El corazón se me salía del pecho, comprobé que lo que soñaba ser, un jugador de fútbol, era posible y dependía de mí.
Si hay voluntad no existen los imposibles. Eso lo sé desde que nací.
Nací en San Pedro, Provincia de Buenos Aires, Argentina. Como todos los niños de mi país, me apasionaba el fútbol. Era pobre, pero era feliz. Esa discapacidad visual no me impedía andar con la pelota bajo el brazo y jugar con los chicos del barrio en el potrero.
Mi pasión, auténtica, por el fútbol no entendía de discapacidad. Armábamos la canchita y yo, junto a mis amigos y mis hermanos, era uno más corriendo y pateando la pelota. A veces, pasaban varios minutos y no tocaba el balón porque no sabía dónde estaba. Pero no me importaba, era feliz viviendo esa sensación y sintiendo ese espíritu tan especial que se respira solamente ahí, en una canchita con tus amigos.
Para mí, estar ciego nunca fue una limitación. Hice lo mismo que todos los chicos de mi edad. Solía jugar los mismos juegos. Siempre andaba en bicicleta o pescaba en el río.
Tuve suerte de que mis padres nunca fueran sobreprotectores. Me dejaron ser y eso me ayudó mucho a crecer con libertad e ir adaptándome a una vida norma.
No veía, pero me desplazaba por mi barrio como si pudiese ver, conocía cada rincón. Conocía cada rincón.
Como no había escuela para ciegos en San Pedro, cuando tenía 10 años fui a una escuela especializada en San Isidro, cerca de la Ciudad de Buenos Aires. Allí, en el Instituto Román Rosell, aprendí a escribir y leer en braille, y descubrí algo revelador: los estudiantes ciegos jugaban al fútbol.
A la pelota le ponían un cascabel sonoro y así era sencillo saber por dónde pasaba. El corazón se me salía del pecho. Comprobé que lo que soñaba ser, un jugador de fútbol, era posible y dependía de mí.
Puedo decir que ahí empezó mi carrera futbolística, aunque todavía era muy joven. Fue un gran descubrimiento y me dio la fuerza para luchar por mi sueño.
El fútbol era una actividad recreativa en el Instituto Rosell. Como estaba internado, me pasaba todo el tiempo libre jugando a la pelota con mis compañeros. Simultáneamente practiqué otros deportes, como atletismo en velocidad y salto. Hasta fui campeón argentino de salto en largo, dato que muchos no saben.
Teníamos un profesor, Enrique Nardone, que fue un visionario y un gran impulsor del fútbol para ciegos. Junto a un colega brasileño y otro español armaron un reglamento y le dieron a la disciplina presencia internacional.
En 1991 cuando armó la primera Selección Argentina de fútbol para ciegos, Nardone me convocó. Todos los jugadores eran del Instituto Rosell.
Sentí que estaba cumpliendo mi sueño. Por primera vez me puse la camiseta celeste y blanca de mi país y me entraron un montón de sensaciones en el cuerpo. Algo muy difícil de explicar con palabras. Fue algo espectacular. Solo tenía 20 años.
Hoy a los 49 sigo sintiendo el mismo orgullo de ser parte de la Selección Argentina. Llevar la cinta de capitán durante tantos años es un honor tremendo.
Desde esa época, el deporte se convirtió en mi estilo de vida y cuando me retire no pienso cambiarlo. Uno es futbolista toda la vida y permanece siéndolo incluso cuando deja la práctica activa. El deporte te da disciplina y te enseña muchas lecciones de vida.
Los inicios con la Selección Argentina fueron años muy duros. No teníamos apoyo económico y no podíamos comprar el calzado adecuado para jugar.
Además, aunque sabíamos que podíamos jugar a un alto nivel y que podíamos representar a nuestro país con dignidad, hubo muchas personas que no nos tomaron en serio y dijeron «los ciegos se están divirtiendo».
Ellos no pensaron que podríamos jugar competitivamente. Teníamos las mismas ilusiones y capacidad de tantos pibes argentinos con visión, locos por la pelota. Afortunadamente, con resultados positivos y buenas performances, conseguimos romper esas barreras en la sociedad. Y así llegó nuestro primer Mundial.
Nos convertimos en campeones del mundo por primera vez en la Copa de Brasil 2002. Nos establecimos en el mundo del deporte. Fue un torneo espectacular. Anteriormente habíamos perdido dos finales. Dar la vuelta olímpica en Brasil marcó el objetivo cumplido. Tanto entrenamiento y sacrificio valieron la pena. Antes de viajar, ni siquiera teníamos botas de fútbol y tuvimos que retrasar nuestro vuelo porque no teníamos dinero para pagar la tasa de embarque.
El hecho de que fui elegido por la prensa internacional como el mejor jugador del mundo después de mi primer Mundial le dio a nuestro equipo y a nuestra disciplina un reconocimiento mundial. En un país como Argentina, ser llamado «el mejor del mundo» puede abrir muchas puertas. La prensa empezó a hablar de nuestros problemas económicos y de repente empezaron a aparecer ayudas para nuestros viajes.
Para mí fue un inmenso orgullo y alegría ser catalogado por el periodismo deportivo como el Maradona del fútbol para ciegos. Pasaron los años, Diego se retiró y la gente empezó a llamarme el Messi del deporte.
Para convertirse en el mejor jugador del mundo, no bastaba con soñarlo. Un día no me levanté y me convertí en el mejor. Fue un proceso largo, que recorrí paso a paso. En el fútbol nadie te regala nada. Es fundamental entender que no basta con perseguir un sueño, debe ir acompañado de un trabajo diario y de mucha dedicación.
Desde que era niño, siempre fui una persona positiva. ¿Qué sentido tiene sentirme mal por algo que nunca tuve? Nací ciego y eso nunca lo cambiaré. Potencié mis otros sentidos y salí adelante, sin prejuicios ni temores. Nunca renuncié a mis sueños.
Si me hubiese quedado renegando y sintiéndome víctima, le habría hecho pasar malos momentos a mis padres y a mi familia. No me habría convertido en quien soy hoy si siempre me hubiera estado victimizando. Estoy convencido de que pensar en positivo te permite lograr muchas cosas.
Mi familia es fundamental en mi vida personal y en mi carrera deportiva. Mi esposa Claudia, mis siete hijos, Nadia, Florencia, Giuliana, Lautaro, Isaís, las gemelas María Emilia y María Clara, y mis dos nietos, son todos videntes. Son un regalo de Dios. Siempre digo que son mis patrocinadores número uno. Ellos siempre me apoyan. Cuando las cosas van bien, los amigos aparecen por todas partes, pero en los malos momentos es la familia la que está a mi lado. Si me lesiono en un juego o si pierdo, mi familia está ahí para apoyarme.
Siempre me he fijado metas a lo largo de mi vida. Ganar una Copa del Mundo no significó que la siguiente ya estuviera ganada; Tuve que volver a entrenar e intentar repetir la hazaña.
Logramos el segundo título mundial en Buenos Aires, Argentina. De todos los torneos que jugué, el Mundial de 2006 fue el más emotivo; Me acompañaba mucha gente que normalmente no podía verme jugar. Mis padres, mi esposa, mis hijos y mis amigos estaban en la tribuna.
Tanta gente vino a vernos en la final contra Brasil que el estadio estaba lleno y muchos no pudieron ingresar. Fue algo único y muy emotivo. Personalmente tuve la suerte de marcar el gol para vencer a Brasil, nuestro histórico rival. No solo del fútbol sudamericano sino hasta mundial. Todo el trabajo había valido la pena y otra copa estaba en nuestras manos: Gloria eterna, emoción inconmensurable.
Ser líder no es solo un motivo de orgullo, sino que es algo que tomo con absoluto compromiso. Sé que en algunas circunstancias me toca cargarme a mi equipo al hombro y que mis compañeros lo sienten. Ahí es cuando responden en el campo, dando lo mejor.
Seguiré desafiándome a mí mismo hasta el día de mi muerte. Hoy, mi objetivo es convertirme en campeón de los Juegos Paralímpicos de Tokio en 2021. La medalla de oro es lo único que me queda por ganar. Ya gané Mundiales, Copas América y campeonatos argentinos. No sé si lo lograré; Lo que sí es seguro es que haré todo para que sea posible. Por eso entreno con todas mis fuerzas. Estoy compitiendo con jugadores que tienen la mitad de mi edad o que tienen la edad de mis hijos. Eso me motiva.
Tengo el plus de haber sido deportista paralímpico, y existe diferencia con un olímpico. Nosotros tuvimos que superar la problemática de la discapacidad y no sólo la deportiva para lucirnos en lo nuestro.
Debemos poner toda nuestra voluntad para lograr las metas que cada uno de nosotros tiene. Muchos, al primer obstáculo que surge, bajan los brazos y se desaniman. En esas situaciones hay que hacerse fuerte y superar ese obstáculo.