Su lucha va más allá de la vacuna. Lucha por dejar un legado. Quiere visibilizar la importancia de la vacuna Pfizer para chicos menores de edad con factores de riesgo.
BUENOS AIRES, Argentina – Soy un padre desesperado, luchando por la vida de mi hijo porque mi gobierno y Pfizer no pudieron llegar a un acuerdo.
Mi hijo Ramiro tiene 15 años y padece una enfermedad terminal: fibrosis quística. Debido a su edad, sólo puede recibir la vacuna Pfizer, pero los funcionarios argentinos no pudieron llegar a un acuerdo con el laboratorio.
Como resultado, perdimos 13 millones de dosis. Tampoco obtendremos ninguna de las vacunas que serán donadas por Estados Unidos y otros países.
Mientras tanto, seguimos aislados.
No me importa la falta de acuerdo entre el gobierno y Pfizer. Quiero que mi hijo reciba su vacuna.
Cuando Ramiro estaba en su primer mes de vida, los médicos descubrieron que tenía fibrosis quística.
Esta enfermedad genética causa una mala circulación del cloro que hace que todos los fluidos del cuerpo de Ramiro sean más espesos. Como resultado, causa graves complicaciones respiratorias y del páncreas, entre otras complicaciones.
Desde que nació, iniciamos una rutina para aliviar su dolor. Quince años después, seguimos luchando. No hay fines de semana ni feriados por la enfermedad.
Todos los días, religiosamente, se somete a cuatro nebulizaciones y dos sesiones de kinesiología por un total de cuatro horas de terapia.
Aún así, antes de la pandemia, al menos estaba rodeado de naturaleza y amigos.
Ahora sus sesiones diarias de kinesiología están suspendidas y está atrapado en un eterno aislamiento. Además, las restricciones han prohibido el contacto con los fisioterapeutas, aunque controlan de forma remota su tratamiento.
Para reemplazar sus tratamientos suspendidos, usa un chaleco vibrador que, aunque no es lo mismo, alivia un poco su dolor.
La parte más desafiante de la pandemia, sin duda, es el aislamiento.
Hemos estado confinados en casa desde marzo de 2020. Ramiro no ha salido a la calle. Nosotros y el gobierno se lo prohibimos estrictamente.
Nos aterra un posible contagio ya que el daño sería irreversible.
Dejó de ir a la escuela. Aunque sigue estudiando de forma virtual, no es lo mismo. Extraña su rutina y el contacto con sus amigos.
Esta situación parece no tener fin hasta que se vacune con la única que puede recibir: Pfizer.
Como padre, veo que su estado de ánimo cambia, a medida que pasan los días se vuelve cada vez más apático. A veces, está indignado con el país y me dice que ya no quiere vivir aquí.
Tengo la Visa estadounidense, pero no me atrevo a exponer a mi hijo a un avión.
¿Qué pasa si, al querer salvarlo, contrae el virus mientras viaja?
Debido a su enfermedad terminal, si contrajera el virus, sin lugar a dudas, su destino sería la muerte.
El miedo me paraliza.
Cada día que pasa es una tortura verlo encerrado en mi casa. Ojalá pudiera disfrutar de la naturaleza como lo hacía antes.
Intentamos mantener la esperanza.
Mientras veo crecer a mi hijo, me sorprende su capacidad de recuperación. Tiene una visión de la vida diferente a la de la mayoría de las personas; es fuerte y lo admiro.
Ese espíritu de lucha lo llevó a realizar un video en el que suplica a las autoridades del país por la única vacuna que le da esperanzas de cambiar su vida.
Sin embargo, su lucha va más allá de la vacuna. Lucha por dejar un legado. Quiere visibilizar la importancia de la vacuna Pfizer para chicos menores de edad con factores de riesgo.
En Argentina, las peleas políticas entre un partido y otro son un lugar común, pero esta está haciendo sufrir a mi familia y a tantos otros.