Mi familia y mis vecinos rompieron la puerta de mi casa con ira, entraron y empezaron a golpearnos y apedrearnos.
El tiempo corre, pasan los días y el miedo a lo que me espera se intensifica.
Desde el ultimátum de 14 días que dio Kenia para cerrar los campamentos de Kakuma y Dadaab, he pasado largas noches de insomnio.
El 24 de marzo, el gobierno de Kenia le dio al Alto Comisionado de las Naciones Unidas para los Refugiados dos semanas para elaborar un plan de cierre de los dos campamentos.
Citaron las amenazas terroristas y la negligencia de otros países como las principales razones para cerrar el campo, que ha sido mi refugio durante años.
Han pasado dos semanas y ACNUR dice que todavía están dialogando con el gobierno de Kenia sobre el cierre de los campos.
La semana pasada, el tribunal superior de Kenia detuvo temporalmente el ultimátum del gobierno de cerrarlos, dando al ACNUR alrededor de un mes para responder. Fue un alivio, pero no puedo evitar preguntarme qué pasará con miles de nosotros si el diálogo fracasa.
La noticia de la deportación reabrió las cicatrices entorno al dolor que pasé con mi propia familia.
Toda la agonía que sufrí antes de encontrar consuelo en el campamento de refugiados de Kakuma me devolvió a la peor experiencia de mi vida.
Soy de Uganda y viví allí hasta 2017, cuando las cosas cambiaron y me obligaron a huir para salvar mi vida.
Soy gay, lo que constituye un delito en mi país de origen. En Uganda, las personas LGBTQ son condenadas a muchos años de cárcel por «delitos sexuales». Ser gay en un país así era una situación desafiante.
Durante 20 años, como persona gay, sobreviví bajo el radar, mostrando el perfil que todos quieren ver pero bajo tierra expresando mis deseos sexuales con la esperanza de que nadie descubriera mi pequeño gran secreto.
Pero un día, todo se desató. Mi secreto fue descubierto.
Mi parte oculta fue descubierta. Lo recuerdo muy claramente. Estaba en mi casa con mi pareja, lo estábamos pasando bien. Escuché el sonido de personas que se acercaban a mi casa escupiendo fuego mientras gritaban mi nombre.
Sabía que el día en el que mi secreto saliera a la luz todos vendrían a buscarme para agredirme.
Los ruidos eran de mi familia y de mis vecinos. Rompieron la puerta de mi casa con ira, entraron y comenzaron a golpearnos y apedrearnos antes de que pudiéramos pensar en cómo escapar del ataque.
Sin pensar, nos escapamos desnudos por una ventana que estaba abierta y, durante días, corrimos por la plantación de mi padre buscando la salida.
Con las heridas y el dolor que teníamos por el ataque, el viaje a la plantación fue doloroso, pero logramos salir.
Decidí buscar refugio en un lugar donde me acepten por quien soy sin juzgar mi sexualidad. Con todo lo que había aprendido y oído sobre Kenia, decidí buscar refugio en el país de África Oriental.
Este país, a lo largo de los años, ha sido reconocido como un refugio para personas que escapan de conflictos y desastres ambientales en África.
Mi compañero no estaba seguro de venir a Kenia, así que lo dejé y comencé mi viaje en busca de la paz , con la esperanza de que el universo actuara a mi favor.
Caminé durante más de siete días antes de entrar en Kenia y algunos otros para llegar al campo de refugiados de Kakuma, un hogar de rescate para solicitantes de asilo desde 1992. El viaje fue uno de los más duros.
Caminar día y noche en busca de la paz no es una broma. Encontré varios desafíos a lo largo de mi viaje, pero confié en que Dios me guiaría hacia donde me dirigía.
El campo de refugiados de Kakuma era la única esperanza que tenía en mi vida, por lo que confié en Dios para abrir los corazones de aquellos con quienes me reuniré en el campo para comprender y ayudarme a encontrar consuelo en este lugar.
Con la ayuda de personas que conocí en el camino, logré llegar a la base, ocupando una tierra seca y desolada con sólo unos pocos árboles.
Todo fue diferente. Era como si hubiera entrado en otro planeta.
El entorno era muy diferente a lo que estaba acostumbrado, desde el sol abrasador hasta miles de asentamientos de refugiados en expansión divididos en varios campos numerados.
También pude ver a miles de personas moviéndose por la zona con rostros que reflejaban esperanza y señales de que había llegado a un remanso de paz. ¡Era un mundo distinto!
Los protocolos gobiernan el campamento, políticas que, como persona nueva, tienes que pasar por ellas antes de ser aceptado.
Para ingresar a las instalaciones del campamento, debes obtener el permiso de la administración. Esa fue otra venta difícil. Nadie me conocía ni creía en mi historia, y eso fue un desafío.
Intenté convencer a los admisores hasta que la única opción para ellos fue tener piedad de mí y aceptarme en el campamento.
Después de obtener el permiso, me autorizaron a ingresar al área de recepción de la base, donde tomaron mucha información sobre mí y mis orígenes. Me tomó una semana quedarme en la recepción antes de que me aceptaran por completo y me inscribieran en el campamento como refugiado.
La vida en el campamento es diferente. Dejé atrás todos mis dilemas y traumas del pasado y comencé a construir una nueva vida para mí mismo, con la esperanza de cambiar el sufrimiento del pasado por la esperanza del futuro. Pero a pesar de que las cosas son diferentes en el campamento, todavía me enfrento a algunos desafíos como persona gay.
La violencia contra las personas LGBTQ también ocurren en el campamento de Kakuma. La homofobia también está aquí. Algunos de los otros refugiados y miembros de la comunidad están buscando una excusa para perseguir a los miembros LGBTQ y atacarnos.
En marzo, sufrimos un ataque qyue dejó a dos hombres homosexuales con quemaduras de segundo grado.
El lunes, ocurrió otro incendio intencional que dejó a un refugiado LGBTQ muerto, e ingresaron a otro en el Hospital Nacional Kenyatta.
Dicen que debemos alertar sobre los refugiados y solicitantes de asilo LGBTQ que viven en los campos de refugiados de Kakuma. El ACNUR ha estado tratando de protegernos de la mejor manera posible, y estoy muy agradecido. Pero ahora, temo por mi futuro, ya que la nación anfitriona amenaza con cerrar el campamento.
A través de este campamento, me he construido de formas que no puedo explicar. Estoy participando en pequeñas empresas y en un alcance comunitario LGBTQ que se enfoca en buscar protección segura a los miembros LGBTQ en el campamento.
Con el ultimátum del gobierno de Kenia para cerrar el campo, todos nuestros esfuerzos se reducirán, dejándonos a muchos de nosotros indefensos sin ningún lugar adonde ir y sin nadie que nos ayude.
El ACNUR, cuyo mandato principal es brindar protección y asistencia internacional a los solicitantes de asilo, instó al gobierno de Kenia a garantizar que quienes necesitan protección continúen obteniéndola y se comprometió a seguir participando en un diálogo.
Pero nuestras vidas están en juego.
Estoy ansioso y asustado por lo que sucederá si la conversación no va bien. Miles de nosotros nos quedaremos sin hogar, y aunque nos dieron la opción de volver a nuestros países de origen, los mismos desafíos que nos hicieron huir siguen ahí. Nada ha cambiado.
Entonces, para mí, eso será peor que un asesinato, y es por eso que me suicidaré en lugar de volver a Uganda, donde sobreviví a varios complots de asesinato de mi propia familia y vecinos.
A través de las noticias, todavía puedo ver cómo varias personas LGBTQ todavía luchan por sobrevivir en un país que está utilizando la pandemia por Covid-19 como una excusa para reprimir a los miembros LGBTQ.
Esto deja en claro que Uganda es el peor país para que sobrevivan las personas LGBTQ. Aquí no consideran a una persona gay como ‘persona’.
El plan de cerrar los campos de refugiados de Kenia me da dolores de cabeza porque me pregunto, ¿adónde iré? No tengo ningún otro lugar.
La deportación está ocurriendo en medio de la pandemia y esto lastimará y expondrá a muchos de nosotros, especialmente a los niños pequeños, al Covid-19, que es un desafío en los campamentos. La gente podría morir debido a la exposición al virus durante el proceso de deportación, lo que me preocupa.
Aquí hay muchas cosas en juego, y nos cuesta dormir mientras nos preguntamos qué opción podemos tomar para salir de este dilema.
Si me llevan a cualquier otro lugar de Kenia, me iré en paz, pero si la única opción es volver a Uganda, prefiero morir.
Si implementan el cierre de los campamentos, ese será el final de mi vida.
Estoy ayunando y rezando, con los dedos cruzados, para que el gobierno de Kenia nos reconsidere porque miles de nosotros no tenemos adónde ir.
Nuestro destino está en sus manos.