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Pesadilla de cirugía plástica: el Dr. Aníbal Lotocki ahora enfrenta cargos por homicidio, una ex paciente habla

Al despertarme, ya estaba inmersa en la pesadilla en la que vivo aún hoy. Me encontré en una camilla, toda ensangrentada. Al verme así, me desesperé y me bajó la presión. Me sentía descompuesta, con ganas de vomitar.

  • 1 año ago
  • noviembre 6, 2023
7 min read
Gabriela Trenchi prior to surgery (right) and right after surgery picture to the left Gabriela Trenchi before her surgery (on the right) and immediately post-operation (on the left). | Photo Courtesy Gabriela Trenchi
PROTAGONISTA
Gabriela Trenchi, radicada en Buenos Aires, es una experimentada empresaria textil y consultora de moda con experiencia en relaciones públicas. En 2015 fue operada por Aníbal Lotocki, tras lo cual sufrió graves complicaciones de salud debido a la supuesta inyección de una sustancia tóxica prohibida. Desde entonces, Trenchi ha presentado una denuncia penal contra Lotocki, abogando por emprender acciones legales y concienciando sobre los riesgos de la mala praxis cosmética.
CONTEXTO
Aníbal Lotocki, el autoproclamado especialista en cirugía estética, adquirió notoriedad por su clientela de famosos en Argentina, pero su reputación se vino abajo cuando se descubrió que carecía de las credenciales adecuadas y que su clínica operaba ilegalmente.Condenado por causar lesiones graves a figuras notables como Silvina Luna, Gabriela Trenchi, Stefanía Xipolitakis y Pamela Sosa, recibió una pena de cuatro años de prisión e inhabilitación profesional por cinco años, cumpliendo sólo 15 días debido a una apelación posterior. Ahora, Lotocki está siendo juzgado por un caso de «homicidio simple con dolo eventual» tras la muerte de Cristian Zárate. De ser declarado culpable, podría enfrentarse a una pena de hasta 25 años de prisión.Lleva detenido desde el 18 de octubre, con informes de hospitalización por problemas de salud mental en medio de la batalla legal.

BUENOS AIRES, Argentina – En agosto de 2015 me operó Anibal Lotocki y mi vida cambió por completo. [El Dr. Lotocki fue condenado penalmente en 2022 por causar lesiones graves a la famosa actriz y modelo Silvina Luna, que falleció posteriormente a los 43 años por supuestas complicaciones. Lotocki perdió su capacidad para ejercer y ahora, tras la muerte de otra antigua paciente, se enfrenta a cargos de homicidio].

Yo quería levantarme la cola con hilos tensores y confié en él. Aquel día, este carnicero abusó de mí al colocar en mi cuerpo un veneno que intoxica mi sangre. [Según el testimonio, el Dr. Lotocki utilizó sustancias tóxicas en estas operaciones. Estas sustancias no son adecuadas para el cuerpo humano y desencadenan una respuesta inmunitaria que puede provocar enfermedades renales].

Desarrollé una lista larga de problemas de salud a causa de esta operación. Llevo ocho años sintiendo el peso del dolor incesante y punzante en mi cuerpo. Ya no recuerdo cómo es dormir una noche entera. Veo en las noticias cómo van muriendo algunos de los pacientes de este carnicero y el shock es muy fuerte. Otras víctimas operadas por él murieron, y paso cada día pensando “¿Cuándo me tocará a mí? ¿Cuándo me explotará esta bomba?”.

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Vi la operación como la posibilidad de mejorar estéticamente sin demasiado esfuerzo.

Antes de la operación, yo tenía una vida muy activa. Viajaba varias veces por año, iba a eventos multitudinarios. Hacía relaciones públicas y conocía mucha gente. El verano previo lo pasé en Miami. Estaba recién separada de mi pareja y quería verme mejor. No me gustaba hacer ejercicio, ni tampoco hice dieta nunca en mi vida. Vi la operación como la posibilidad de mejorar estéticamente sin demasiado esfuerzo.

En la tele, en muchos programas, se promocionaba a Anibal Lotocki. Muchas mujeres lo mencionaban, incluso su pareja de aquel momento. Yo quería levantarme la cola con hilos tensores y confié en él.

Fui a la clínica un poco nerviosa porque, al fin y al cabo, no dejaba de ser una operación. Desde el principio hubo cosas extrañas, aunque en el momento no supe verlas, por mi inexperiencia. Mientras subía las escaleras, minutos antes de entrar al quirófano, me hizo firmar el consentimiento. No pude ni siquiera analizar bien los papeles. Estaba entusiasmada y, como supuestamente sería un procedimiento sencillo, ya pensaba en lo que haría más tarde.

Me desperté y pensé: «algo no está bien».

Al despertarme, ya estaba inmersa en la pesadilla en la que vivo aún hoy. Me encontré en una camilla, toda ensangrentada. Al verme así, me desesperé y me bajó la presión. Sentía que mi cuerpo me hablaba, me indicaba que las cosas habían salido mal. Algo salió mal.

Con mi cuerpo en clara tensión, quedó claro desde el principio que había sufrido una cirugía fallida. A pesar de mi estado, me enviaron a mi casa, porque había mucha gente por ser operada y pocas camas disponibles. Ignoraron por completo mi condición desesperante.

Una amiga me compró pañales para contener la sangre que me brotaba. Y me acompañó a casa. El miedo crecía en mí minuto a minuto. Sentía que me desangraba, veía los chorros salir de mis drenajes. Era como ser testigo de un desastre. Llamamos varias veces a la clínica para pedir ayuda, pero la respuesta siempre era que me tranquilizara, que estaba sobredimensionando el problema.

Ahí comprendí que había sido estafada. Me dio vergüenza y enojo en partes iguales. Supe que mi vida ya no sería la misma.

El dolor se volvió un compañero indeseable y permanente.

No pasa un segundo sin que me duela el cuerpo. Es desolador sentir que poco a poco el mal avanza en mí, que el veneno que me inocularon afecta cada vez a más partes de mi cuerpo, que no para de enfermar. Desarrollé una lista larga de problemas de salud a causa de esta operación. Mis huesos se sienten como si fuera una persona de cien años, por la osteoporosis. La vista no anda mejor: padezco de una keratitis crónica que se acentúa cuando me siento nerviosa. Tomo tanta medicación para los dolores extremos que siento, que ya no me funcionan bien el hígado ni los intestinos.

Yo decidí, hace muchos años, no tener hijos para no depender de nadie y disfrutar la vida al cien por ciento. Pero hoy mi vida se reduce a estar en casa o en consultorios médicos. Me siento como si me hubiera caído a las vías de un tren que, a pesar de arrollarme, no me mató. Junto a mi pareja o mis amigas, que me visitan permanentemente, intento no quejarme, pero sé que mi imagen habla por mí. Casi no uso los espejos, pero cuando me veo reflejada en alguno noto cómo mi rostro refleja la devastación que el dolor y el cansancio producen en mí.

Hubo un momento en el que me culpé a mí misma por estar así. Gracias a la terapia con psicólogos y psiquiatras pude entender que la responsabilidad no es mía. Yo sólo quise verme bien y tuve la desgracia de cruzarme con alguien que se hacía pasar por médico. Es difícil aceptar que mi vida nunca volverá a ser digna. Cada día que pasa es peor al anterior. A veces no consigo ni levantarme de la cama. Busco resistirme a esta condena, tomo cajas y cajas de vitaminas para sentir más energía, pero los dolores y el desánimo siempre prevalecen.

Pensamientos de suicidio me atormentaban, pero ahora puedo contarlo.

Tres años después de la operación, quise terminar con todo. Fui a visitar a mi mejor amiga y, en el camino, debía cruzar las vías de un tren. Caminé hasta ahí y me detuve. Me sentía desorientada, como si ya nada tuviera sentido a mi alrededor. Tenía la mente en blanco, a excepción de un único pensamiento: “Quiero irme”. Iba a quedarme quieta ahí, esperando que pasara lo que tuviera que pasar, hasta que alguien se acercó a mí y me preguntó qué me pasaba. Llegué a la casa de mi amiga llorando, consciente de que estuve a punto de suicidarme.

La idea de morir, en ese momento, me representaba alivio. “Si no me levanto mañana, ya no sufro más”, pensaba. Con tratamiento psiquiátrico conseguí aferrarme a la vida. No quiero sufrir más, pero primero quiero ver justicia. Sin embargo, el dolor insoportable continuaba. A veces experimento ataques de pánico. Si me invitan a una fiesta, me provoca ansiedad. Los cambios en mi cuerpo me niegan cualquier sensación de normalidad. No puedo, por ejemplo, usar tacos, porque este material que tengo en las pantorrillas no me deja mover el pie para atrás.

Tampoco puedo maquillarme. Todo eso me pone nerviosa. Transpiro, me agoto, siento que el mundo me da vueltas y me caigo. Es como si mi organismo se apagara. Cuando recobro la consciencia, siento vergüenza. Para no sentir dolor, llegué a pensar en amputarme de la cintura para abajo. Quiero quitarme este dolor, sentir calma por primera vez en ocho años. Lo hablé con mi familia, pero todos me dicen que estoy totalmente loca. Si estuviera sola, me amputaría sin dudarlo más. Lo que aún me mantiene de pie es que quiero ver justicia. Veo en las noticias cómo van muriendo algunos de los pacientes de este carnicero y el shock es muy fuerte. Sus historias son como la mía.

A medida que avanzan los procesos judiciales, el silencio deja de ser una opción. La gente necesita escuchar nuestras historias. Me mantengo firme en mi decisión de alzar la voz y garantizar que nuestras experiencias no terminen sin luchar. Hay poder en revelar la verdad.

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