Marcos Hourmann fue el primer médico condenado en España por practicar la eutanasia.
MADRID, España – En marzo de 2005, mientras trabajaba como asistente de urgencias, traté a Carmen, una mujer de 82 años. Llegó con cáncer de colon agudo, infarto de miocardio y múltiples patologías.
Tan pronto como llegó, me pidió que pusiera fin a su sufrimiento. «Quiero morir», repetía una y otra vez. Me convertí en el primer médico de España condenado por practicar la eutanasia. El sistema judicial y la sociedad me persiguieron y atacaron, pero no me arrepiento.
Dicen: «Mataste a alguien». Yo respondo, maté al sufrimiento, no al paciente. Maté el infierno en el que estaba viviendo. El paciente estaba agonizando.
Ayudar a mi paciente a morir fue el mejor acto médico de mi vida. Un médico diagnostica y cura, pero cuando hay algo incurable, también tenemos que actuar.
La gente dice que permitir que los médicos controlen la muerte de un paciente es una aberración. Si alguien tiene cáncer de pulmón, lo único que puedo hacer es tratar de operarlo y curarlo. Yo no induzco a la muerte ni la estoy causando. La muerte ya está ahí.
Cuando mi paciente Carmen repitió su deseo de morir, no pude hacer nada, así que la sedadé. Me fui a descansar y, a los 50 minutos, su hija me llamó diciéndome que ya no podía ver a su madre así.
Durante la sedación, actué como lo hace un médico: con frío y con la esperanza de detener el dolor. Carmen sufrió una insuficiencia multiorgánica. No había vuelta atrás.
Carmen se estaba ahogando y estaba inconsciente por la sedación suave.
Su sufrimiento, incluso bajo la sedación, me sorprendió tanto que no podía moverme. Me quedé sin palabras, buscando respuestas. Verla sufrir un segundo más no tenía sentido. ¿Por qué prolongar su agonía?
En lugar de sedarla profundamente, decidí poner fin a su sufrimiento. Le inyecté 50 miligramos de cloruro de potasio.
En ese segundo, hace 16 años, mi vida cambió para siempre. Hoy puedo analizarlo un poco más detenidamente y creo que mis acciones estaban justificadas.
El director médico me denunció por asesinato, pero no eso no me afectó. Sabía las razones por lo que lo que había hecho.
Después de realizarle la eutanasia a Carmen, escribí un informe que decía que le había inyectado potasio. No quise esconderlo. Dejé en claro que sabía lo que estaba haciendo y no creía que fuera un delito.
Dos meses después, comenzó mi pesadilla. Fui sentenciado a 10 años de prisión y descalificado para ejercer la medicina de por vida.
Para evitar los cargos, me ofrecieron un acuerdo. Si me declaraba culpable, mi sentencia se reduciría a un año sin encarcelamiento efectivo y se me permitiría seguir ejerciendo.
Aunque estaba convencido de la decisión que tomé, me pesó mucho porque no soy un asesino. Además, la persecución que viví me obligó a empezar de cero a los 45 años.
Tuve que pagar abogados. Perdí mi casa. Mis finanzas fueron destruidas. Incluso tuve que irme del país con mi esposa Yolanda y mi pequeño hijo Iván. Todo lo que había construido, se derribó.
Cinco años después, le pagaron a alguien que me conocía para que vendiera la historia de forma anónima. Aparecí en la portada de The Sun, apodado Killer Doc, y nuevamente, tuve que irme y comenzar de nuevo.
Cuando regresé a España en 2010, la sutil persecución continuó. Trabajé en un hospital público y algunos médicos le enviaron correos electrónicos al jefe de la sala de emergencias informándoles mis antecedentes. Al año siguiente, no renovaron mi contrato. Durante años, tuve que esconderme.
Finalmente, conocí a Víctor Morillo, un dramaturgo que quería hacer de mi historia en una obra de teatro. No lo dudé ni un segundo.
Junto con un equipo, trabajamos más de 60 horas para crear «Celebraré mi muerte«.
A través de ella, comencé a compartir mi historia con desconocidos. La gran mayoría de los que la ven están a favor de la eutanasia.
Contar mi historia no me causa miedo. De hecho, cuando uno dice la verdad, genera una fuerza natural. Al final de la obra, los actores tienen una discusión sobre la muerte que es parte fundamental de la producción, y que es muy enriquecedora.
Este trabajo ha resultado muy impactante. He guardado todas las cartas que recibí en una colección. Uno de los más poderosos fue el de una abuela de 82 años que suplicó: «Por favor Marcos, ayúdame a quitarme la máscara que he usado toda mi vida».
La gente vino a la obra en sillas de ruedas. Los pacientes con cáncer, incluidos los niños pequeños, llegaron con pañuelos en la cabeza después de los tratamientos de quimioterapia. Tuvimos asistentes con ELA, también conocida como Enfermedad de Lou Gehrig, una enfermedad fatal del sistema nervioso con una esperanza de vida promedio de tres a cinco años.
Después de dos años y medio y 124 actuaciones, no se pueden describir las relaciones generadas en los 55 minutos de esa obra de teatro. Inevitablemente, se genera un silencio ensordecedor en toda la sala.
De esa experiencia he aprendido a escuchar el silencio de la gente. Habla más que si estuvieran gritando.
Nadie quiere morir, pero todos lo haremos. Esto es algo de lo que no hablamos. Aunque la medicina y la tecnología nos hacen avanzar hacia la inmortalidad, el destino sigue siendo el mismo.
¿Sabes cómo quieren morir tus padres? ¿Les has preguntado? Entender esto puede ser un gran alivio.
No quiero que mi familia pague ni medio centavo por mi muerte. No quiero pagar ni medio centavo por un cajón. Esto es una locura, pero lo aceptamos como normal. Tenemos que pagar para morir.
Si me diagnostican cáncer de pulmón o de páncreas irreversible, voy a ir de fiesta. Voy a disfrutar de la vida tanto como pueda: comiendo, bebiendo y drogándome. Más tarde, me despediré de mi familia en mi casa, viendo la televisión.
No quiero que me intuben en un hospital. La principal forma de morir hoy es en una cama de mierda. Es posible que no vea a mis familiares, no les diga adiós ni les dé un beso. Estamos acostumbrados a ese tipo de muerte, pero es horrible.
Nos vestimos de negro y lo vinculamos a la muerte. Me encanta vestir de negro porque me hace ver más delgado, pero no tiene vinculación con la muerte. ¡Yo quiero morir en rojo, azul y verde! ¿Por qué tengo que morir agotado y arruinado?
Estoy muy aliviado de que ahora haya una ley de eutanasia en España y de que mi familia, mi esposa Yolanda, mis hijos, mi nieta y mi ex esposa, no tengan que sufrir.
La ley aún no es una realidad plena, pero está en proceso de solicitud.
Si bien soy el primer médico condenado por practicar la eutanasia en España, y eso generó una cobertura mediática significativa, ahora soy un observador. Esto se ha logrado gracias al trabajo de muchos activistas de la eutanasia desde hace mucho tiempo.
El mío, junto con otros casos, empujó a los políticos hacia adelante. Yo soy sólo una parte del proceso.
Quienes más han ayudado son las personas que han sufrido y nos han mostrado su dolor y angustia. Son los verdaderos ganadores de esta historia.
Con la ley se abre un nuevo camino. La eutanasia se trata de dejar de sufrir, nada más.