En una de las rondas, canté «La voz del pueblo», una canción que escribí para hablar de lo que estábamos viviendo mis compatriotas y yo. Quería que el mundo supiera lo que pasamos y sufrimos en el país.
TEXAS, Estados Unidos – Cuando vivía en El Progreso, Yoro, en Honduras, nunca me imaginé en otro país. Siempre soñé con representar a mi país en concursos, pero nunca pensé en emigrar. La decisión de huir de mi tierra de la noche a la mañana llegó rápidamente.
Me fui con mi esposa, Keylin, que estaba embarazada en ese momento. Tomamos el camino hacia Estados Unidos junto con otras miles de personas que llegaron en la caravana de migrantes. No tenía dinero. No conocía la ruta. Sólo esperábamos llegar a la familia de Keylin.
En el camino, me sentí desesperado, sin saber qué hacer, pero no tuve otra opción que mantener la calma. No podía hacer nada más que confiar en Dios. Es lo que he hecho toda mi vida. Inesperadamente, una persona nos ayudó cuando estábamos en México y nos llevó a Estados Unidos.
Cuando llegué a Estados Unidos, no sabía qué hacer ni cómo actuar. No corrí ni me opuse a las autoridades; simplemente dejé que nos detuvieran. Nos llevaron a un centro de detención de inmigrantes. Intenté fingir que no conocía a mi mujer. No me importaba no poder quedarme, quería que ella estuviera con su familia. De repente, se la llevaron para examinarla y pensé que no volvería a verla.
En ese momento, no podía concentrarme en nada. Veía a la gente mover los labios, oía mucho ruido y palabras en otros idiomas. Sentía que no estaba allí y que no podía oír nada. Sentí como si mi espíritu abandonara mi cuerpo, y pude verme en medio de toda la multitud. Estuve detenido durante siete meses. No pude ver a mi hijo, que vino al mundo cinco días después de nuestra llegada al país. Lo que más me perturbaba era no saber si Keylin había conseguido llegar a su familia. No sabía nada de su paradero.
Durante mi tiempo de detención, vi salir a muchos compañeros. Los policías los llamaban por su nombre, y cuando se levantaban, todos aplaudíamos, celebrando que por fin se fueran. Me sentí feliz por ellos y quise salir así. Cuando por fin me fui, la modalidad cambió. Los policías llegaron una mañana mientras dormíamos. Me despertaron y me hicieron salir. Nunca pude despedirme de los amigos que hice allí. Me pareció agridulce, una mezcla de felicidad y tristeza.
Al reunirme con mi mujer y mi hijo, me sentí completo. Mi deseo de salir adelante en la vida creció. Me sentí preparado para seguir mi sueño de dedicarme a la música, algo que me servía de hobby en Honduras mientras trabajaba como mecánico de motos para sobrevivir.
A pesar de que mucha gente me desanimaba, diciendo que no conseguiría nada en este país, me atreví a soñar. Un día un seguidor de las redes sociales me habló de un casting para el programa Tengo Talento, Mucho Talento (el programa de concursos de talentos más antiguo de la televisión en español de Estados Unidos). Decidí ir a la audición.
Me sentía confiado y seguro de mí mismo sabiendo que a los jueces les gustaría mi canción. Los aspirantes procedían de varios países latinos, pero yo era el único hondureño. Me sentí extraño. Finalmente, me llamaron y me dijeron que me habían seleccionado para el programa. No puedo describir la emoción que sentí. Me pareció una gran oportunidad para que la gente me conociera. Nunca imaginé que ganaría.
La primera ronda resultó ser todo un reto. Tuve que viajar 24 horas en autobús con mi mujer y mi hijo, para ir de Texas a Los Ángeles. Por aquel entonces, no sabía que, a pesar de mi condición de inmigrante, podía tomar un vuelo. Llevaba poco tiempo trabajando. Esto significaba que tenía que gastar todo mi sueldo para llegar allí. Así que pedí a la producción del concurso que me pagara la estancia y el ticket de vuelta, y aceptaron.
Estar en el escenario de Estados Unidos era un sueño hecho realidad. Me sentí en éxtasis. Utilizando toda la energía y el entusiasmo que sentía, con el micrófono en la mano, canté con toda mi alma. Cuando terminé, el jurado y el público se pusieron de pie y aplaudieron. Me convertí en el centro de atención.
En cada actuación, di lo mejor de mí. Aunque perdiera, al menos tenía la satisfacción de haberlo hecho bien. En una de las rondas, canté «La voz del pueblo», una canción que escribí para hablar de lo que vivimos mis compatriotas y yo. Quería que el mundo supiera lo que habíamos pasado y sufrido en el país.
Para mi fortuna, cada episodio era un éxito. El público me apoyaba cada vez más, y eso se convirtió en mi mayor recompensa. Para mi última actuación, creé una nueva canción que preparé en un día y ¡conseguí ganar el concurso!
Soy un hondureño con muchos sueños. Aunque no estoy donde quiero estar, tampoco estoy donde empecé. Ganar el premio me ha abierto las puertas para alcanzar la meta de llevar mi música a miles de personas, y estoy satisfecho.