Durante veintisiete días superamos saltos, rápidos, piedras, troncos, hemos quedado sumergidos, sufrimos golpes y roturas. Reparamos y seguimos, reparamos y seguimos. Hasta que lo logramos.
DOLORES, Argentina- Hace cincuenta años, junto a tres amigos, fuimos los primeros en navegar el Río Colorado, uno de los más importantes de Argentina.Aquella aventura nos unió para siempre, y juntos vivimos 30 aventuras más en cinco continentes diferentes.
Cinco décadas después, volvimos a navegar el tramo final para recordar aquella expedición y para difundir el estado en el que se encuentra el río.
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En 1972 yo vivía en Mar del Plata, donde estudiaba Derecho. También practicaba deportes en el Club Náutico de la ciudad. Fue en una charla de nautas donde comenzó a gestarse este proyecto. Hablando sobre los ríos más grandes del país y del mundo, alguien comentó que el Río Colorado nunca había sido navegado.Acepté el reto. A través de esta conversación casual, nuestro proyecto empezó a tomar forma.
El Colorado es un río muy importante de Argentina, divide al país en dos. Nace en la cordillera de Los Andes, como límite entre Mendoza y Neuquén; es límite luego entre las provincias de La Pampa y Río Negro; corta la provincia de Buenos Aires en el sur y desemboca en el Océano Atlántico. Es un río de más de mil kilómetros, en aquel entonces muy caudaloso. Por todo ello, creía que había sido navegado más de una vez. Comenzó mi investigación. Viajé a Buenos Aires para consultar en el Servicio de Hidrografía Naval si existía información sobre la navegación del Río Colorado. No había nada, ningún antecedente. Busqué en bibliotecas, en hemerotecas, y tampoco encontré nada. En Prefectura, tampoco.
Unos amigos se enteraron de mi proyecto y se unieron a mi grupo. Los cuatro nos entrenamos como atletas y nos sentimos impulsados a hacer cosas que nadie había hecho antes. Tardamos diez meses en prepararnos para la expedición. Conseguimos que la Armada Argentina nos proporcionara dos botes inflables y la Fuerza Aérea nos proporcionó equipos de radio para comunicarnos y dar informes diarios.
Amigos y parientes ayudaron a financiar las demás necesidades y el equipo. En enero de 1973, nos trasladamos al naciente del río Colorado. Llegar hasta allí fue todo un reto. Primero llevamos un coche y un remolque, pero dejamos el remolque debido a la estrechez del camino. Más tarde, dejamos también el coche y lo sustituimos por caballos y una yegua.
Zarpamos el 16 de enero con gran ansiedad. Mis músculos se tensaron todo el tiempo. Imaginaba mil escenarios diferentes en mi cabeza, pero confiaba en nuestras capacidades. Durante 27 días, superamos saltos, rápidos, piedras y troncos enormes. A veces, el agua nos sumergía casi por completo, y sufrimos duros golpes y algunos huesos rotos. Afortunadamente, teníamos lo necesario para curar nuestras heridas y seguir adelante. No teníamos margen para el fracaso. Cuanto más navegábamos, más adrenalina me invadía.
Cuando llegamos a Fortín Mercedes, en Pedro Luro, provincia de Buenos Aires, nos sentimos realmente muy felices. Desde chicos los cuatro leíamos las historias de los libros de Julio Verne, Emilio Salgari y Daniel Defoe. En ese momento, nos sentimos personajes de todo aquello. Nos convencimos de que éramos verdaderos exploradores.
Ahí nos dimos cuenta de que nuestro viaje había cobrado volumen por la prensa, por lo que hubo mucha gente esperándonos. Además de nuestros familiares y amigos, de las autoridades del lugar, hubo mucho público celebrando nuestro logro. Aquella experiencia nos abrió las puertas al mundo de la exploración, nos empujó a dedicarnos, en los siguientes cincuenta años, a más de treinta expediciones en los cinco continentes. Nos sentimos capaces por primera vez de cosas grandes.
En los años siguientes subimos diez veces al Aconcagua, escalamos el Kilimanjaro, el Mont Blanc, fuimos al campo base del Everest, estuvimos en doce bases antárticas. También cruzamos el mar en una balsa de troncos en la expedición Atlantis, para demostrar que los africanos pudieron venir a América antes que Colón. Aquella vez acuñé una frase que siempre nos acompañó, y espero que inspire a otras personas: “Que el hombre sepa que el hombre puede”.
Además, cruzamos la cordillera de Los Andes en un globo de aire caliente, dentro de un canasto de mimbre, y el mar de las Antillas en kayak sin ningún apoyo externo. Luego de un estudio previo muy minucioso y un cálculo, fuimos de isla en isla, desde Puerto Rico hasta Venezuela.Todo lo que conseguimos nos unió más. Vivimos aventuras que nunca olvidaré. Durante toda nuestra vida, nunca quisimos conformarnos. Nuestra curiosidad y ambición nos impulsaban cada vez más lejos.
Una noche, en una cena de celebración con otros nautas y compañeros de otras expediciones, nos dimos cuenta de que se acercaba el 50 aniversario de nuestra primera expedición. Decidimos entonces planear otro viaje al río, para completar el último tramo. Los cuatro volvimos a navegar, esta vez viejos, calvos, felices y sanos. Fue muy emocionante. Queríamos devolver al río parte de lo que nos había dado. Hoy, debido al cambio climático y a la contaminación, el río está en un estado calamitoso. Entonces, parecía fuerte y caudaloso. El río tenía un agua muy viva y dinámica. Hoy, a la altura de Pedro Luro, forma un suave hilo de agua extremadamente débil. De los cinco protagonistas de esta historia, nosotros somos cuatro exploradores, y el río es el quinto.
Nos sentimos unidos al río: nos permitió convertirnos en exploradores por primera vez y nos unió para siempre como grupo. Nos lanzó a un mundo de aventuras, y ver cómo ha ido cambiando con el paso de los años nos rompe el corazón. Esta expedición del 50 aniversario al río Colorado fue nuestra forma de concientizar sobre el problema.
Esta vez decidimos hacerlo en kayaks individuales. Aquellos botes inflables ya no los tenemos, fueron devueltos a la Armada y no se supo más de ellos, porque estaban muy destruidos. Nos lanzamos en kayak desde el Río Colorado y estuvimos dos noches, con dos campamentos, solos con el río. Cuatro viejos, con setenta y cinco años de promedio. La luna, el río, los recuerdos y las bromas fueron protagonistas de esos campamentos. Con el tiempo, la memoria juega malas pasadas y nos confundíamos si lo que hicimos fue en uno u otro lugar, y bromeábamos con eso.
El 11 de febrero a las 11 de la mañana, como en aquel entonces, cincuenta años después, llegamos a Pedro Luro. Otra vez la multitud, las autoridades (Armada, Prefectura, el Servicio de Hidrografía Naval, la Academia Nacional de Geografía), nuestros familiares y nuestros compañeros de tantas expediciones. Nuestros padres ya no están, pero se sumaron nuestras esposas, hijos y nietos.
Tanto si estoy en la oficina como en la naturaleza, siempre pienso en este río. Vivo plenamente cada minuto de mi vida y siempre he vivido en grupo. La idea de que uno de nosotros logre algo y no tenga a nadie a quien abrazar o con quien volver me entristece. Siempre quiero que los cuatro nos tengamos el uno al otro. Me interesan los sueños compartidos y las visiones compartidas. La mejor parte de la aventura está en la gente con la que la compartís.