Seguiremos luchando y reclamando nuestros derechos sobre la tierra.
Con un intenso operativo de seguridad, del que participaron más de 300 efectivos, se cercó y restringió el acceso al predio municipal donde se hizo el juicio a mi hijo, alejado unos 4 kilómetros del centro de Bariloche.
Como se esperaba, el Estado argentino aceptó el pedido de extradición a Chile de Facundo Jones Huala.
Efectivos de Gendarmería y PSA avanzaron para desalojarnos, reprimirnos y también perseguirnos por las calles de Bariloche.
Dispararon balas de goma y hubieron 15 detenidos.
La persecución sucedió luego de que Facundo haga un pedido de resistencia a nuestra comunidad.
Soy María Isabel Huala. Mi hijo, Facundo Jones Huala, es lonko (jefe) de la comunidad mapuche de Cushamen.
Hace mucho tiempo, había muchas comunidades mapuche. El grupo más grande, llamado Furilofche, habitaba las áreas del sur de América Latina. Pero, con el tiempo, casi hemos desaparecido de la historia.
Mi padre me enseñó a escuchar el viento y a reconocer plantas medicinales. Con él aprendí que tenemos más sentidos de los que creemos.
Pero mi identidad mapuche está en mi hijo Facundo. Él tenía 11 años cuando comenzamos a transitar juntos por este camino.
Ahora, protesto por recuperar las tierras patagónicas que nos pertenecen. Protesto por la liberación de mi hijo.
En diciembre de 2018, la Corte de Valdivia condenó a mi hijo a nueve años de prisión. Sus presuntos delitos fueron el incendio premeditado de la hacienda Pisu Pisué y la posesión ilegal de armas caseras.
La única evidencia que lo temrinó condenando fue un par de botas de talla 40. Mi hijo usa talla 43.
Ahora, tildado de terrorista y agitador, Facundo pasa sus días en una prisión chilena de Temuco. Todavía puedo sentir el dolor de cuando me lo arrebataron.
Desde el día de su encarcelamiento, comenzamos a realizar protestas pacíficas pidiendo al gobierno su liberación.
Fuimos víctimas de represión y persecución implacable en las calles de Bariloche.
Quince fueron arrestados y ya no puedo recordar cuántos resultaron heridos.
Fui afortunada al poder escapar. Pero no todos corrieron la misma suerte.
Como mapuches, necesitamos estar en contacto con la tierra, la naturaleza y nuestra espiritualidad. Con la llegada de la propiedad privada, todo eso se cortó.
Vivimos donde podemos, no donde elegimos, y somos estigmatizados por personas que nos tachan de ocupantes ilegales y terroristas.
Realizamos protestas pacíficas y barricadas para que el gobierno nos escuche. Queremos que se nos devuelva lo que nos perteneció durante siglos. Queremos que la gente comprenda nuestros reclamos sobre la tierra.
Pero no podemos recuperar los lugares que están ocupados por el cemento, el alcohol, las drogas y la iglesia.
Nosotros no somos criminales.
Nuestra historia está empañada por el sufrimiento.
Hasta hace 50 años, si la policía te escuchaba hablar mapudungun, nuestro idioma nativo, te dejaban colgado del techo en una celda de prisión.
Mis abuelos, por ejemplo, eran esclavos. Ahora somos víctimas de persecución, represión y encarcelamiento por reclamar lo que nos pertenece.
Seguiremos estando en contra de la megaminería, las plantas hidroeléctricas, la silvicultura, los pesticidas y las papeleras que destruyen la tierra y contaminan nuestros ríos.
Tengo que resistir igual que lo hizo mi hijo.
Esa es la única forma de cambiar el mundo.