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Hombre abusado sexualmente por sacerdote católico en Argentina se defiende

En la mesa de un pequeño bar hablé durante tres horas con [el periodista]. No miré a mi alrededor ni vi ni escuché a otras personas. Mi mundo quedó reducido a esa mesa donde saqué a la luz una historia que escondí durante más de 30 años. Por primera vez dije en voz alta y en público que Walter Avanzini abusó sexualmente de mí.

  • 2 años ago
  • julio 17, 2022
11 min read
Daniel Vera, a survivor of sexual abuse by a Catholic priest, holds the campaign scarf for the separation of Church and State | Photo courtesy of Daniel Vera, a survivor of sexual abuse by a Catholic priest, holds the campaign scarf for the separation of Church and State | Photo courtesy of Daniel Vera
Daniel en 1987
PROTAGONISTA
Daniel Vera, 53 años, de Córdoba, Argentina, creció en una familia católica (su padre y su hermano son sacerdotes). A los 17 años sufrió abusos sexuales por parte de un sacerdote católico. Fue al seminario pero lo dejó y sirvió como misionero. Hoy es profesor y acaba de publicar su primer libro «¡Gracias a Dios que soy marxista!». Es miembro de la izquierda socialista y lucha por la separación de la Iglesia y el Estado.
CONTEXTO
A lo largo de la historia, y especialmente en los últimos años, las denuncias por pederastia y abusos en el seno de la Iglesia son una constante. La respuesta institucional en ocasiones ha estado lejos de ser la adecuada, incluyendo el encubrimiento mediante prácticas como el traslado de los acusados. Según la organización ECA Global, hay casi 100.000 víctimas reconocidas de pederastia clerical. El Vaticano, a nivel interno, informa de un récord de 600 denuncias al año.

La Comisión independiente sobre los abusos sexuales en la Iglesia (CIASE) sostiene que entre 1950 y 2020 hay 330.000 casos de abusos sexuales atribuibles a la Iglesia católica. En Argentina, una amplia investigación del diario La Nación sacó a la luz 63 miembros de la Iglesia denunciados por abusos sexuales.
La Red de Sobrevivientes de Abusos Eclesiásticos de Argentina surgió hace diez años por parte de las víctimas para brindar asesoramiento y apoyo a personas que sufrieron situaciones similares. En esta década, la Red acompañó a cientos de sobrevivientes. Doce juicios terminaron en condena.

CORDOBA, Argentina ꟷ Es un sábado distinto a todos los demás. Finalmente, después de mucho tiempo, me decidí a contarles a mis hijos que fui abusado por un sacerdote cuando era adolescente.

Me acerque a la habitación de mi hijo pablo, él está sentado en su escritorio, frente a su computadora. Nos rodean pósters de Talleres, el equipo del que somos hinchas. Me siento en la cama y, sin más preámbulos, suelto todo: “¿Viste lo que le pasó a la amiga de Agus? Lo entiendo porque a mí me pasó”.

Me empuja una combinación de dos acontecimientos: vi por tele la denuncia de la actriz Thelma Fardin, abusada por el actor Juan Darthes y me impactó. En ese momento, además, mi hija Agustina acompañaba a una amiga suya que también había sido abusada

Comparte su historia con sus hijos antes de hacerlo público

Muchas veces, para apoyar a alguien, le decimos “Entiendo cómo te sentís”. Esta vez, yo de verdad conocía el sentimiento de la amiga de mi hija y el de Thelma.

Mirando a los ojos de Pablo, continué. Siempre puedo ver lo que siente y si me entiende o no. Lo mismo ocurre con mis estudiantes cuando enseño, pero este era mi hijo. Lo que dije, lo que compartí con él, de alguna manera influyó en la vida de toda mi familia.

Hablé tranquilo, sin llorar ni titubear. Soy un hombre decidido, creo. En el momento, hago lo que tengo que hacer. Después veo cómo sigo.

Pablo reacciona tranquilo, se muestra preocupado, pero no pierde la calma. Su catarsis llegará después, en redes sociales, en entrevistas a las que me acompañará y en el juicio que inicio.

Termino de hablar con él y cruzo toda la casa para llegar a un segundo living que construimos cuando ampliamos. Mi hija estaba sentada junto a su mamá.

Me ve entrar y entiende al instante que será una charla diferente. Pone la carita que tiene siempre que hablamos de algo serio, cuando discutimos de política o cosas así. Todos militamos juntos en la izquierda socialista, y conversamos muchísimo sobre temas que nos parecen importantes. Esta vez, sin embargo, es distinto. Ella se emociona y me abraza. No esperaba que contara algo así, pero lo asimila rápido.

Sé que no es fácil, aunque creo que los jóvenes están cada vez más preparados para estas cosas, están más predispuestos a escuchar cosas que para los adolescentes de mi generación eran insospechadas.

Sacerdote llama repetidamente a niño a su habitación

Yo ni siquiera sabía que estas cosas le pasaban a la gente. Los jóvenes de hoy asumen que estos hechos ocurren y se apoyan unos a otros de manera diferente. Eso me ayudó.

Dos o tres días más tarde, como me suele suceder, llega la descarga emocional: todo lo que contuve antes finalmente sale. Estoy solo, en la ducha, y me quiebro, lloro pensando en lo que viví. Son momentitos, después sigo normal.

No sé si es un mecanismo de defensa, pero lo vivo de esa forma. Me pasó muchas veces: doy un testimonio, revuelvo mi historia, y un par de días después tomo conciencia de lo que hice y lloro.

En 1986, a los 17 años, asistí a un seminario en la Diócesis de Río Cuarto, en la provincia de Córdoba. El sacerdote católico a cargo, Walter Avanzini, se acercó a mí. Una noche, me llamó a su habitación. Parecía normal. Poco después de entrar, instantáneamente me di cuenta de que lo que estaba pasando estaba mal.

Me tomó más tiempo entender que me hizo una víctima, no un cómplice. Cuando comenzó a abusar de mí, me quedé completamente paralizado. La sorpresa me impidió reaccionar. “Esto no puede estar pasando; no es real”, pensé.

No pude procesar la primera noche de abuso y no pude negarme a regresar a su habitación. Se repitió la noche siguiente. No tengo forma de explicar el sentimiento que me impedía reaccionar, a pesar de ser consciente de lo que estaba pasando.

Es fácil decir “¿Por qué no te escapaste?”. No lo sé, nunca lo voy a saber.

Sus padres se enteran, la Iglesia se desentiende

La culpa y la vergüenza se incrustaron dentro de mí. Pasaron tres o cuatro años antes de que hablara de ello. Las primeras personas a las que les conté incluyeron a algunas monjas (una de las cuales es mi compañera de vida hoy) y mi hermano mayor, que es sacerdote. No aguanté más y lo solté. También dejé el seminario.

Más tarde, hablé con mis padres, aunque resultó difícil. Mi madre vivía con un pulmón, artritis y artrosis. Su delicada salud empeoró después de que compartí lo que me pasó. Mis padres no podían entender por qué dejé el seminario, así que un día los senté y hablamos. Lloré mucho. De hecho, todos lloramos. El momento, aunque extremadamente duro, se sintió liberador.

Daniel y sus seguidores siguen denunciando los abusos de la Iglesia | Foto cortesía de Daniel Vera

Más tarde, hablé con mis padres, aunque resultó difícil. Mi madre vivía con un pulmón, artritis y osteoartritis. Su delicada salud empeoró después de que compartí lo que me pasó. Mis padres no podían entender por qué dejé el seminario, así que un día los senté y hablamos. Lloré mucho. De hecho, todos lloramos. El momento, aunque extremadamente sensible, se sintió liberador.

Empecé a notar la naturaleza cómplice de la Iglesia cuando mi padre le dijo a un sacerdote amigo de la familia. Era el párroco de la localidad de Canals, que viajó a Río Cuarto para pedirle al obispo que se llevara a Avanzini por un tiempo.

Descubrí que, internamente, Avanzini era un conocido pedófilo. Fue ordenado como sacerdote a pesar de sus antecedentes. A Avanzini, la Iglesia le dio seis meses para “recuperarse”.

Sacerdote resurge, joven enfrenta consecuencias de su trauma

Haber estado tan en el riñón de la Iglesia me da la ventaja de saber que un montón de cosas que afirmo son totalmente ciertas y objetivas. Sé todo eso porque yo estaba viviéndolo de adentro, sin darme cuenta, muy alienado. Me duele. Ojalá no conociera a tantos personajes nefastos, pero bueno, me tocó conocerlos y saber lo que hacían. Y ser su víctima.

De Avanzini no supe más nada hasta 1998. En el medio, misioné en África y Nicaragua. Un día prendo la tele y veo a mi abusador en un informe sobre prostitución infantil. En las imágenes, entre los clientes, apareció él.

Rápidamente la comunidad se manifestó en su contra, y yo me sumé, aunque todavía no contaba lo mío. Él nunca dejó de ser parte de la Iglesia ni de tener contacto con menores.

Los años siguientes al abuso creí que mi vida era normal, pero había algo que no encajaba. Mis relaciones con mujeres no eran normales, aunque eso lo descubrí después. Ya en pareja con mi compañera actual, viviendo juntos, aparecieron las primeras consecuencias. Sufrí de disfunción eréctil

Una psicóloga muy cercana me ayudó. Le conté lo que me había pasado en Río Cuarto y, casi instantáneamente, pude tener relaciones sexuales sin problemas.

Una sola sesión bastó. Aunque todavía faltarían años para que se lo contara a todo el mundo, me di cuenta de que hablar del tema destrababa asuntos más profundos.

Periodista detalla la historia de los crímenes del cura

Entre 2018 y 2019 se produjo el punto de quiebre definitivo y, con él, el final de mi silencio. Cuando les conté a mis hijos lo que me pasó, simultáneamente me acerqué a la Red de Sobrevivientes de Abuso Eclesiástico, una organización que asesora y acompaña a las víctimas.

Leí algunos artículos periodísticos vinculados a mi caso sobre una ex monja y miembro de la Red. Y otra historia, sobre dos sacerdotes que se casaron. El periodista Lisandro Tosello escribió ambas. Le escribí para proponerle que me entrevistara y aceptó.

En la mesa de un pequeño bar de la universidad de Córdoba capital, hablé durante tres horas con Lisandro. No miré a mi alrededor ni vi ni escuché a otras personas. Mi mundo quedó reducido a esa mesa donde saqué a la luz una historia que escondí durante más de 30 años. Por primera vez dije en voz alta y en público que Walter Avanzini abusó sexualmente de mí. No pude evitar llorar.

Cuando terminé de contarle todo a Lisandro, sentí la tensión acumulada en mi cuerpo, el peso de mi historia. Hasta el día de hoy, cuando paso por ese bar, pienso: “Aquí es donde comenzó todo”. En ese momento, en ese lugar, me convertí en una persona pública, un referente en la lucha por la justicia.

Por consejo del abogado de la Red, avancé con una denuncia eclesiástica y una denuncia penal. La declaración indagatoria que vino después resultó ser una de las cosas más horribles que recuerde y uno de los momentos más difíciles para mí.

La historia irrumpe, se producen repercusiones

El domingo 2 de junio de 2019 caminé al quiosco de mi barrio sabiendo que mi entrevista saldría en La Voz del Interior, el periódico de más importancia en la provincia de Córdoba.

Me sorprendí cuando descubrí no sólo mi historia en el periódico, sino también mi foto en la parte central de la portada. Me sentí desnudo, como si todo el mundo supiera mi historia y me conociera. Aunque buscaba la difusión, no lo esperaba. El primer pensamiento que cruzó mi mente fue: “¿Qué hice?”.

Daniel comparte dos documentos clave entre ellos la resolución de la denuncia eclesiástica y la denuncia penal recibida en la unidad judicial del polo de la mujer de la ciudad de Córdoba | Documentos cortesía de Daniel Vera

Me fui a casa con la esperanza de no ver a nadie. El primer mensaje llegó a mi celular. Un compañero mío del colegio me envió una foto del diario y un mensaje: “Hoy amanecí valiente”. En la foto estoy de pie frente al seminario donde estudió Avanzini, donde ahora funciona el Instituto Católico.

Entonces comenzaron los reproches, principalmente hacia el periodista. Las repercusiones solo sirvieron para confirmar que tomamos la decisión correcta. Toda la semana se convirtió en un desastre lleno de llamadas, mensajes, aliento, apoyo y solicitudes de entrevistas.

A veces, podía hablar. Otras veces, mis emociones se interpusieron en el camino y lo impidieron.

Pérdida de vínculos y una voz para las víctimas

Hacer público esto me alejó de mi hermano y mi padre, quienes son sacerdotes. Siento quo nunca se pusieran de mi lado. En enero de este año, después de décadas, finalmente me senté con mi papá y le pregunté por qué nunca me defendió. Simplemente levantó los hombros.

La siguiente vez que vi a mi padre, fui a la parroquia donde trabaja. Me preocupaba cómo podría sentirme en un lugar como ese, tan parecido al lugar donde experimenté el abuso. Mi compañera de vida me acompañó, lo que me dio fuerza en el momento. Aunque no quería estar allí, no estuvo mal ni me sentí incómodo.

Me quedó una mezcla de tristeza y bronca. Me siento triste por la relación que tengo hoy con mi papá, una relación rota. Mi viejo representa la jerarquía eclesiástica que condeno. Siguen siendo cómplices de lo que me pasó a mí y a tantos otros. Para mí es un dilema.

A raíz de todo esto, me convertí en una especie de referente. Doy entrevistas y soy vocero de mi organización política. Como consecuencia, muchas personas piensan en mí simplemente como “el hombre que fue abusado”. Es difícil, en estos casos, ser visto como algo más que lo que me pasó. No estoy reducido a ese momento.

A las víctimas de abuso nos queda una cicatriz que tal vez nunca se borre. Permanece y te recuerda lo que viviste, aunque no sea algo físico y visible. La forma de que no te arruine la vida es aceptarla y aprender a lidiar con ella.

Ya no encuentro fea mi cicatriz. Vivo con eso. No contar mi historia arruinó mi vida durante un tiempo. No me gusta hablar de mi historia. Me cansa, pero lo hago por las personas que conozco y las que no conozco que pueden beneficiarse de mi testimonio y mi lucha.

Nunca dudo en hacerlo. Para mí es importante. Hago lo que tengo que hacer.

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