Los guardias me torturaron física y mentalmente. Me llamaron terrorista, alborotador, traidor, yihadista. No se me permitía cepillarme los dientes ni leer libros, y apenas podía dormir en mi celda diminuta, sucia y aislada.
NUEVA DELHI, India — Cuando me arrestaron, la policía hizo barricadas en mi vecindario como si fuera un criminal.
No maté a nadie, no puse una bomba ni cometí un robo. No violé las leyes del país. Todo lo que hice fue protestar pacíficamente, un derecho fundamental según la Constitución de la India.
No sabía por qué me castigaban. Nadie me dio una respuesta.
Las autoridades me encarcelaron en la central de Tihar de Delhi durante 13 meses. Fue un infiern. Los guardias violaron mis derechos, enumerados en las Reglas Penitenciarias de Delhi, con total impunidad.
Los guardias me torturaron física y mentalmente. Me llamaron terrorista, alborotador, traidor, yihadista. No me permitían cepillarme los dientes ni leer libros, y apenas podía dormir en mi celda diminuta, sucia y aislada.
Ayuné durante el Ramadán y las autoridades me negaron la comida previa al ayuno. También me negaron un reloj para que pudiera realizar namāz (una serie de cinco oraciones diarias que los musulmanes deben realizar en ciertos momentos del día).
Me sentí completamente indefenso viviendo bajo tal tiranía. Cuando critiqué las políticas de la cárcel, las autoridades penitenciarias me negaron mis derechos como subprisionero (un preso no condenado que ha sido encarcelado durante la investigación o antes del juicio por el delito del que se le acusa).
La pandemia provocada por la COVID-19 empeoró aún más las condiciones: retrasó los juicios y provocó que las autoridades suspendieran las reuniones entre los presos y sus familias.
Como los tribunales no funcionaban, los reclusos languidecían y la cárcel se abarrotaba aún más. Muchos reclusos se enfermaron e informaron numerosos síntomas durante los picos de las dos primeras olas de COVID-19, pero solo el 1% se sometió a testeos.
Las autoridades negaron el tratamiento adecuado a los contagiados, les dieron medicamentos básicos como acetaminofén y les impidieron el acceso a los médicos. No había ninguna enfermería en el lugar y la mayoría de los prisioneros no podían pagar una representación legal para escapar del largo encarcelamiento.
Fui testigo del dolor y la desesperanza a mi alrededor, pero saqué fuerza e inspiración de la historia de la India. Los luchadores por la libertad dieron sus vidas y fueron a prisión para liberar al país. Defendieron la justicia en nombre de los más débiles y lucharon contra las estructuras opresivas de casta, clase y género. Los que estaban en el poder también intentaron reprimirlos.
Por cuestionar a mi gobierno y protestar contra sus decisiones, la policía me puso tras las rejas. Las autoridades intentaron silenciar la disidencia citando a mis acciones contra la democracia, la constitución y la ley.
Sin embargo, mi regreso a casa en junio de 2021 demostró que fracasaron. Una gran multitud esperaba fuera de las puertas de la cárcel de Tihar, celebrando mi liberación y esperando verme caminar libre. Mi corazón se llenó de alegría al presenciar un apoyo tan abrumador.
La orden del Tribunal Superior de Delhi me dio una fuerza inmensa y restauró mi fe en el poder judicial indio. Su sentencia consideró mi arresto injusto e ilegal. La corte corrigió pública y poderosamente a quienes me llamaron terrorista. El disentir no es terrorismo.
Cuando pienso en lo que hice, me siento orgulloso y me niego a sentir miedo por los ataques y amenazas que sigo recibiendo. Yo no soy una victima. Lucho por la justicia. Me quisieron destruir pero sobreviví para contarlo.