Con emoción y un poco acelerados comenzamos a limpiar los fósiles en superficie y empezaron a aparecer cada vez más restos. Era un momento de gran emoción e incertidumbre, me sentí feliz pero ansiosa por encontrar su totalidad.
SAN JUAN, Argentina – Mi equipo y yo nos aventuramos en una tierra paleontológica olvidada en el Balde de Leyes. No sabíamos que descubriríamos un dinosaurio gigante. Fue un momento sublime. Todo el equipo se quedó boquiabierto ante unos fósiles tan bien conservados. Me sentí emocionada y me encargué de dar vida al descubrimiento. Bauticé al primer gigante conocido del mundo con un nombre femenino: Ingentia Prima.
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Estábamos en San Juan, tierra minera. Caminábamos con el equipo sobre un lugar en el que hace mucho tiempo había actividad paleontológica, pero pocos grupos de estudio habían llegado hasta allí. El suelo tenía tierra rojiza, cada paso que dábamos transformaba nuestro calzado en un color similar al del lugar y el camino que transitábamos tenía un aroma fresco y natural. Sentí que podía ser un día importante.
Como en cada campaña, delimitamos un área y la rastreamos para detectar los posibles restos de fósiles. Cada uno de nosotros trabajaba atento a cada espacio del lugar, con sus propias herramientas, con la delicadeza del momento, con la paciencia de la búsqueda y con un profundo silencio y una muy suave brisa que acompañaban el camino, haciéndolo más ameno. Creíamos que íbamos en búsqueda de algo chico, algo cerca del suelo. Desarrollamos una idea de trabajo rutinario cuando vimos algunos restos de huesos que estaban en la superficie y se veían a una distancia grande. Eran blancos, sobresalientes y de considerable tamaño. Se destacaban los sedimentos rojos de la superficie y el blanco de los restos se veía claridad, aunque por un momento pensamos que podían ser restos de animales que actualmente habitan la zona, se pierden en el campo y finalmente mueren sin poder alimentarse.
Un profundo silencio se apoderó de todo el equipo mientras una suave brisa soplaba sobre nosotros. Trabajamos atentamente en el yacimiento. Con nuestras herramientas, desenterramos los restos con delicadeza y paciencia. El equipo pasó un rato agradable.
De pronto, en medio de las dudas, nuestro compañero Técnico en Paleontología vio en la superficie los huesos reales de quien luego bautizaríamos “Ingentia Prima”. Desesperado y creyendo que eran huesos dispersos por el sector intentó hacernos una broma y alentó gritando que vayamos a ver ese dinosaurio gigante que había descubierto.
Nos acercamos corriendo, nos reímos aceptando que era una broma, pero al estar todos juntos vivimos el verdadero descubrimiento y la verdadera razón de aquella campaña. Lo encontrado no era un chiste, sino que habíamos descubierto un dinosaurio gigante de verdad, que había vivido así a través de sus fósiles a lo largo de los años.
Con emoción y un poco acelerados comenzamos a limpiar los fósiles en superficie y empezaron a aparecer cada vez más restos. Era un momento de gran emoción e incertidumbre, me sentí feliz pero ansiosa por encontrar su totalidad.
Mi equipo y yo desenterramos más y más restos, sabiendo que habíamos hecho un descubrimiento importante. Los huesos parecían de un tamaño enorme, un descubrimiento increíble e inusual para el mundo del Triásico. Y lo que es más importante, encontramos el 50% del esqueleto totalmente conservado y nos dirigimos entusiasmados a los laboratorios para comenzar nuestro estudio. Decidí tomar las riendas y dar vida al descubrimiento oficial.
Al decidir darle un nombre femenino al descubrimiento en apoyo a las mujeres, la noticia comenzó a recorrer el mundo. Muchas personas se acercaron a mí buscando conocer sobre una mujer paleontóloga que descubría una dinosauria, contra lo que habitualmente ocurre en términos de género. Me sentí feliz, logré difundir nuestra actividad, contribuir a la ciencia y a la investigación, pero no fue mi intención crear una división de géneros, sino realizar un aporte y darle un nombre femenino a nuestro descubrimiento. Enviar borrador