Aunque mi sueño está en peligro, nada detendrá mi objetivo de nadar, correr y pedalear 17.000 kilómetros.
VLADIVOSTOK, Rusia – Mi fiel compañera es mi bicicleta.
Juntos, hemos atravesado el mundo, celebrado victorias y respirado el aire en lo alto de maravillosas montañas. Nunca me siento solo en compañía de mi bicicleta.
Persiguiendo nuestro cuarto récord, nos quedamos varados por la pandemia de COVID-19 en Vladivostok, Rusia.
Aunque mi sueño está en peligro, nada detendrá mi objetivo de nadar, correr y pedalear 17.000 kilómetros (10.563 millas).
A esta travesía la llamo «Triatlón 360 grados» y es más que una competencia contra mí mismo. Lo estoy utilizando para crear conciencia sobre la importancia de reducir la huella de carbono. Las ganancias apoyarán a una ONG que protege la selva tropical.
Mi viaje comenzó pedaleando y nadando de Europa a Asia. Me enfrentaré a 5.040 kilómetros (3.131 millas) a través de América del Norte hasta llegar a Nueva York para mi próximo desafío. La fase final de mi viaje cruzará el Océano Atlántico, parando en Lisboa, Portugal, y finalmente llegando a mi destino en Munich, Alemania.
Mi esfuerzo equivale a 120 competiciones Ironman.
Antes de este triatlón, mi vida estaba vacía y necesitaba dar un giro rotundo.
Había batido otros récords. Viajé de Alaska a Argentina en bicicleta en 97 días y de Noruega a Sudáfrica en 75 días. Con cada objetivo logrado, la felicidad fue seguida por la angustia y la incertidumbre.
Pensaría mil veces en este proyecto, en Triatlón 360. Los desafíos son increíblemente importantes, pero mi pasión supera todos mis límites.
Si bien el rendimiento es de 17,000 kilómetros (10,563 millas), debo recorrer una distancia total de 40,000 kilómetros (24,854 millas) para completar este objetivo. Sé que voy a estar agotado, pero sigo adelante todos modos.
En una fría mañana de septiembre de 2020, monté mi bicicleta en Munich, Alemania, y me dirigí a Croacia.
Lleno de esperanza y lleno de emoción, comencé a pedalear en lo que, hasta el día de hoy, es el mayor desafío de mi vida.
El camino a Croacia fue fácil. Las rutas estaban en buenas condiciones y los vítores de la gente al pasar por pueblos y ciudades eran energizantes.
El siguiente paso fue nadar 456 kilómetros (283 millas) a lo largo de la costa hacia Montenegro, la natación más larga del mundo.
Lo logré y, a escasos metros de la llegada, me esperaba una recepción increíble. Jugadores de la selección local de waterpolo flotaron en el agua para acompañarme en el último tramo.
Cuando levanté la mirada, una multitud me estaba esperando; incluso la prensa estaba allí con sus cámaras encendidas.
Cuando pisé tierra firme, me echaron champán marcando el inicio del festejo.
Nunca olvidaré esos momentos.
Cuando llegó el momento de volver a la carretera, tenía claro mi objetivo y sabía que nada podía distraerme de mi sueño.
De vuelta en la bici, crucé Europa y Asia hasta llegar a la costa china.
Podía sentir el aire fresco de las montañas en cada pedaleada.
Mientras avanzaba, pasando de pueblo en pueblo, la gente se detenía a saludarme, incluso, algunos me traían agua y comida.
Durante todo el triatlón, innumerables personas vinieron a ayudarme y a animarme. Sin ese apoyo, hubiera sido mucho más difícil.
Sé que donde quiera que vaya, siempre habrá gente animándome. Mi familia y amigos mis pilares fundamentales. A pesar de la distancia, la tecnología nos permite estar juntos. Aún así, los extraño todos los días.
La pandemia pausó mi meta. De no ser así, habría continuado en un velero que me llevaría a través del Océano Pacífico hasta San Francisco en los Estados Unidos.
Cuando la última etapa de mi triatlón me llevó a Rusia, mi futuro se nubló.
Actualmente, estoy pasando por mi 34ª semana de travesía varado en Vladivostok.
El invierno congela el país y trasladaron todos los veleros a Corea. Con el desafío adicional de la pandemia, mi estadía se está alargando más de lo esperado.
Mi opción alternativa era tomar un barco en el sur, pero ahora es imposible ya que Rusia requiere autorización previa para navegar.
Cuando parecía que el panorama no podía ser peor, me di cuenta de que mi visa estaba a punto de caducar. Por un momento, pensé: «¡Espero que mi sueño no se haga añicos!»
No me rindo. Paso mis días buscando la forma de cruzar el océano para cumplir mi objetivo.
Soy una persona que cree en esperanzas y sueños. Son el motor que me impulsa.
Contra todo pronóstico, mantengo la firme convicción de que pasaré por el mundo sin dejar rastro de carbono.