque hay una falta de ética profesional y de respeto a mí como padre. Porque la autopsia se debía realizar en mi presencia y cuando llegué, el cuerpo estaba desmembrado de punta a punta.
De todas maneras, me quedé allí desde las 10.30 de la mañana hasta casi las 9 de la noche y ellos no me podían extender un parte forense. Les llevó casi 12 horas realizarlo. Mi hijo no murió ni de sobredosis, ni porque había sustancias prohibidas en su cuerpo, tampoco murió de frío.
Después de que me entregaron el cuerpo y yo abrí ese cajón, en San Miguel (provincia de Tucumán, Argentina) el cuerpo de mi hijo estaba maquillado como si fuera para una obra de teatro. Con el pasar de las horas, ese cuerpo empezó a hablar. Se le empezó a correr todo lo que habían puesto en el rostro para tapar las evidencias. Mi hijo tenía golpes, fue brutalmente agredido, cometieron vejaciones hasta causarle la muerte.
Le presenté batalla al cuerpo de investigación oficial, a la Fiscalía Provincial y a la cúpula política judicial. La policía me quitó a mi hijo. Le arrebató la vida a un chico de 27 años que tenía su futuro ya resuelto.
Era un chico empático y amable, con un gran deseo de crecer y aprender. Quería muchas cosas y construyó un plan para su futuro. Amaba a su familia y a sus amigos. Desde muy pequeño aprendió a ser independiente y siguió su propio camino después de dejar la escuela. Nos sentimos increíblemente orgullosos. Trabajó hasta diciembre y le invitaron a participar en un proyecto en México. También asistió a cursos en Buenos Aires y le invitaron a hacer una presentación en Córdoba. Mi hijo logró tanto, y aún se imaginaba mucho más para sí mismo. Todo eso ya no existe.
[Según el Ministerio Público Fiscal de la Provincia de Salta, cuatro policías y cuatro miembros del Sistema de Atención Médica de Emergencias y Catástrofes han sido acusados de delitos en el caso. Esos delitos incluyen homicidio culposo y hostigamiento. Los fiscales adelantaron medidas de prueba para llevar el caso a juicio, entre ellas la recepción de testimonios y el análisis de las cámaras de seguridad. El juicio está en curso].
El sistema judicial se ocupó de muchos casos similares como el nuestro. Sin embargo, me parece que la política siempre está por encima de la justicia, y los criminales a menudo permanecen protegidos, especialmente si pertenecen al departamento de policía. Según una encuesta de organizaciones de derechos humanos, el departamento de la provincia de Salta, Argentina, recibió más de 1.388 denuncias por brutalidad policial en 2022. Los policías se dan carta blanca en nombre de la ley.
No es la primera ni la última vez que se encubre un delito como éste. Me repugna que el Estado permita a los policías cometer delitos sin consecuencias. Se sigue ignorando la brutalidad policial. Se esconden tras sus placas, asumiendo papeles de héroes que no cumplen. Dejamos que nos roben, asesinen y maltraten. Debemos alzar la voz y demostrar al gobierno que tiene que rendir cuentas. Por mis hijos y por los suyos. Merecemos justicia.
Actualmente, seguimos esperando noticias del Tribunal para que el caso pueda ir a juicio. Siguen aplazándolo para intentar silenciarnos. He reunido un equipo formado por un experto forense y tres abogados penalistas. Mientras pueda, me propongo luchar contra la policía. No descansaré hasta que el nombre de Matías Ruiz quede en la justicia, y casos como éste no vuelvan a repetirse en las 24 provincias de este país. Aunque ya hay protestas, hay que hacer más. No caeremos fácilmente.