A mis cinco años, estaba en la cocina de un conocido de mis padres, poniéndole azúcar a mi té. Esta persona me vio e hizo comentarios groseros. No le pongas tanto azúcar”, dijo. “Igual nunca vas a ser blanco”.
BUENOS AIRES, Argentina —Como una persona marrón, pasé años intentando negar mi identidad y luchando para aceptar mi color de piel. Frente a la discriminación constante, mi infancia y adolescencia estuvieron plagadas de bullying y prejuicios. Deseé tener otra vida, otra familia. Hoy me doy cuenta de la riqueza de mis raíces y me enorgullezco de mi historia. Me entristece pensar en el tiempo que pasé tratando de esconderme, cuando el problema real no era yo.
Con el tiempo, dejé de fijarme en los obstáculos y me enfoqué en lo que puedo hacer gracias a mi origen e imagen. Mirándome en el espejo, vi destellos de mis padres y abuelos en mis rasgos. Es como si el tapiz de nuestra rica historia estuviera impreso en mí, aunque todavía no lo abrazaba por completo. En Tiktok encontré el espacio para sacarle solemnidad a mi discurso, para hablar de estas experiencias y empoderar a otros en las mismas situaciones a través del humor.
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Desde muy chico, asocié mi color de piel con la situación económica de mi familia. Éramos marrones y pobres, y sentía que todos alrededor querían recordármelo. Mi mamá trabajaba limpiando casas, y siempre me decía que no se lo contara a nadie. Aprendí a sentir vergüenza de ser pobre, de lo que hacía mi mamá, de no tener dinero para comprarme ropa. Iba de visita a otras casas y me preguntaba por qué la mía era tan horrible.
A mis cinco años, estaba en la cocina de un conocido de mis padres, poniéndole azúcar a mi té. Esta persona me vio e hizo comentarios groseros. No le pongas tanto azúcar”, dijo. “Igual nunca vas a ser blanco”.
Ese comentario caló hondo en mí. Me hizo sentir que debía desear ser distinto, que estaba mal ser como era. El peso de esas palabras me aplastó ese día.
Aquel sentimiento me acompañó durante años de un modo inconsciente. Sin pensarlo, comencé a desarrollar estrategias para disimular mi identidad. Intentaba evitar broncearme aún más, con la esperanza de verme menos marrón. Con cremas buscaba aclarar mi piel y evitaba mencionar mis raíces indígenas.
Cada vez me costaba más disfrutar mi vida. Durante años ignoré los comentarios racistas que me llegaban, mantuve la cabeza gacha con la esperanza de que se alejaran. Hoy puedo ver que esta autoinvisibilización no era mi culpa. Es consecuencia de la opresión social.
Al mismo tiempo, creé un mundo paralelo para mí mismo. Mi energía se enfocaba hacia lo escénico, bailando y actuando. I Inventaba historias en mi dormitorio con personajes diferentes e interesantes. A los quince años descubrí el teatro en el colegio. Se volvió un lugar de escape de mi vida cotidiana.
A partir de ese momento, en cada momento de crisis, cambio y dificultades, mi alma fue a ese lugar. En el teatro experimenté conexiones profundas y me sentí más cerca de mi yo más auténtico. Dos años después, escribí mi propia obra, llamada Pieles. En escena, me quitaba la piel, a la que mencionaba como algo enfermo.
En ese momento no era consciente de esos sentimientos que habitaban en mí. Nunca expresé esos sentimientos en voz alta. El teatro me dio el espacio para hacerlo, pero la discriminación circulaba de todos modos.
Cuando comencé a presentarme a castings, me sentía encasillado en roles que me reducían a estereotipos racistas. Interpreté personajes tristes, pobres, siempre en un segundo plano. Con el tiempo, empecé a entenderme a mí mismo y aceptar mi vida.
Cuando conocí al colectivo Identidad marrón, me acerqué a ellos, curioso por escuchar historias como la mía. Por primera vez en años me sentí visto. Todos los miembros pasaron por historias similares y estamos conectados profundamente. Eso abrió mis ojos respecto a la discriminación, y supe que no era una idea mía. Estar cerca de ellos me hizo sentir orgullo por mi cultura. Empecé a amar mis propias características de nuevo.
Todavía estoy en el proceso de amarme a mí mismo. Este nunca es un camino fácil. Como persona marrón, me siento siempre bajo vigilancia, como un sospechoso permanente. Una noche, perdido en una plaza Me acerqué a un policía para preguntarle dónde estaba la salida. Llamó a un compañero suyo y me pidieron los documentos, agresivamente.
Me hicieron sentir como un potencial delincuente simplemente por estar afuera solo. Esas cosas persisten y te atraviesan el cuerpo, te paralizan la cabeza. Fui incapaz de reaccionar, sólo me sometí al maltrato y esperé a que se diluyera para poder irme a casa. Actuar y escribir siempre me permitió ejercer una libertad que no conseguía experimentar en la vida cotidiana.
Hoy, cuando escribo mi propio material, me aseguro de incluir personas de color en mis proyectos. Hace falta más representación para que las próximas generaciones encuentren espacios seguros, en lugar de luchar por crearlos.
Cuando visito a mi papá en su casa, lo veo hacer el repulgue de las empanadas, lo escucho contar el mundo a través de su humor y siento que es una belleza ser como somos. Le cuento mis proyectos y el entusiasmo llena el espacio, como si fuéramos dos nenes jugando en la plaza. Me siento inmensamente agradecido por la persona que soy y la gente maravillosa a la que llamo familia.