Desde chico, con uno de mis hermanos, que es dos años menor, armábamos mini ciudades para jugar con nuestros muñecos. Montábamos escenas de peleas tan duras que, muchas veces, los juguetes se rompían y debíamos repararlos para poder continuar.
BUENOS AIRES, Argentina ꟷ Siempre supe que quería ser ingeniero. Desde chico me gustó la tecnología y conocer cómo funcionan las cosas. Lo aeroespacial me atrajo porque es donde está la tecnología de punta. En aquel momento, en Argentina no existía ninguna carrera de ingeniería aeroespacial. Entonces ocurrió algo increíble.
Durante mi último año de colegio, me senté en el sillón junto a mi papá a ver un partido de fútbol. En el entretiempo, apareció un anuncio en la pantalla. La Universidad Nacional de San Martín (UNSAM) lanzaba la primer carrera de ingeniería aeroespacial de Argentina. Al día siguiente fui a la facultad a inscribirme. Lleno de alegría, encontré exactamente lo que siempre había deseado, y no en México, España o algún otro país de habla hispana. Lo encontré en Argentina.
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Si no hubiese sido por ese momento, me hubiese anotado en ingeniería naval y hubiese seguido un camino muy diferente. En cambio, a los 25 años, me convertí en el primer ingeniero aeroespacial de Argentina. Hoy trabajo en los diseños más complejos que existen. Quiero hacer cosas que ayuden a la humanidad a llegar a otros lugares; trabajar en misiones interespaciales y, en última instancia, ampliar el conocimiento humano.
Desde chico, con uno de mis hermanos, que es dos años menor, armábamos mini ciudades para jugar con nuestros muñecos. Montábamos escenas de peleas tan duras que, muchas veces, los juguetes se rompían y debíamos repararlos para poder continuar. Creo que fue mi primera aproximación a entender cómo está construido algo.
Aparecieron más oportunidades como ésta, y mi pasión creció. Casi siempre estaba junto a mi papá cuando arreglaba cosas en casa. Lo miraba trabajar y aprendía todo lo que podía sobre las herramientas que utilizaba. Cuando mi hermano y yo nos enojábamos por haber perdido un partido de fútbol en la PlayStation, nos desquitábamos con los pobres joysticks. Una y otra vez, papá los arreglaba mientras yo me quedaba mirando.
Una vez me gané un grabador en un sorteo y se me rompió. Lo abrí y toqué todo hasta que encontré la falla. No soldé, no sabía aún ni siquiera lo que era una resistencia, sólo manipulé lo que era visible. Pero la felicidad que experimenté fue tan grande que sentí como si yo mismo hubiera diseñado esa grabadora, como si se me hubiera revelado un conocimiento único al descubrir su funcionamiento interno.
A mis trece años les pedí a mis padres que me anotaran en una escuela técnica, con orientación en automotores, para desarrollar esa pasión que sentía. Ahí pude trabajar en hojalatería, carpintería, tornería, y me encantó. Desde ese momento supe que sería ingeniero.
La pasión por el espacio la fui adquiriendo desde que empecé a estudiar. Yo en realidad soy apasionado de la tecnología. Cuando miro el lanzamiento de Space X no me sorprende o apasiona tanto que manden un astronauta a la Estación Espacial Internacional. [SpaceX colabora estrechamente con la NASA en el lanzamiento de satélites a la órbita terrestre y en el transporte de carga y astronautas a la Estación Espacial Internacional. A diferencia de la NASA, SpaceX crea lanzadores de cohetes reutilizables, en lugar de los que caen al océano tras gastar su combustible].
Lo que me vuelve loco es la tecnología para acoplar su nave con la Estación o el lanzador que cae y aterriza en la tierra en un portaaviones en la marca exacta que le pusieron. Esas cosas que son muy difíciles de hacer y que hasta ahora nadie más fue capaz de conseguir. Eso es lo que a mí más me gusta, ver lo nuevo, lo innovador.
Lograr mi objetivo de ser el primer argentino egresado de la carrera de Ingeniería Aeroespacial me llenó de orgullo. En noviembre de 2022, defendí mi tesis con éxito. Sólo cinco de las 300 personas que se inscribieron en la carrera, llegaron a ese punto.
El día de mi tesis fui en auto junto a mis padres. Durante toda la semana estuve muy nervioso, como suele sucederme en momentos así. En el viaje en auto fui respirando profundo, en silencio, sólo escuchando música. No había estacionamiento cerca del aula donde debía exponer, por lo que tuve que caminar varias cuadras con el traje en la mano, bajo el rayo del sol. Llegué todo transpirado, por el calor y por los nervios.
La ansiedad creció aún más cuando, al llegar, el equipo de prensa de la universidad me abordó para entrevistarme. Yo estaba realmente muy nervioso. El aula estaba llena, estaban mis familiares, mis amigos, muchos profesores, compañeros, autoridades de la facultad. Como era el primero, se trataba de todo un acontecimiento. Era una presión. Pero, cuando comencé a hablar, todo se esfumó, simplemente fluí.
Sentía la energía de esa sala llena, el cariño de quienes fueron a acompañarme. El director de mi carrera, Roberto Yasielski, sabe muchísimo, nos enseñó de todo y armó una carrera espectacular. Pero es una persona muy crítica, un tipo duro. Es difícil que te diga un elogio. Cuando terminé de dar la tesis, me hizo un pequeño gesto indicándome que estuve bien. Eso me hizo dar cuenta de que lo hice bien en serio. Ya sabía que aprobaría.
Empecé a mirar las caras de felicidad de los demás. Cuando vinieron hacia mí, los abracé a todos: a mi mamá, a mi papá, a mis abuelos, al director y subdirector de la carrera. Al ser pocos estudiantes en el final de la carrera, todos ellos fueron como compañeros nuestros. Eran clases personalizadas, prácticamente, forjamos una relación muy cercana.
[Desde que se convirtió en el primer egresado de la carrera inaugural de ingeniería aeroespacial de Argentina en la Universidad Nacional de San Martín, Nicolás se unió al equipo de SAOCOM, una organización argentina que utiliza satélites de observación propiedad de la agencia espacial del país para observar la Tierra y vigilar catástrofes].