Los trastornos alimentarios se presentan en diferentes formas y tamaños. El hecho de que sean visibles, no significa que no existan.
LONDRES, Inglaterra— Desarrollé anorexia cuando tenía unos 12 o 13 años. Para mí, era algo que se había estado gestando durante bastante tiempo.
Crecí en una familia donde teníamos muchos comportamientos disfuncionales. También fui abusada sexualmente cuando era niña.
Comenzó muy lentamente restringiendo la comida. Cuanto más ponía en práctica estos comportamientos poco saludables, me sentía más adormecidas esas emociones que no quería sentir.
Por las noches, acostada en la cama, escuchaba todos los argumentos que hacían decaer mi ánimo. En esos momentos, me sentía tan deprimida y tan sola; tan atrapada en mis emociones.
Tenía muy presente los recuerdos del abuso, no lo podía superar. Forjó mi personalidad y sentía que había algo mal en mí. Lo peor de todo es que nadie evitó que sucediera.
El trastorno alimentario llenó el vacío. Estaba tan abrumada por la vergüenza del abuso que comencé a odiarme a mí misma. El trastorno alimentario me daba alivio en esos momentos.
Todo empezaba en con mi cabeza diciéndome que no soy lo suficientemente buena o que no hago las cosas bien. Tan pronto como sentía cualquiera de esas emociones, mi trastorno alimentario se imponía y me decía inmediatamente que comenzara a pensar en la comida, las calorías y el ejercicio.
Prospere con eso y anhelaba hacer más. En ese momento, me había convencido de que cuanto más lo escuchara, mejor me sentiría.
Un día, la escuela se comunicó con mi mamá. Estaban preocupados por mi cambio de peso.
Recuerdo estar en el consultorio de mi médico pensando que era una ridiculez, no entendía por qué estaba allí. Finalmente, fui llevada a los Servicios de Salud Mental para Niños y Adolescentes.
Me senté durante esa primera cita sin querer decir nada ni revelar lo que me estaba pasando. El especialista hizo de todo para sacarme información pero yo antepuse una rígida pared.
Salí de la cita y me fui a casa e investigué los trastornos alimentarios y la anorexia. Estaba convencida de que no la padecía. Yo no cuadraba en la imagen de cómo debería ser una persona con un trastorno alimentario y cómo debería comportarse. Pensé que a ellos no les gustaba la comida o que nunca comían.
En el Reino Unido, tenemos acceso al Servicio Nacional de Salud. Ingresé al tratamiento del NHS para intentar aceptar que algo estaba pasando y para obtener el apoyo que necesitaba.
Durante los siguientes seis meses, me colocaron en tratamiento ambulatorio, pero nada funcionaba. Mi negación se anteponía. Estaba muy convencida de que la gente estaba tratando de quitarme esta única cosa en mi vida que hacía que todo se sintiera increíble.
Después de seis meses fui admitida en un hospital para pacientes hospitalizados donde pasé el siguiente año de mi vida en recuperación aprendiendo mucho sobre la alimentación y el ejercicio. Lo más importante para mí fue aprender a hablar sobre cómo me sentía.
Aunque mi imagen corporal y mis sentimientos sobre mi cuerpo no causaron mi trastorno alimentario, ellos estaban muy envueltos en las cosas. Cuando ingresé al tratamiento, mi imagen corporal estaba distorsionada.
Recuerdo estar sentada en el hospital un viernes por la noche, harta e infeliz de estar allí, cuando me tocó hacer un ejercicio con una de las enfermeras. Tenía que dibujar el contorno de mi cuerpo. Luego, me pidió que me recueste para que ella pudiera dibujar mi contorno real.
Fue entonces cuando me di cuenta de que algo andaba mal con mi cerebro porque la forma en que me veía a mí misma estaba muy distorsionada. Recuerdo que ese viernes por la noche, pensé, voy a empezar a comer un poco. Entonces al menos podré salir del hospital y hacer exactamente lo que quiero hacer.
Al año siguiente, comencé a hablar, procesar y comprender cosas. Un punto de partida fue tener ese espacio para hablar, darme cuenta de que no tenía que mostrarle a la gente que no estaba bien a través de la comida y que estaba bien sentir cosas.
A menudo, los que padecemos un trastorno alimentario, olvidamos que comer es una pulsión de vida, que cumple con un propósito. Cuanto más asimilaba ese concepto, más podía salir de la anorexia para llegar a un lugar más saludable.
Si quisiera tener una vida plena pero necesito replantearme muchas cosas antes. Solía hacer varias listas de razones para mejorar, mis motivaciones y los aspectos positivos para comer. Solía creer que las cosas iban a estar bien si seguía haciendo lo que estaba haciendo.
Durante más de la mitad de mi vida, he tenido un trastorno alimentario. Lo desarrollé cuando tenía 12 o 13. Ahora tengo 31. He estado en recuperación desde que tengo 17 años.
He tenido momentos en los que pensé que tal vez estaba completamente recuperada, luego recaí en 2016 tras la muerte de mi abuela. La pasé muy mal durante una visita en el hogar de ancianos antes de que falleciera y fue bastante traumático.
Sentí que la decepcioné y decepcioné a mi madre porque no había estado presente para que ella ofreciera ese apoyo adicional. Cuando ella falleció, estaba tan decidida a ser fuerte por todos los demás que fingí estar bien todo el tiempo.
Podía sentir que volvía a esos comportamientos poco saludables, pero me encantaba la validación a corto plazo que me dio. Seguí convenciéndome de que si hacía lo que estaba haciendo, en algún momento, podía controlarlo y volver al modo de recuperación total.
No es así como funcionan los trastornos alimentarios. No puede levantarse un día y tener un trastorno alimentario y al día siguiente decidir que ya lo tienes. Lo que estaba haciendo era peligroso, así volvieron los pensamientos distorcionados.
Después de un par de meses de lucha, fui a los servicios de trastornos alimentarios en el sur de Londres, donde vivía, y traté de obtener apoyo, pero desafortunadamente, debido a que no tenía bajo peso, no había nada que pudieran ofrecerme. Fue entonces cuando las cosas empezaron a ir cuesta abajo rápidamente.
Me levantaba por las mañanas y me sentía tan infeliz, tan agotada emocional y físicamente, y tan atrapado en lo que estaba haciendo. Iba a trabajar y ponía mi mejor cara, fingiendo que estaba bien. Llegaba a casa por la noche y lloraba mucho, realmente luchaba con mi vida.
Volví a ver a mi médico y me recetaron antidepresivos para levantarme un poco el ánimo. Definitivamente, ayudaron. Tomé medicamentos durante unos cuatro años, pero también recaí n la anorexia y esos sentimientos incómodos que ya no quería sentir.
Los trastornos alimentarios son enfermedades tan confusas. No te sientes validado en tu enfermedad. Eso es lo que me pone nerviosa la mayor parte del tiempo. La voz en mi cabeza me decía que no estaba lo suficientemente enferma, que no me merecía el apoyo. Fue difícil discernir.
He cometido muchos errores en mi recuperación. No sé cuáles serán los efectos a largo plazo que repercutirán en mi cuerpo, pero ahora estoy haciendo todo lo posible por cambiar las cosas, para llegar a la completa recuperación.
Empecé a escribir mucho en un diario, anotando todos mis sentimientos y emociones. Tener ese espacio, especialmente por las noches, para descargar me ayudó. Reservé un montón de cosas agradables para hacer con mis amigos como distracción, para crear recuerdos felices y salir de mi cabeza.
Algo que siempre ayudó en la recuperación fue poder viajar. Es un gran motivador para mí. También aprendí a hablar de mis sentimientos.
Durante el último año y medio, he intensificado mi recuperación y estoy presionando para esta fase final. Trabajo con una nutricionista. Con ella, aprendo cómo desempaquetar las creencias alimentarias y me aseguro de que los comportamientos apoyen los resultados que quiero con mi vida.
Justo después de Navidad, decidí que cuando tenga hijos, me gustaría ir a las pastelerías a primera hora con ellos. Todos los viernes por la mañana desde Navidad, he salido a comer un pastel. Al principio, fue muy difícil y me molesté. Cuanto más lo hacía, más fácil se hacía y poco a poco comencé a confiar en mí misma y a cambiar el pensamiento en mi cabeza.
Para los que luchan contra esta enfermedad, primero les preguntaría qué les está provocando el comportamiento del trastorno alimentario. Den un paso atrás y pregúntense: «¿Quiero pasar el resto de mi vida sintiendo que tengo que hacer esto?»
Tus sentimientos importan. Sí, la vida puede ser difícil por momentos. Lo que el trastorno alimentario le está haciendo y cómo le hace sentir es una solución a corto plazo.
Intenten pensar en pequeños cambios, ya sea para ir a terapia, hablar con su médico, contárselo a un amigo o reservar actividades divertidas para hacer. Empiecen a desafiar a su propia cabeza.
Muy a menudo, nos atascamos con los trastornos alimenticios. Etiquetamos los alimentos como buenos y malos. Tenemos miedo de presionar sobre las cosas. Si se encuentran en esa situación ahora, deténganse un momento y piensen. Sí, parece que le tengo miedo. Sí, me preocupa lo que esto le hará a mi cuerpo.
Ese miedo es infundado. Si superan ese miedo y esos sentimientos en torno a la comida, tendrán la vida que quieren y merecen. No esperen al punto de mayor crisis para reaccionar.
Hoy, trabajo a tiempo completo haciendo campañas de salud mental. Paso mi vida viajando por todo el mundo, trabajando con escuelas, corporaciones, hospitales y en el gobierno del Reino Unido.
Me fijo principalmente en los problemas relacionados con los trastornos alimentarios y su diagnóstico, pero también de manera más amplia en todo el espectro de trastornos alimentarios, trastornos alimentarios y salud mental.
Una gran parte de mi trabajo consiste en hacer que las personas comprendan que los trastornos alimentarios se presentan en diferentes formas y tamaños. Los trastornos alimentarios se presentan en diferentes formas y tamaños. El hecho de que sean visibles, no significa que no existan. Estoy tratando de arrojar mucha luz sobre eso para que cada persona, independientemente de su apariencia, pueda obtener el apoyo que necesita.
Estoy en un estado de recuperación continuo. Creo que todas las personas con un trastorno alimentario pueden recuperarse por completo si reciben el apoyo y las intervenciones adecuadas. Todavía estoy en el camino de alcanzar esa meta.
Más recientemente, establecí un grupo de dirección llamado Coalición Corazones, Mentes y Genes, en el que buscamos unir la genética, el lado de la naturaleza, el lado de la crianza y el corazón, para tratar de unir que los trastornos alimentarios son un trastorno mental.
También, tengo una campaña llamada Double the Scales para asegurarme que las personas puedan acceder a apoyo y tratamiento independientemente de su peso o índice de masa corporal. Es una petición del Reino Unido, pero este problema afecta a personas de todo el mundo.
A menudo, reflexiono sobre el hecho de que pasé ese año en el hospital y tuve un gran privilegio de tener acceso a un tratamiento. En todo el mundo, estamos viendo esta afluencia masiva de personas que luchan contra los trastornos alimentarios. La falta de atención y apoyo es terrible.
Recuerde, no necesita arreglar a esa persona. No queremos que nos arreglen. No queremos simpatía. Sólo queremos que alguien camine a nuestro lado y nos ofrezca espacio para hablar, si necesitamos esa distracción a la hora de comer o si nos sentimos ansiosos. Queremos sentirnos escuchados y realmente comprendidos.
Creo en las conversaciones directas. Nos alejamos de ellos porque son difíciles o pueden molestar a alguien. Cuanto más demos a conocer estos comportamientos, es más probable que las personas obtengan esa libertad total y comiencen a recuperarse.
Por lo tanto, tenga la conversación directa, ofrezca apoyo, distráigalos, sea paciente, no juzgue y no se limite a ver el trastorno alimentario cuando los mire. A menudo, se convierte en la identidad completa de alguien, lo que simplemente no es correcto.
Esa persona es mucho más que un simple trastorno alimentario. Ya sea que estén luchando, en recuperación o conviviendo con eso y no se den cuenta, tienen una historia que contar. Necesitamos trabajar para ayudarlos a ver eso y amar la vida nuevamente.