Antes de comenzar el partido, no pude contener las lágrimas. Mis padres estaban presentes, viendo a ese niño que se fue de casa regresar como un hombre. Cumplí mi sueño y ese es sólo el comienzo.
BUENOS AIRES, Argentina — Me apasiona el fútbol desde que tengo uso de razón. Nunca me hubiera imaginado que yo, que apenas podía encontrar a alguien con quien jugar a la pelota en Hawai, estaría jugando en el escenario internacional.
Empecé a jugar al fútbol cuando era niño gracias a mi papá que siempre fue un fanático. Mi primer recuerdo de él es de cuando tenía 4 años: lo veía correr y pensaba que era el más rápido del mundo.
Me enseñó todo sobre el juego; era como mi entrenador y mi mentor. Aunque el fútbol no es un deporte popular en Hawái, siempre me las arreglé para encontrar a alguien con quien jugar.
Cuando tenía 5 años, mi familia se mudó a la isla de Guam. Mi amor por el fútbol sólo creció, y cuando era adolescente, jugaba por diversión para el club de fútbol Bank of Guam Strykers. Un día, un representante me dijo que tenía habilidades para jugar en Argentina, si quería intentarlo.
No lo dudé. Quería ser futbolista profesional, y en Hawái o Guam eso sería imposible. Mi conocimiento de Argentina o sus equipos de fútbol era inexistente, pero sabía que tenía una oportunidad razonable si podía llegar allí.
Mi vida se transformó en sólo un mes, gracias al impulso de mis padres que siempre me acompañaron. Dejarme ir fue difícil, pero priorizaron mi futuro.
Por mi parte, mi corazón ya los extrañaba, pero mi pasión por el fútbol me impulsó a agarrar mis cosas, despedirme y viajar solo a Argentina. Tenía 14 años.
Dejé todo para perseguir mi sueño: ser un profesional en la meca del fútbol, en la tierra de leyendas como Diego Maradona y Lionel Messi.
El viaje se prolongó durante días; Pasé noches en aeropuertos y realicé escalas. Llegué a Buenos Aires solo, exhausto y sin hablar una palabra de español.
Llegué a lo que hoy llamo mi casa adoptiva: el Club Atlético Temperley. Me abrieron sus puertas. Viví en el club durante más de tres años, y fue allí donde desarrollé mi nivel más alto de rendimiento y habilidad futbolística.
En cuanto a mi nueva ciudad, mi primera impresión de Buenos Aires fue que era inmensa. No se parecía en nada a ningún otro lugar de Guam o Hawái.
Las atmósferas de mi tierra natal y mi nuevo país también eran completamente opuestas.
Hawaii es un lugar para personas que se van de vacaciones; tiene ese aire muy relajado. Es demasiado silencioso para mí. Aquí en Buenos Aires hay que estar atento, el ritmo de vida es mucho más rápido.
Escuchar a la gente hablando a tu alrededor y no entender nada es frustrante y agotador. Si algo salía mal en el entrenamiento, mis compañeros me culpaban y no podía defenderme. Cuando salíamos cen grupo, tampoco podía participar de esas charlas.
Creo que esos momentos desafiantes me impulsaron a aprender el idioma más rápido.
Durante mi primer año en Argentina me robaron y se aprovecharon de mi ingenuidad. Es por eso que aprendí a ser generoso sólo con los más cercanos.
Estar lejos de mi familia me sigue costando. Aunque están a 12.000 kilómetros (7.456 millas) de distancia, siento su presencia. Nunca les hablé de mis momentos más difíciles; No quería preocuparlos. Desde esa distancia, no podían hacer nada más que angustiarse.
Hoy me siento un argentino más. Adquirí esa picardía, aunque todavía tengo presente los conceptos que me enseñaron mis padres.
El fútbol presentó otro desafío cultural. Argentina tiene un nivel de juego mucho más alto que Hawai o Estados Unidos en general. Aquí, los jugadores llevan la delantera en cuanto a la técnica, la velocidad y la agilidad. Me resultó difícil adaptarme.
El ambiente futbolístico también es mucho más intenso. Puedes vivir y respirar el fútbol en cualquier lugar: bares, restaurantes, supermercados, cualquier casa de cualquier barrio, peluquería, etc. Todos sienten esta pasión por el juego, no lo viven como deporte, sino como cultura.
Adaptarme a esta cultura me hizo mejorar como jugador.
A principios de este año, recibí una inesperada notificación: me llamaban al equipo de Guam.
No podía creer que iba a jugar internacionalmente.
En ese momento, todos mis recuerdos vinieron a mi mente: dejar a mi familia de niño, triunfar en este país lleno de talento; adaptarme a una cultura completamente diferente en el otro lado de la tierra. Todo valió la pena por esta recompensa.
Hice mi debut contra China en las eliminatorias de la Copa del Mundo y jugué los 90 minutos.
Antes de comenzar el partido, no pude contener las lágrimas. Mis padres estaban presentes, viendo a ese niño que se fue de casa regresar como un hombre. Cumplí mi sueño y ese es sólo el comienzo.
El fútbol me llena el alma y es lo que quiero hacer todos los días de mi vida.