Una sensación de impotencia llenó el aire cuando escuché los gritos y vi las lágrimas. Los 1.500 habitantes de Epecuén tomaron lo que pudieron. Observé mientras trataban de encontrar la salida con sus pertenencias.
Epecuén, Argentina – La historia comenzó cuando las personas se dieron cuenta de las características sanadoras del lago, incluso recuerdo crónicas de la época que aseguran que hombres y mujeres entraban con bastones y que luego salían caminando sin problemas. Sus aguas siempre tuvieron propiedades medicinales solo comparables a las del Mar Muerto y esto atrajo a miles de personas que venían de distintas partes del país. La elite de la sociedad Argentina visitaba nuestra Villa.
Miles de personas nos visitaron desde todo el país, hasta que se desató la tragedia. Lo recuerdo claramente. El 10 de noviembre de 1985, pocos días después del comienzo de la fuerte temporada de verano, se derrumbó un terraplén. [Las aguas de la Laguna Epecuén inundaron rápidamente el pueblo, sumergiéndolo por completo durante más de 25 años].
Pasaron los años y el nivel del agua comenzó a bajar y a retroceder, quedando al descubierto un lugar teñido de blanco, ruinas similares a una zona de guerra. No podía permitir que un lugar así quedara solo y olvidado.
He visto nacer, alcanzar la gloria, agonizar, morir y lo más importante resucitar. Mi añorada Villa Epecuén ha pasado por todas esas etapas.
Onofre, mi padre, nació en Odesa (Ucrania), dos años demoró viajando de polizón para llegar a Argentina, escapando del duro servicio militar. Acá conoció a Paulina Olsman (mi madre). Éramos una familia trabajadora, Yo de pequeño vendía huevos.
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Con el tiempo, aprendí el oficio de mi padre y ayudé a construir ladrillos. Mirando hoy la ciudad, entre los escombros de las infraestructuras, los ladrillos Novak yacen por todas partes. En 1978, la Dirección de Hidráulica construyó un terraplén de herradura para proteger la Villa. La barrera artificial de cinco metros de altura nos permitió trabajar durante muchas temporadas.
El problema de nuestro sector es que el agua entra, pero no tiene salida, ya para el año 1978, la Dirección de Hidráulica construyó un terraplén con forma de herradura, para proteger la Villa, la barrera artificial tenía unos 5 metros de altura y nos permitió trabajar algunas temporadas. La tragedia se desencadenó a pocos días de comenzar la temporada fuerte veraniega, un 10 de Noviembre de 1985 el terraplén colapsó y el agua hipersalina comenzó a avanzar de manera amenazante.
Fue un verdadero caos, no hubo una evacuación controlada, entre gritos y llantos, los 1500 habitantes salvaron lo que pudieron. En apenas 16 días, familias completas tuvimos que abandonar todo lo que teníamos y ver con impotencia como esas aguas que otrora eran nuestro sustento y alegría, pasaban a convertirse en el enemigo, un enemigo imposible de combatir.
En 16 días, familias enteras abandonaron todo lo que tenían, contemplando impotentes cómo las aguas -que antes eran nuestro sustento y alegría- se convertían en un enemigo imposible de combatir.
[Cuando las aguas se retiraron y Epecuén resurgió más de 25 años después] miré con nostalgia. Los recuerdos que atesoraba me recordaban el amor por mi ciudad natal. No podía dejar atrás su calor y su belleza, así que decidí volver.
Me instalé a unos 600 metros del portal de bien venida a las ruinas, antiguamente pedaleaba en mi bicicleta hasta Carahué, para abastecerme de víveres y otras cosas, desgraciadamente años atrás tuve un accidente y me vi obligado a dejar mi vivienda, me hospitalizaron y ya no pude andar más en bicicleta, esa fue la primera vez que dejé mi vivienda, la segunda vez fue hace poco, en la época más dura de la reciente pandemia.
De a poco el lugar fue llamando la atención de fotógrafos y turistas en general, atraídos por la historia y los paisajes únicos. Así, Villa Epecuén volvió a ser un lugar turístico, pero ya no por sus aguas milagrosas.
Fotos de Epecuén , cortesía de Jaime Andrés Olivos. Fotos de Pablo, cortesía de Nai Pronsati.