Mientras camino por la calle, veo familias enteras en la vereda, armando dormitorios y comedores improvisados. Intentan construir una especie de normalidad para sus hijos, pero se nota que apenas penden de un hilo.
ANKARA, Turquía – El 6 de febrero de 2023, en plena noche, mi novia y yo escuchamos un fuerte ruido en nuestro departamento. La puerta se abrió de repente y nos despertamos sobresaltados. Creímos que lo había provocado el viento, sin ser conscientes de la tragedia que se estaba desarrollando en nuestro país. Me siento atormentado por las imágenes que presencié.
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Mi novia y yo vivimos en Ankara, en el noroeste de Turquía. El terremoto ocurrió a 700 kilómetros de nuestra casa, pero sentimos la ola de réplicas. Mientras dormíamos en nuestro departamento del noveno piso, oímos que la puerta se abría bruscamente. Me levanté inmediatamente para cerrarla y ver qué había pasado. Supuse que lo había provocado el viento y volví a la cama. Veinte minutos después, oímos un fuerte ruido y la puerta volvió a abrirse. Empezamos a sentir miedo y preocupación. Volví a cerrarla, esta vez con doble llave. Al cabo de un rato, nos volvimos a dormir.
A la mañana siguiente, cuando me desperté, vi en mi teléfono varios mensajes de amigos y familiares preocupados. Al leerlos, se me salió el corazón del pecho. Sentí una oleada de ansiedad mientras el miedo recorría mi cuerpo. El terremoto que sacudió Turquía y Siria tuvo una magnitud de 7,5 sobre 10 en la escala de Richter. Lo destruyó todo. Ciudades enteras se convirtieron en polvo y se perdieron más de 50.000 vidas.
Pasé todo el día tranquilizando a mis seres queridos y leyendo actualizaciones sobre la situación, refrescando las noticias cada pocos segundos. Hacia el mediodía, la puerta volvió a abrirse. Nos quedamos mirándola, desconcertados. Habían pasado horas desde el terremoto y seguíamos sufriendo réplicas. Muchos culpamos al gobierno de la mala estructura de los edificios que se derrumbaron. El país recibió una gran suma de dinero para estabilizar los edificios en caso de terremoto. Sin embargo, nunca se hizo nada. Nunca esperaron que ocurriera lo peor, y sin embargo ocurrió.
Durante días, mi novia y yo lloramos sin poder dormir. No podíamos dejar de pensar en todas las personas que lo habían perdido todo, en las que seguían atrapadas bajo los escombros y en las que dormían fuera. Miles de edificios se vinieron abajo en cuestión de segundos. Descubrí que un equipo de voleibol se alojaba en un hotel que se derrumbó por completo. Las imágenes me rompieron el corazón. Visité a amigos y familiares cercanos y vi el inmenso sufrimiento en sus ojos. Me sentí incapaz de hacer nada.
Ha pasado un mes desde el terremoto y más de un millón de personas siguen sin hogar, durmiendo en la calle. Algunos viven en carpas, mientras que otros se han instalado con otros supervivientes en una pequeña habitación. Reciben pocas provisiones y han perdido todo lo que poseían. Me resultaba difícil centrarme en otra cosa. Sólo quería ayudar, pero no sabía por dónde empezar. Mientras camino por la calle, veo familias enteras en la acera, montando dormitorios y comedores improvisados. Tratan de construir algún tipo de normalidad para sus hijos, pero sobreviven a duras penas. Mientras las organizaciones intentan ayudar con donaciones, el futuro del país sigue siendo incierto.
Todas las fotos son cortesía de Carola Danza y Cascos Blancos.