Aunque no uso redes sociales, suelo observar cambios en los comportamientos, la forma de hablar y de vestir de otros chicos y chicas. Cuando noto que hay frases que se repiten, o que un estilo de ropa o peinado se extiende entre muchas personas, me doy cuenta de que algún influencer impuso ese estilo. Percibo, también, que responder a esas modas originadas en las redes hacen que algunas personas sean más populares en la escuela. Cuando hay algo que está de moda, mucha gente se adapta y empieza a copiarlo, porque entiende que es lo que a la mayoría le gusta. No creo que sea un problema enorme, pero igualmente yo no lo hago. Siento que ser individual, tener algo propio y auténtico es mucho más importante.
CONNECTICUT, Estados Unidos – Tengo trece años y, desde hace poco, mis padres me permitieron tener un teléfono celular. Pero todavía no me autorizan a utilizar redes sociales. Casi todas mis amigas tienen cuentas, y muchas veces me siento afuera de las conversaciones por no ver los videos que todas ven. Sin embargo, creo que es mejor no acceder a todo ese universo por ahora.
A pesar del uso constante de las redes sociales por parte de mis amigos, a mí me gusta vivir el presente y prestar atención al mundo que me rodea. Mis padres me permitirán acceder a las redes sociales cuando cumpla 18 años, y espero que cuando lo haga no se convierta en un hábito obsesivo o poco saludable. Por ahora, me centro en las experiencias de la vida real y aprecio los momentos que paso desconectada.
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Durante la pandemia yo era muy chica, pero recuerdo que mis padres nos reunieron a mi hermana y a mí y nos explicaron que, aunque mucha gente estaba todo el día usando las redes, ellos consideraban que no era lo mejor para nosotras. Supe que no tendría acceso a eso. Como no era algo que me interesara, no me importó demasiado, simplemente lo acepté. En casa nos acostumbramos a hacer muchas actividades físicas.
Soy bailarina, y mi hermana también lo es, y nos gusta armar coreografías, ya que la música está muy presente todo el tiempo en el hogar. Junto a papá y mamá armamos rompecabezas, jugamos juegos de mesa y construimos con Legos o armamos vías de tren. Nos acostumbramos a ese tipo de entretenimientos, donde las pantallas y redes sociales no tienen lugar. Además, nunca estuve incomunicada, ni mucho menos. Siempre pude enviarles mensajes a mis amigas y llamarlas. Sólo no podía ni puedo compartir fotos como lo hacen otras personas, que muestran prácticamente todo su día a día.
Cada vez más compañeros y compañeras de mi escuela acceden a redes sociales. Muchos usan celulares hace tiempo, y cada vez tienen más autonomía en distintas aplicaciones. Durante las clases, no nos permiten tener los teléfonos con nosotros. Debemos guardarlos en los lockers, ubicados lejos del aula, y recién al final del día podemos buscarlos nuevamente. Aun así, es como si las redes sociales estuvieran presentes entre nosotros.
Aunque no uso redes sociales, suelo observar cambios en los comportamientos, la forma de hablar y de vestir de otros chicos y chicas. Cuando noto que hay frases que se repiten, o que un estilo de ropa o peinado se extiende entre muchas personas, me doy cuenta de que algún influencer impuso ese estilo. Percibo, también, que responder a esas modas originadas en las redes hacen que algunas personas sean más populares en la escuela. Cuando hay algo que está de moda, mucha gente se adapta y empieza a copiarlo, porque entiende que es lo que a la mayoría le gusta. No creo que sea un problema enorme, pero igualmente yo no lo hago. Siento que ser individual, tener algo propio y auténtico es mucho más importante.
Afortunadamente, mis amigas no están obsesionadas con las redes sociales. Sí les interesan y las usan, pero no se pasan horas scrolleando una pantalla para ver más y más videos. Cuando no estoy con ellas, nos comunicamos por medio de mensajes de texto, llamadas telefónicas o, incluso, utilizamos FaceTime, cuando queremos vernos las caras. Como todo el mundo tiene redes, hubo veces en las que sentí que estaba perdiéndome algo, que no era parte de los grupos plenamente. En esos momentos, sentí el deseo de abrirme una cuenta en redes. A pesar de ese deseo, jamás pensé en hacerlo de forma secreta, transgrediendo el pedido de mis padres. Lo que hice fue hablar con ellos, explicarles lo que me pasaba. Pero la regla es muy clara: no voy a tener redes sociales hasta mis 18 años
En ocasiones me costó aceptar su decisión, pero no llegué a pelearme con ellos, porque cuando lo pienso bien, no siento que me esté perdiendo de algo realmente importante. Alguna tarde, después de la escuela, reunida con mis amigas, charlamos de muchas cosas y todas reímos. Pero, de un momento a otro, inevitablemente salen temas vinculados a internet, a videos de Tiktok o Snapchat. Ahí dejo de entender las referencias y me siento excluida. Durante unos minutos, no puedo hacer más que observar cómo las demás se ríen de chistes que no entiendo, o se refieren a personas que no conozco. Es un poco incómodo, pero no dura mucho tiempo.
A veces, me muestran los videos de los que hablan y, la verdad, no me causan mucha gracia en general. No me generan nada, no es un código que comparta. Eso refuerza mi sensación de que está bien que no acceda a ello. Sin dudas creo que lo que decidieron mis padres es algo bueno para mí y para mi hermana.
Mi hermana, dos años mayor que yo, ya tiene acceso limitado a Instagram, porque lo necesita por sus actividades. De reojo, mientras ella lo usa, observo la dinámica. Me resulta lindo y atractivo el espacio para compartir varias fotos juntas, como álbumes, pero no mucho más. No me muero por tener mi propia cuenta.
En más de una ocasión, vi peleas extrañas entre compañeras. Una de ellas le recriminaba a otra algo que había sucedido en lo virtual, y el conflicto terminó en que se bloquearan mutuamente, lo que sólo consiguió exacerbar el conflicto. Me parece un poco ridículo. Siento que bloquear a una persona es una forma fácil de salir de una situación en la que uno no quiere estar, en vez de confrontarla cara a cara. Decirle a alguien “No quiero que seamos más amigos” es más difícil y requiere de más valor que simplemente bloquearlos de Snapchat o Instagram.
No estoy del todo segura, pero tengo la sensación de que quienes no accedemos a redes sociales y no ponemos allí expectativas ni valores, procesamos las cosas de una manera diferente. Noto que quienes pasan mucho tiempo en esos espacios pierden una parte de su capacidad de atención, les cuesta pensar en forma focalizada por más tiempo.
Varias veces, caminando por las calles con mis amigas, veo que quienes usan redes sociales se pierden algunos detalles por pensar en ellas. Si vemos algo lindo, como una flor, un perrito, un gato o lo que fuera, yo me detengo a contemplarlo, disfruto de la situación, estoy presente en el momento y el lugar. Algunas, en cambio, sacan sus teléfonos y se ponen a sacar fotos o grabar videos. Ya no están viendo lo que tienen enfrente de una forma directa, sino a través de la pantalla. Para mí, eso hace que las experiencias sean menos interesantes.
Cuando uno no usa las redes sociales, no desarrolla esa adicción. Además, tengo más tiempo para hacer otras cosas como leer, salir a caminar, jugar afuera de casa. Creo que, en ese sentido, soy más activa que las personas que están todo el día con el celular. Siento que eso va a cambiar la forma en la que vivo mi vida ahora y también en el futuro.
Sí tengo acceso a YouTube. Lo uso para buscar información para el colegio y estoy suscripta a algunos canales. Por eso, puedo entender un poco lo que les pasa a quienes están horas en las redes sociales. Cuando veo en la pantalla de mi computadora la señal de que los canales que sigo tienen videos nuevos, siento la tentación de verlos inmediatamente. Es muy atractivo darle play a un video y, en ocasiones, es difícil darse cuenta del paso del tiempo. Algunos días tardo en notarlo, y no me gusta haber perdido tanto tiempo sentada viendo eso. Por suerte, no pasa muy seguido.
En casa tampoco tenemos plataformas como Netflix, y con mi hermana sí nos sentimos excluidas cuando el resto habla de sus series favoritas. Nos quejamos bastante con mis padres, y varias veces reclamamos que nos paguen la suscripción, pero no lo conseguimos. Sólo vemos en la tele lo que estén pasando en el momento, y a veces peleamos con mi hermana por el control remoto.
Mis padres son algo anticuados y conservadores, no les gusta mucho la tecnología, y no ven un valor en pagar por ello. Así que es una batalla que no vamos a poder ganar. Tampoco, para ser sincera, me muero de ganas por librar esa pelea. Yo también soy un poco anticuada en ese sentido. Aunque la gente de mi edad naturalmente sabe muchas cosas sobre la tecnología y sobre cómo operar dispositivos, yo no sé tanto. También me gusta escuchar música vieja, como Los Beatles o Elton John, y me gustan las películas de otras épocas, como Cantando bajo la lluvia.
Quiero creer que, cuando llegue el momento en que mis padres me autoricen a utilizar redes sociales, no voy a estar todo el día metida allí. Me imagino entrando cada tanto para ver de qué hablan los demás, pero sin sumergirme en los detalles ni obsesionarme. Hay un mundo mucho más grande e interesante, y no quiero perdérmelo por quedar atrapada en una pantalla.