Después de todo nuestro trabajo, el estreno de la película fue un gran triunfo, llenando más salas de las que llegamos a soñar. Todo fue muy vanguardista. Miré a Chiri, mi mejor amigo, mientras se proyectaba la película y, en ese intercambio silencioso, los sueños que compartimos desde que teníamos seis años nos invadieron.
CÓRDOBA, Argentina — Cuando salí de la sala de reuniones con una importante plataforma de streaming, mi corazón latía con entusiasmo. Vendimos nuestra película, La Uruguaya. Se convertiría en la primera película de financiación colectiva de la historia que cuenta con miles de socios productores en reproducirse allí y, antes, en festivales internacionales.
Afuera el aire se sentía más fresco y el mundo parecía más brillante. Respiré el triunfo mientras mi mente vibraba anticipando lo que venía. No podía esperar para comunicarle las novedades a las 1.961 personas que invirtieron en la película. Salí de ahí con una sonrisa enorme, directo a escribirles un mail.
[Hernán fundó la comunidad Orsai como una revista en 2010. En 2011 se amplió y se volvió además una editorial. Orsai, rechazando los modelos tradicionales de distribución, invita a cualquier persona en el mundo a convertirse en distribuidor bimestral. Orsai vende miles de suscripciones anuales en 20 países, y logra llegar no a través de la publicidad, sino a través del poder de la comunidad. Cuando Hernán y su equipo se aventuraron en la realización de películas, financiaron colectivamente todo el proyecto. El sitio web de Orsai dice: “Hacemos libros, revistas, películas, series y proyectos divertidos sin nadie en el medio”.]
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Una noche, tomando vino con amigos, comenzamos a pensar que algunos de los juegos que hacemos para vivir ya llevaban mucho tiempo y no constituían un reto para nosotros. Fue como un llamado de atención. Nuestra revista literaria autogestiva se volvió rentable, pero la diversión que sentíamos disminuyó. Yo le escapo al trabajo como el gato al agua y lo que me motiva es la emoción de asumir un desafío, no un sueldo.
Esa emoción la sentimos en 2010, cuando apostamos por algo atrevido: una revista literaria autogestiva y un proyecto editorial que huía de los modelos tradicionales de publicidad y distribución. Volvernos rentables fue una lujosa excepción, y lo fuimos durante varios años. Ahora necesitábamos algo nuevo y emocionante para seguir adelante.
Sentados juntos esa noche, la inspiración llegó como un rayo. ¿Podríamos aventurarnos en el cine? A pesar de nuestra pasión compartida por contar historias, ninguno de nosotros trabajó antes en la industria del cine. Al principio, la idea me intimidó, pero rápidamente comencé a sentir ese cosquilleo de lo nuevo, la adrenalina y el vértigo de asumir un riesgo. Era lanzarme a lo desconocido e intentar algo que no sabía si me saldría bien.
Es una sensación que me encanta y que busco todo el tiempo. Con la certeza de que, de alguna manera, conseguiríamos cristalizarlo, compartí la idea de la película con nuestra siempre solidaria comunidad de Orsai Inmediatamente respondieron “¿En qué podemos ayudar?”. Su entusiasmo alimentó mi motivación.
Para navegar responsablemente por el volátil panorama financiero de Argentina, le dimos forma a una logística económica que nos permitiera cuidar el dinero que la comunidad nos confió. La tarea de recaudar dinero y mantener su valor durante el año previo al rodaje fue un desafío importante.
Una tarde, reunidos, vimos en la pantalla de las cuentas bancarias que habíamos recaudado $600,000. De repente, sentí el peso abrumador de la responsabilidad. “Si hago mal esto – pensé –, tengo que esconderme bajo tierra”. Pero fueron sólo segundos. Inmediatamente, volvió el shot de adrenalina. Superamos el obstáculo más difícil, que era conseguir el financiamiento. Ahora podíamos concentrarnos cien por ciento en hacer la película.
Orsai es una empresa familiar. Mi mujer trabaja conmigo, mi cuñada es la jefa de finanzas y mi mejor amigo es el director de los proyectos audiovisuales. Nuestro enfoque y pasión compartidos hacen que la empresa sea un éxito. Una sola mirada de susto en alguno de ellos podría haberme detenido, pero estaban todos adentro.
Para hacer la película, contratamos a gente experta en la industria. Nuestra directora, Ana García Blaya, ya formaba parte de la comunidad de Orsai como lectora de la revista. Inmediatamente abrazó nuestro enfoque particular. Pero, cuando armó su propio equipo, notamos las diferencias. Acostumbrados a trabajar sin tener que darle explicaciones a nadie, lidiaron con nuestros pedidos constantes de información. No pedimos explicaciones por desconfianza, sino por nuestra sed de aprendizaje.
El equipo se adaptó muy rápido y pronto aceptó nuestro compromiso con la transparencia. Extendimos el proceso creativo compartido con toda nuestra comunidad a través de streams, podcasts y mails. Esta apertura inquietó a los guionistas durante las transmisiones en vivo. Su malestar palpable, pero entrañable, agregó una capa más de autenticidad al proyecto.
Después de todo nuestro trabajo, el estreno de la película fue un gran triunfo, llenando más salas de las que llegamos a soñar. Todo fue muy vanguardista. Miré a Chiri, mi mejor amigo, mientras se proyectaba la película y, en ese intercambio silencioso, los sueños que compartimos desde que teníamos seis años nos invadieron.
Sin hablar, era como si nos dijéramos, “Mirá lo lejos que fuimos”. Los niños que fuimos continúan dándole forma a cada aventura que emprendemos, recordándonos que cuando perseguimos nuestros sueños y nos divertimos en el camino, se hacen realidad de una forma mágica.