Cuando empezaron a golpearnos, casi me rompen la nariz. Al día siguiente, moreones cubrían mi cuerpo por todos lados y mi ojo se puso negro. Con conocimientos de primeros auxilios y reanimación cardiopulmonar, solo queríamos ayudar.
SALTA, Argentina ꟷ Estuve tres meses en un centro de refugiados en Líbano. El 24 de abril de este año, un barco con refugiados sirios trató de escapar de Líbano.
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Los militares libaneses estaban cerca de la costa hundieron la embarcación, los atacaron de todos lados. Y murieron personas que en su mayoría eran mujeres y niños, que trataban de salvar sus vidas volviendo a la costa. Y lo que hicieron los militares fue empezar a disparar como si estuvieran jugando a matar pescados.
Como voluntarios que ayudábamos a los refugiados en Líbano, intentamos traspasar las vallas para ayudar a la gente del barco. Fue entonces cuando las autoridades nos atacaron. Cuando empezaron a golpearnos, casi me rompen la nariz. Al día siguiente, moratones cubrían mi cuerpo por todos lados y mi ojo se puso negro. Con conocimientos de primeros auxilios y reanimación cardiopulmonar, solo queríamos ayudar.
A medida que más gente del Líbano empezaba a llegar al lugar, los militares no podían hacer frente a la situación. Les disparaban para que no lleguen a la costa. Intentamos meternos y nos golpearon de manera terrible. Nos encarcelaron para que no vayamos a socorrer a esas personas.
Como no querían tener problemas con embajadas extranjeras, al final dejaron marchar a los prisioneros. Todavía me desconcierta que la embajada argentina no hiciera nada por mi salida. A mis 33 años, nunca imaginé vivir algo así. El 24 de abril de 2022 se convirtió en el día más terrorífico de mi vida.
Al otro día, los refugiados, hicieron el sepelio de los cuerpos que pudieron encontrar. Los libaneses extremistas salieron a la calle con armas grandísimas y disparaban.
Eran tantas luces que parecían fuegos artificiales, como si estuvieran celebrando algo, pero con balas. Nosotras nos tuvimos que esconder en un negocio porque tiraban para todos lados. En ese momento, lo único que le pedía a Allah (Dios) era que proteja a mi hijo. -Si me salvé de la terrible golpiza del día anterior, de esta, no salgo-, pensé.
Cuando llegué al refugio, conocí a las jóvenes y niñas que me contaron su historia. Ellas, eran vecinas y quedaron huérfanas cuando inició el conflicto bélico en Siria. Son integrantes de dos familias, cuando cayó una bomba en sus casas, fueron las únicas que se salvaron.
La mayor tiene 20 años y cuida de las más pequeñas. Ella tiene un título de una universidad muy importante en ciberseguridad. Pero en Líbano no la dejan ejercer su profesión por la discriminación, como a muchos otros refugiados.
Así que esta joven tiene que ir a trabajar limpiando casas, en fábricas, en condiciones inhumanas. Está desde el año 2013 en esta situación. Las niñas corren riesgo de ser captadas por redes de prostitución y tráfico de órganos.
Fui directamente a la embajada Argentina en Líbano donde hablé con el Cónsul que estaba en ese momento y no le interesó. Dijo que solamente hacía visas para las personas de las que ACNUR les enviaba la solicitud. Las niñas están inscritas en esta organización desde el 2013. Estamos en 2022 y siguen abandonadas en esos campos.