Antes, la gente se reía de mí cuando iba por la calle o hacía comentarios discriminatorios por no conocerme. La consagración con la selección argentina en la última Copa América valió más que un trofeo, me valió el reconocimiento de la sociedad.
ROSARIO, Argentina – Viví una vida difícil, luchando contra la acondroplastia, un trastorno esquelético en el que el cartílago se convierte en hueso. Sin embargo, la admiración fanática y apasionada de mi familia por el fútbol me llevó a amar este deporte.
Creo que mi padre era el que más quería que practicara el fútbol. Desde muy joven, iba a grandes campos verdes para practicar. Mi primer paso patear la pelota con mi papá. Ahí nació el amor.
Viví una dura infancia con acondroplastia. La acondroplastia es un trastorno del esqueleto en el que el cartílago se convierte en hueso. Esto provoca enanismo, sobre todo en el extremo. Soporté el acoso y la discriminación constantemente. La gente me miraba de forma diferente y me señalaba o se reía de mí. Noté las reacciones y expresiones de desaprobación. Sin embargo, aprendí a lidiar con ello. Además de todo, las cirugías me pasaron factura.
Mentalmente, era fuerte y aún lo soy. Me ayudó a afrontar las risas y la discriminación de los demás a lo largo de mi vida. Durante un tiempo, tuve que ir al colegio en silla de ruedas. La mayoría de mis compañeros me apoyaron; me dieron fuerzas y siempre me incluyeron en todo.
Tuve tres insoportables intervenciones quirúrgicas de alargamiento óseo. La primera fue para la tibia y el peroné en 2009, luego una segunda para el fémur en 2011 y la tercera para el húmero en 2015. Las dos cirugías de las piernas me hicieron crecer 25 centímetros, y con la del húmero, mis brazos crecieron 25 centímetros.
Creo que, sin las cirugías, podría haber sido un atleta, pero no uno de éxito. Especialmente no como arquero porque, físicamente, no habría estado a este nivel. Mi patología me habría impedido tener 23 centímetros menos. Además, me inyecté las mismas hormonas de crecimiento que Leo Messi. Me ayudaron a crecer seis centímetros más.
Cada proceso operatorio valió la pena porque mi calidad de vida mejoró. Sin embargo, todo fue doloroso y traumático. Estar en una silla de ruedas en el colegio, no poder hacer cosas normales con mis amigos y estar encerrado, cuidando de mí mismo, fue agotador y desafiante. Sin embargo, a la larga, me recompensé a mí mismo y obtuve una recompensa a través del deporte. Y, ¡todo valió la pena!
Por suerte, la discriminación basada en el éxito deportivo está desapareciendo. Antes, la gente se reía de mí cuando iba por la calle o hacía comentarios discriminatorios por no conocerme. La consagración con la selección argentina en la última Copa América de talla baja valió más que un trofeo, me valió el reconocimiento de la sociedad.
Durante la consagración, caí de rodillas de alegría. Las lágrimas corrieron por mi cara, cayendo al suelo. Podía sentir el calor de las lágrimas que se escapaban de mis ojos mientras abrazaba la recompensa de mis sacrificios y esfuerzos. Me sentí abrumado por la felicidad. Muchas cosas pasaron por mi cabeza. No podía comprender lo que acababa de conseguir ni lo difícil que había sido mi proceso. Me acordé de mi familia, de mis amigos y de las numerosas horas que pasé entrenando para llegar al torneo.
Todos los atletas tienen una fuerza mental superlativa, en comparación con otras mentes, creo. Un atleta no sólo se enfrenta a los esfuerzos físicos, sino también al estrés mental. Los aspectos físicos coexisten desde el principio, pero el estrés mental se vuelve difícil a medida que uno crece en su estatus. La presión, la crítica y el escrutinio a los que se enfrenta un atleta de baja estatura como yo son severos. Además, sabiendo que el éxito deportivo no es tan común, tuve que aprender a manejarlo todo para no frustrarme.
Si hace años alguien me hubiera dicho que iba a jugar una Copa América o un Mundial, no me lo habría creído. Cuando me veo viviendo este sueño ahora, con mi baja estatura, mientras afronto la discriminación de la gente de tamaño convencional, me siento fuerte. Me anima a esforzarme y a hacer más.