Los policías me miran con desconfianza, no me ven como una víctima lo suficientemente creíble.
Se ha cambiado la identidad de la víctima para proteger su seguridad y anonimato. ADVERTENCIA: Esta historia contiene detalles de la agresión sexual de menores de edad y puede ser difícil de leer.
Tengo epilepsia y pierdo el conocimiento cuando tengo un ataque. Ser adolescente ya es un desafío pero mi trastorno lo hace aún más difícil.
Había estado experimentando ataques recurrentes durante ocho meses que me debilitaban y me enfermaban.
Un conocido de mi mamá llamado Tariq sugirió que se reuniera con Afzal Malik, un ocultista musulmán que estudia poderes sobrenaturales, que supuestamente podría recurrir a la magia para practicar rituales de curación.
Afzal convenció a mi madre de que estaba bajo el hechizo de una bruja y prometió tratarme y curarme en dos meses. Fue el peor error de nuestras vidas.
Cuando mi madre me llevaba a Afzal para recibir «tratamientos», me llevaba a un cuarto oscuro y le decía a mi madre que no nos molestara. Allí, él y sus ayudantes se turnaban para violarme durante horas.
Tariq estaba acompañado por otros dos hombres, Aslam and Kari Zulfikar.
Al principio, no entendía por qué Afzal siempre estaba encima de mí o por qué me hacían eso. Me dieron por muerta después de que se aprovecharon de mí.
Estaba asustada, sabía que me estaban violando en vez de «curarme». Amenazaron con matar a mi madre si me atrevía a contarle la realidad de estos supuestos tratamientos.
Esto se prolongó durante meses. Me sentía mejor con mi epilepsia y los ataques habían disminuido, por lo que mi madre pensó que el «tratamiento» estaba funcionando.
Aunque los ataques se habían reducido sorprendentemente, el trauma que soporté aumentó exponencialmente. Los recuerdos de esas horribles noches todavía me persiguen.
Me estaba sofocando. El trauma me hizo sufrir una gran pérdida de peso porque no podía comer. Estaba tan aturdida que a menudo tenía que sentarme en el suelo porque pensaba que iba a vomitar o a desmayarme.
Temiendo por mi vida todo el tiempo, dejé de salir sola y me sentía insegura caminando sola por la ciudad. La ansiedad y el insomnio se apoderaron de mí.
El 5 de julio de 2021, Afzal anunció que estaba libre de mi enfermedad. Le dijo a mi madre que me llevaría a Meerut, una ciudad que queda a unas dos horas de Amroha, para curarme durante la noche.
Visitaríamos un Dargah, santuario frecuentado tanto por hindúes como por musulmanes, y luego me dejaría en casa.
Afzal dijo que yo era como su hija y prometió asumir toda la responsabilidad. Incluso, dijo que sus propios hijos morirían si me tocaba de manera inapropiada.
Se suponía que iba a ser la última noche de mi «tratamiento», y él quería usar «poderes especiales» para que nunca volviera a tener convulsiones.
Mi madre estuvo de acuerdo. Estaba petrificada. Aquella noche, los cuatro hombres me pincharon la bebida y me violaron toda la noche.
Me las arreglé para escapar por la mañana. Llamé a mi madre y le conté todo. Ella estaba horrorizada.
Inmediatamente, me llevó a la comisaría donde las pruebas médicas confirmaron la violación.
Se registró un Primer Informe, un documento escrito preparado por la policía cuando reciben información sobre un delito claramente identificable, pero mis violadores permanecen libres.
Mi padre nos abandonó cuando yo tenía cinco años. Mi tío me cuidó a mí y a mis tres hermanas como si fuéramos sus hijas.
Diez días después de que presenté la denuncia ante la policía, Afzal Malik secuestró a la hermana menor de mi tío para darnos una lección. Mi mundo entero se puso patas arriba. Nadie secuestrado por este tipo de personas ha regresado jamás.
Desde entonces, ha hecho videos obscenos de ella en su teléfono móvil y la ha amenazado con matarla si no detengo mi caso en su contra. También, contrató a un sicario para deshacerse de mi tío.
Salimos de la casa, pero él nos encontró y colocó hombres afuera para vigilar nuestros movimientos. Estas personas están desapareciendo para evitar ser detectados.
El sistema de justicia penal, destinado a ayudar a víctimas como yo, me ha tratado con desprecio. Los agentes de policía me miran con desconfianza. Señalan con el dedo a mi personaje y me ven como una persona que carece de credibilidad.
Incluso, mis vecinos han puesto en duda mi dignidad.
La policía arriesga la seguridad de otras niñas menores de edad porque no creen en la brutalidad que sufrí. Cada vez que visito la comisaría, sus preguntas me hacen sentir incómoda.
Exijo justicia. Un mensaje claro y contundente debe salir al público, pero me siento abandonada.
Mis perpetradores han amenazado con matarme. Después de presentar mi denuncia formal, intentaron golpearme. Cuando no me callé, intentaron silenciarme con dinero.
Aún no puedo dormir por las noches.
Esto nunca debería haber sucedido y creo que mi país no me ha protegido o defendido, sin mencionar a todas las demás niñas menores de edad que están expuestas a tales violaciones.