Antes llenas de vida, estas enormes plantas ahora sufren, dejando caer ramas cada hora que pasa. Los vibrantes arbustos se han desvanecido en meros contornos, y el suelo, antaño rebosante de vida, se ha convertido en tierra.
LA ADELA, Argentina – Mientras camino sola en silencio por los caminos del campo, un panorama me saluda. A cada paso, la escena cambia. Los primeros kilómetros revelan una vegetación exuberante, señal de esperanza para la recuperación de la vida animal y vegetal. Sin embargo, a medida que me adentro en La Adela [a village in La Pampa province]el escenario cambia drásticamente. Ahora, la sequía ha dejado el paisaje seco, sembrado de restos de animales y plantas que sucumbieron a sus efectos.
Los árboles, aunque siguen en pie, pierden su color y vitalidad. Se secan, desprendiéndose de sus ramas a diario como testimonio de su lucha. Antes llenas de vida, estas enormes plantas ahora sufren, dejando caer ramas cada hora que pasa. Los vibrantes arbustos se han desvanecido en meros contornos, y el suelo, antaño rebosante de vida, se ha convertido en tierra. En consecuencia, la falta de hierba obliga a los animales a sobrevivir con lo poco que les sobra a los árboles.
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Desde 2022, hemos luchado contra una grave sequía en La Adela que se agravó en 2023 y sigue siendo un reto para nosotros. Normalmente, nuestras praderas prosperan con una precipitación anual de 650 a 700 milímetros, pero la reciente escasez de lluvias deja la tierra reseca. La hierba, antaño vital para nuestro ganado, dejó de crecer. Esto provoca una disminución de la salud y el peso de los animales, lo que repercute negativamente en la economía local.
Los productores de Buenos Aires empezaron a abandonar sus campos al comprobar las pésimas condiciones. A medida que aumentaba el riesgo para el ganado y las posibles pérdidas, los trabajadores también empezaron a marcharse. El paisaje, antaño abundante en pastos para el pastoreo y la cría de ganado, se transformó drásticamente. Afortunadamente, los árboles de chañar de la zona, que producen frutos parecidos a las judías, han proporcionado algo de sustento a los animales supervivientes, aunque están por debajo de su peso.
Nosotros, los lugareños, observamos el estado actual de la región con profunda simpatía. La tierra agrietada y seca es un espectáculo sombrío, que nos recuerda la oleada inicial de mortandad significativa de ganado. Los productores no locales han trasladado sus rebaños en busca de pastos más verdes para salvar sus inversiones. Mientras tanto, nos enfrentamos a la dura decisión de vender nuestro ganado y agotar nuestro capital, empezando por los ganaderos, para mitigar nuevas pérdidas.
Durante años, criamos y cuidamos ganado, y nuestro vínculo con estos animales se hizo más fuerte. Por desgracia, en medio de la sequía, aceleramos los procesos, vendimos las crías y aislamos a los reproductores para garantizar su supervivencia. Tomamos estas difíciles decisiones para preservar los animales que tenemos para futuras crías.
Ahora me enfrento a la fase más difícil de este calvario. Como productora primero y presidenta de «La Rural» (La Asociación Rural), llevo el peso de mi papel. Represento a mis colegas productores, escucho sus angustias y sus historias compartidas. Cada persona tiene sus propias dificultades y, en estos tiempos difíciles, todas buscan apoyo. La comunidad agrícola se enfrenta a una crisis sin precedentes, pero mantengo la esperanza de que perseveraremos.
Un granjero, antaño orgulloso cuidador de 800 animales, se encuentra ahora en un estado mental calamitoso. El año pasado sufrió la desgarradora pérdida de casi un tercio de su rebaño, lo que equivale a 300 vacas. A pesar de sus incansables esfuerzos por salvar a las vacas de cría, se enfrenta una y otra vez a la dura realidad de la insuficiencia de forraje. A los 64 años, dedicó toda su vida a la agricultura, volcando su alma en la tierra que amaba. Hoy, sin embargo, la impotencia se apodera de él al temer no poder salvar la obra de su vida. Sin embargo, en esta difícil situación, no está solo, ya que todos compartimos la misma desesperación.
A pesar de la profunda tristeza y preocupación, persistimos con esperanza en nuestra comunidad. Las complicaciones climáticas nos obligan a vender nuestro capital circulante, acelerando cada proceso para satisfacer las necesidades de la gente, y asistimos a la muerte de nuestros animales. No obstante, nos negamos a perder la esperanza, manteniéndola tangible incluso cuando la moral se deteriora.
No es nuestro primer encuentro con la sequía; ya vivimos una sorpresa similar entre 2008 y 2009. Por aquel entonces, redujimos nuestro rebaño de más de 200 vacas a sólo 70. Sufrimos, pero conseguimos recuperarnos. Dejamos que los terneros se convirtieran en reproductores y, gracias a la perseverancia, tuvimos éxito.
Las lecciones de entonces son claras: reconstruimos una vez y, con esta sequía recurrente, sabemos que no podemos cejar en nuestro empeño. Debemos seguir luchando por lo que queda, dispuestos a empezar de nuevo con menos si es necesario. Un poco de lluvia abrirá la puerta al resurgimiento, una posibilidad que esperamos con impaciencia. Lo necesitamos no sólo como un deseo, sino como una necesidad. Aunque la situación es intensa, aceptamos esta realidad y nos comprometemos a perseverar. Juntos, invocamos la gracia divina, pidiendo a Dios y a la Virgen que traigan la lluvia y reaviven nuestras tierras y nuestros espíritus.