Desde que empecé las clases de surf, han venido madres a darme las gracias con lágrimas en los ojos, diciéndome lo agradecidas que se sienten. Destacan los cambios que han notado en sus hijos, en cómo se relacionan con los demás. Muchos padres incluso acompañan a sus hijos a las sesiones sólo para ver la felicidad que sienten mientras están en el agua.
SAN SALVADOR, El Salvador – Trabajando como enfermero, adquirí años de experiencia con niños autistas. Adquirí una gran comprensión de sus dones y luchas y conocí a muchas almas increíbles por el camino. A menudo soñaba con cosas que podría hacer para mejorar su calidad de vida.
Cuando empecé a hacer surf y sentí su emoción, me pregunté si mis pacientes disfrutarían de una experiencia similar. Unos meses más tarde, impartí mis primeras clases de surf a un pequeño grupo de niños autistas, y todo cambió.
Siempre he sido una persona sensible y no me avergüenzo de ello. Ver a los niños felices, haciendo algo en lo que se sienten seguros, hace que se me salten las lágrimas. Un día, de vacaciones en el extranjero, vi a un grupo de niños haciendo surf. Parecían extasiados, radiantes y llenos de energía. Su felicidad me llamó la atención y decidí probar el surf por mí misma.
La descarga de adrenalina y éxtasis que recorre tu cuerpo cuando te subes a una tabla te cambia la vida. Sabía que este tipo de actividad haría maravillas con los niños autistas, que a menudo se aíslan del deporte. Me sentí más seguro de mi decisión después de ver la cantidad de apoyo que recibí de padres y colegas con respecto a mi idea.
Desde que empecé este proyecto, he notado una gran mejoría en el estado de ánimo general de mis pacientes. En una de mis clases conocí a Marcos, un niño autista de seis años. Como a muchos niños autistas, a Marcos no le gusta que le toquen ni que le abracen. Un día, después de una sesión, Marcos corrió hacia mí y me dio un beso en la mejilla. Ese momento me conmovió profundamente. Sentí que me había ganado su confianza.
Cuando se trabaja con niños autistas, hay que crear un entorno en el que se sientan seguros y cómodos. Yo lo hice introduciendo a los niños en la natación poco a poco, en las piscinas de los hoteles. Con mi equipo de expertos, les enseñamos a flotar en una tabla, remar, mantenerse de pie y mantener el equilibrio.
Poner en marcha el proyecto requería mucha ayuda, así que pedí voluntarios a los centros de autismo de El Salvador. Me llegaron respuestas de psicólogos, terapeutas, instructores y otros enfermeros. También necesitaba financiación. Surgieron generosos patrocinadores que pagaron el equipo de surf, las tablas y la ropa. Tres meses después -cuando reunimos a los voluntarios y dispusimos de algunos fondos- organicé el primer grupo.
Cuando me levanté por la mañana antes de la primera clase, me sentía muy emocionado por empezar el día. Me siento así antes de cada clase. El grupo parecía muy tímido y callado al principio, pero poco a poco se fueron haciendo amigos por todas partes. Los vi reír mientras corrían por la arena y nadaban en el océano. Sentía que el corazón me iba a estallar. La felicidad me invadía al verlos disfrutar de un día al aire libre, haciendo algo que nunca pensaron que podrían hacer. Estos niños rara vez tenían la oportunidad de ir a la playa. La mayoría de las veces se quedaban en casa con sus padres.
Nunca les llevamos más allá de la orilla y siempre trabajamos con grupos reducidos de seis niños por seguridad. También tenemos varios instructores en el agua con ellos en cada lección. Empiezan con calentamientos, luego nadan en la parte poco profunda. Muy despacio, se suben a la tabla. Me asombra verlos surfear, con los brazos extendidos, sintiendo la brisa del mar.
Una vez, en lugar de acostarse sobre la tabla y seguir remando mar adentro, dos chicos se pusieron de pie enseguida. Consiguieron mantener el equilibrio durante todo el tiempo que surfearon. Me resultó imposible contener la enorme cantidad de orgullo que sentí en ese momento. Lágrimas de alegría corrieron por mis mejillas mientras estallábamos en aplausos.
Desde el comienzo de esta experiencia, no hemos tenido ningún problema importante. Uno pequeño surgió en la primera semana de formación, cuando un dron nos sobrevoló. El ruido afectó a los niños. Afortunadamente, los terapeutas presentes ayudaron a calmarlos. Esto ilustra la importancia de contar con el personal adecuado en proyectos como éste.
El surf hace maravillas con los niños del espectro. Les ayuda a concentrarse, a liberarse del estrés y a socializar. Otros centros se enteraron de nuestro experimento y quisieron saber más. Ahora se llama Surftismo y esperamos que nuestro proyecto inspire también a las madres. Muchos padres viven en constante ansiedad por sus hijos. Quieren que sus hijos disfruten al máximo de la vida, pero también temen todo el tiempo por su seguridad.
Desde que empecé las clases de surf, han venido madres a darme las gracias con lágrimas en los ojos, diciéndome lo agradecidas que se sienten. Destacan los cambios que han notado en sus hijos, en cómo se relacionan con los demás. Muchos padres incluso acompañan a sus hijos a las sesiones sólo para ver la felicidad que sienten mientras están en el agua.
En el futuro, espero llegar aún más lejos. Quiero abrir un centro más grande, con más personal y ofrecer más clases y ayuda. Quiero dedicar mi vida a hacer que estos niños se sientan entusiasmados con el mundo.