Mi médico había estado tratando de entender el por qué de mis dislocaciones de hombro recurrentes, que comenzaron cuando llegué a la pubertad.
NAIROBI, Kenia – Mi madre notó que mis recurrentes dislocaciones de hombro podrían deberse a mis enormes senos.
Ella sugirió que visitáramos a un especialista y planeáramos una cirugía de reducción de senos, pero yo me negué. Sus instintos estaban en lo cierto.
Me diagnosticaron gigantomastia hace 10 años. Finalmente, le puse un nombre a lo que me estaba afligiendo hacía mucho tiempo.
Mi médico había estado tratando de entender el por qué de mis dislocaciones de hombro recurrentes, que comenzaron cuando llegué a la pubertad.
La primera vez que pasé por el quirófano fue en el año 2002, cuando era adolescente.
En 2010, volví al hospital por otra dislocación, y ahí fue donde mi médico señaló que el peso de mis enormes senos era la causa de mi constante molestia.
Dijo que el tamaño de mi pecho recargaba los ligamentos de mi espalda. Después de hablar con mi madre, nos refirió a un cirujano plástico para llevar adelante una reducción de senos.
El tamaño de mi copa era de 44 gg, mucho más de lo que podían soportar mi espalda y mi peso corporal en general. Puede imaginarse el miedo y la ansiedad que surgen antes de la cirugía.
Yo no sentía nada de eso. Sólo quería terminar con este tema.
En febrero de 2011, me operaron en el hospital sur de Nairobi. Los médicos tardaron cerca de cuatro horas en extraer el tejido requerido.
Después de la cirujía, me levanté para ir al baño y la enfermera me preguntó por qué todavía caminaba encorvada.
Aún no me había dado cuenta que ya no tenía que cargar el mismo peso que antes.
La enfermera, más tarde, me informó que me sacaron 7,3 kilos de mi pecho.
Todo me golpeó en mi segunda estadía en el hospital. La transformación fue evidente cuando miré mi pecho.
A los 25 años, finalmente recuperé mi vida. Me dieron de alta después de cinco días para continuar mi curación en casa.
Realizaron un injerto de pezón libre para reconstruir mis senos hasta un tamaño de copa de 40 c.
El proceso de curación tomó tres semanas y media.
En retrospectiva, mi gran personalidad me ayudó a distraerme del dolor que me provocaba mi imagen corporal.
En el camino, me tuve que hacer más contestaria para disuadir cualquier agresión; por lo tanto, nadie fue lo suficientemente valiente como para decirme nada en la cara.
Mi pecho solía llamar mucho la atención. Cuando hablaba con la gente, su mirada se centraba en mi busto. Era muy incómodo.
El mayor obstáculo fue cuando iba a comprar sostenes. Nunca encontraba mi talla. A veces, me enojaba porque no entendía la falta de variedad en los talles.
A pesar de que amaba la moda, me reduje a una «chica de camiseta y jeans» porque la ropa que deseaba nunca me quedaba bien.
Desde entonces, mi confianza se ha disparado.
A lo largo del camino, me he enfrentado a los comentarios de muchas personas que creen que me sometí a la cirugía con fines estéticos y que no era necesaria.
Para la mayoría de las pacientes, es una lucha diaria personal que prefieren mantener en silencio por vergüenza.
Este estigma es la razón por la que comencé a educar al público sobre los perjuicios de la gigantomastia.
Una vez que obtuve el conocimiento suficiente, decidí volcarlo a la sociedad. Puedo decir que decenas de mujeres, especialmente de las zonas rurales, han recibido ayuda a través de mi programa.
El tratamiento de la gigantomastia es costoso en Kenia. Personalmente, mi compañía de seguro médico se negó a cubrir el costo de la cirugía, calificándola como no necesaria.
Mis padres intervinieron. Así que puede imaginarse la cantidad de mujeres u hombres que no pueden pagar este procedimiento esencial.
Hasta ahora, laFundación Gigantomastiaha supervisado más de 180 cirugías desde su lanzamiento hace cinco años, una hazaña que me gustaría continuar.