A medida que avanzábamos en el proceso, crecía la curiosidad entre la gente de Ñacuñam. Sentían un gran respeto y afecto por las aves y por nuestra labor de rescate y liberación. Teniendo en cuenta que sólo existen unas mil águilas coronadas en esta región, un solo hallazgo de un ave herida en Argentina tiene una importancia crítica. Nuestro equipo ha trabajado con más de 30 de ellas.
MENDOZA, Argentina ꟷ Como naturalista de campo en el ecoparque de Buenos Aires, trabajo en los programas de rescate y conservación de aves rapaces. Rescatamos especies en peligro de extinción y aves rapaces. Un día, una familia local de la localidad de Ñacuñam, Mendoza, encontró un águila coronada joven a un lado de la carretera. La familia nos llamó. Cuando llegamos, pudimos ver una fractura en el pico del ave y un golpe en el ojo. A menudo conocemos la causa de la lesión, pero en este caso tuvimos que suponer que el águila había sido atropellada.
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Con unos tres meses, probablemente aún vivía con sus padres. Aún no había aprendido a cazar y comer por sí sola, y tuvimos que enseñarle desde cero. Aunque los animales salvajes no muestran signos de dolor porque eso les pone en desventaja frente a otros depredadores y los convierte en presas fáciles, ella estaba claramente dolorida. Débil y muy flaca, se quedó quieta y permaneció mansa. No opuso resistencia y el equipo la capturó fácilmente.
Calculando la edad del ave, supusimos que tenía unos tres meses. Las águilas coronadas se reproducen en agosto y septiembre. Dos meses después, ponen un solo huevo. El huevo eclosiona hacia diciembre y el águila joven pasa unos dos meses más en el nido. Encontramos a nuestra águila herida en mayo.
Estaba claro que tenía dificultades para ver, un verdadero problema para las cazadoras que dependen de la visión binocular para medir la profundidad de campo y determinar el momento exacto de la captura. Además del pico roto y el golpe en el ojo, tenía heridas y huesos rotos. Decidimos intentar rehabilitarla y operarla, pero primero tuvimos que proporcionarle atención primaria.
El equipo le administró primeros auxilios, le suministró glucosa y la estabilizó para que pudiera estar lo bastante fuerte para la operación. Un animal débil no puede soportar un proceso así, ni la recuperación posquirúrgica. Corren el riesgo de infectarse. Una vez estabilizada, el águila se enfrentaba a una operación muy compleja. Al principio, imaginábamos utilizar un taladro y una mecha para hacer agujeros en la mandíbula del ave, a través de los cuales colocaríamos alambres para alinear los huesos. Requería precaución porque demasiada presión podría romper la mandíbula. Cuando los médicos empezaron, quedó claro que esto no iba a funcionar. Cambiaron de estrategia, uniendo los huesos con alambres de acero maleable que no requerían los elementos mecánicos para su inserción. Esto alivió algo la presión.
El equipo consiguió alinear la mandíbula del águila y, al cabo de un mes, se curó perfectamente. Miré a estos profesionales de mi equipo durante toda su intervención y me maravillé. En mi mente, eran auténticos maestros del músculo y el hueso. Todo mi nerviosismo desapareció al asumir que todo iba a salir bien.
A medida que aumentaba mi confianza en la cirugía, me centré en la rehabilitación. ¿Cómo resolveríamos retos como el reconocimiento de presas, el vuelo, las caídas y la alimentación? ¿Cómo le cortaría la presa para que pudiera comer? ¿Qué necesitaba aprender exactamente para estar lista para su liberación? Esta ave necesitaba aprender habilidades para la vida, como dónde buscar e identificar comida.
Tras el éxito de la operación, tenía que averiguar si el águila podía aprender, crecer y cazar. Las águilas coronadas comen serpientes, tortugas y armadillos. Sabía que teníamos que enseñarle, por ejemplo, que cuando caza un armadillo, debe darle la vuelta para acceder a la carne que hay debajo. Tenía que aprender a volar y aterrizar en ramas y en el suelo; a abalanzarse y a cazar presas. ¿La visión reducida por el traumatismo ocular le causaría problemas para cazar? Eso era lo que más me preocupaba.
Por suerte, al ser un animal joven, aún no había aprendido las técnicas de caza en la naturaleza. Simplemente aprendió a cazar con un defecto y se volvió muy eficaz. Empezamos moviendo los anzuelos por el recinto y en las cajas trampa. Desde la primera oportunidad, lo ejecutó a la perfección, como si hubiera cazado toda su vida. Aunque la caza sigue siendo una respuesta genética para las águilas, tienen que practicar y aprender a rematar. En su primera cacería, estuvo espectacular. Saltó, voló y agarró a su presa, mientras el alivio me recorría por dentro. La miré y supe que cuanto más cazara, más cerca estaría de la liberación.
A medida que avanzábamos en el proceso, crecía la curiosidad entre la gente de Ñacuñam. Sentían un gran respeto y afecto por las aves y por nuestra labor de rescate y liberación. Teniendo en cuenta que sólo existen unas mil águilas coronadas en esta región, un solo hallazgo de un ave herida en Argentina tiene una importancia crítica. Nuestro equipo ha trabajado con más de 30 de ellas.
Después de cada rehabilitación, y antes de su liberación, el equipo de rescate de rapaces ayuda a las aves a adquirir la fuerza y la condición física que necesitan para cazar. Como nuestra joven ave de Ñacuñam, una vez nos encontramos con un águila coronada que se ahogó en un depósito de agua. Le pusimos el nombre de Fénix.
La muerte de Fénix contribuyó en gran medida a generar una toma de conciencia que condujo al cambio. En el este de la provincia, los depósitos de agua rodeados de tendidos eléctricos y mallas metálicas resultaron mortales. Las aves se acercaban a los depósitos para beber el agua en pleno desierto, caían y chocaban contra las rampas, donde quedaban atrapadas. Perturbados por esta tendencia, los habitantes tomaron medidas para cambiar los tanques y eliminar el riesgo para las aves.
Cuando nuestra joven águila coronada, a la que encontramos a un lado de la ruta, completó su rehabilitación, liberarla en la misma zona en la que murió Fénix nos pareció un homenaje perfecto.
Cuando llegó el gran día, de repente me di cuenta de que ya no tenía el control. El equipo completó todos los preparativos previos al lanzamiento. Investigaron y seleccionaron el entorno adecuado. No temíamos que otras águilas atacaran porque invadíamos su territorio de caza, ni que los cables eléctricos la electrocutaran. Hubo gente de la administración provincial supervisando.
Los niños de las escuelas cercanas y la prensa llegaron para presenciar el mágico momento. La presión previa era terrible. Entonces, de repente, la soltas y, sin más, desaparece. Me invadió una sensación de pánico. «¿Dónde está ahora?», me preocupé, «¿Estará bien?».
Las dos o tres semanas siguientes, a la espera del seguimiento, pueden ser insoportables, pero pronto sabemos adónde voló y si ha cazado o no. Demasiado seguimiento físico puede ahuyentar a las presas potenciales, así que lucho contra la parte más compleja del plan: el equilibrio. Puede resultarme difícil, pero debo dejar que el águila sea libre y confiar en su adiestramiento. Al mismo tiempo, trabajo para no perderla del todo. Gestionamos constantemente mil cosas.
Entonces, justo cuando se libera un ave, llegan muchas otras. Llegan de provincias de toda Argentina, heridas y necesitadas de ayuda. El mismo día que liberamos a nuestra joven hembra de águila coronada, llegaron otras de Santa Fe, La Rioja y La Pampa. Todos ellos presentaban heridas de bala. Cuando entramos en acción, tuvimos poco tiempo para detenernos a reflexionar sobre la liberación del ave rehabilitada.
Este es el trabajo que hacemos, y la razón por la que me siento orgulloso de ser el presidente de la fundación Caburé-i.