Cuando me dijeron que tenía que quedarme en el hospital sentí muchísimo miedo. A la noche sentía la ausencia de mis hermanos, era demasiado triste estar sin ellos. A medida que comenzaron a visitarme, fui sintiéndome mejor.
ITALIA — Un día, de chica, mi mamá vio que tenía unas ronchas en mi cuerpo. No me picaba nada, pero era llamativo. Fui al hospital y quedé internada. Ahí comenzó una larga travesía médica. Me descubrieron aplasia medular. Una enfermedad que anula las defensas de la sangre. Los médicos insistieron en que me quedara en el hospital. No podía entender por qué, pero sabía que era malo. Vi en las caras de mi papá y mi mamá que las noticias eran malas.
A la noche sentía la ausencia de mis hermanos, era demasiado triste estar sin ellos. Ansiaba volver a casa. Cuando estoy triste, canto. En el hospital fue mi manera de distraerme, de viajar a través de sensaciones positivas.
La primera vez que canté en público fue en un evento que organizó mi papá para recaudar fondos para el hospital. No me sentía nerviosa, creo que al ser tan chica no terminaba de darle importancia al escenario. Ese día descubrí algo que me sigue pasando actualmente: cuando canto, mucha gente empieza a llorar. Yo veía a mi familia llena de lágrimas y no entendía lo que pasaba. Pero fue lindo darme cuenta de las emociones que puede generar mi voz.
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Al estar inmunodeprimida, necesitaba aislarme. No podía ir a clases ni a ninguna parte. Mis hermanos, para cuidarme, tampoco lo hacían. Nuestro mundo éramos nosotros mismos. Estábamos recluidos y jugábamos y hablábamos permanentemente. Somos cinco, así que encontramos siempre la forma de acompañarnos y entretenernos.
La fiebre subió repentinamente, nadie sabía por qué. Me llevaron nuevamente al hospital y me diagnosticaron leucemia mieloide. Cada sesión de quimioterapia fue como una bomba para mi cuerpo. La descarga de medicamentos fue tan intensa que no lo resistía.
Y me fue generando otros problemas, como apendicitis o neumonía bilateral. Llegué a un punto en el que el trasplante de médula se convirtió en la única opción posible. No soy compatible con ninguno de mis hermanos, así que no podían ser mis donantes. Fue una decepción encontrarnos con eso. Me sentía aterrorizada y triste, sin saber si lo lograría. Ahí es donde apareció Sophie, una chica alemana, como donante.
En ese momento no la conocíamos, era una persona anónima que me salvó. Me permitió recuperar mi vida, salir del circuito interminable de internaciones y poder hacer cosas que me gustaban. Sophie y yo empezamos a chatear, y rápidamente le expresé mi eterna gratitud por el regalo que me había hecho. Después de la operación, por fin me sentí libre para hacer lo que quería, como cantar. El mundo se abrió. Comencé a tomar clases, supe que es lo que mejor me hace sentir, donde puedo expresar emociones profundas y provocarlas en los demás. Gané concursos, incluyendo uno que tenía como premio viajar a Italia.
Ahí comencé a pensar en conocer personalmente a Sophie. Fue lindo saber que ella también quería conocerme, porque podría haber conservado el anonimato, ya que la ley protege la confidencialidad si alguna de las partes lo prefiere. La siento como parte de mi familia. Es mi hermana. Literalmente, desde el trasplante, mi ADN es su ADN Hay entre nosotras una conexión especial. Cuando aceptó reunirse conmigo, me alegré muchísimo. Parecía un sueño verla por fin y hablar con ella.
Se dice que las células tienen memoria y que podría llegar a tener sus mismos sueños. No me pasó aún, pero sí siento cambios en mi cuerpo. Como la forma en la que crece mi pelo, que heredé de ella. Suelo sentir ternura por las personas, en general. Pero la primera vez que vi a Sophie la sensación fue mucho más fuerte. La veo como un ángel, como un ser perfecto.
Antes de encontrarme con Sophie, no sabía cómo sería mi reacción. ¿Qué hacer ante la persona que me salvó la vida? n cuanto la vi, nos abrazamos como amigas de toda la vida, y se me salieron las lágrimas de la emoción. Nos sentíamos como amigas de toda la vida que se habían separado, y no como extrañas que acababan de conocerse.
Ella me dijo que me amaba, yo sólo pude agradecerle. Si estoy aquí hoy es gracias a ella. Cuando levanté la vista, vi que todos lloraban, mis papás y la gente en el hotel. Fue un encuentro impactante. Inmediatamente, comenzaron a aplaudir a Sophie, y me uní en ese aplauso. Hoy vivo en Italia, donde quiero progresar en el canto lírico. Mi infancia fue dura, llena de complicaciones, pero ahora tengo mucho por delante, con un gran aprendizaje en mis espaldas y el optimismo que mantuve a pesar de todo.